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Armagedón evitable: ¿cómo puede el factor nuclear afectar las relaciones entre EEUU y Rusia?

Por Valdir da Silva Bezerra.

Los días 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos utilizó por primera vez en la historia las bombas nucleares contra las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en Japón, demostrando al mundo el poder del arma más letal, creada por la humanidad. Hoy en día, el factor nuclear volvió a ser discutido en el marco de un posible conflicto entre EEUU y Rusia.

Al principio, después de que los estadounidenses demostraron el poder colosal de la bomba atómica, el líder de la Unión Soviética, Iósif Stalin, pronto encargó a Lavrenti Beria, comisario del Pueblo para Asuntos Internos de la URSS, que reuniera, organizara y coordinara a los mejores científicos de la URSS para lograr lo antes posible la paridad nuclear con Estados Unidos.

El plan finalmente funcionó y con el desarrollo exitoso de la bomba nuclear por los soviéticos en 1949, tanto los Gobiernos de Estados Unidos como de Moscú alcanzaron una cierta condición de estabilidad estratégica.

Durante la Guerra Fría, otras potencias también terminaron desarrollando sus propias armas nucleares, como fue el caso del Reino Unido y Francia. En aquel momento, estaba claro que la adquisición de poder nuclear se convertía en una condición sine qua non para que un Estado fuera reconocido como una gran potencia en el sistema internacional.

Ante ese escenario, la subida esencial en los gastos de defensa y tecnología nuclear por parte de ambos bloques, encabezados por EEUU y la URSS, respectivamente, dio inicio a lo que se llamó la carrera armamentista.

Sin embargo, cuando la Unión Soviética y Estados Unidos comprendieron su capacidad de destruir uno u otro completamente en caso de una guerra nuclear directa, se comenzó un movimiento de desescalada de las tensiones, fundamentado sobre todo en la firma de tratados y acuerdos internacionales, basados en la limitación de armas estratégicas.

Sin embargo, desde principios de la década de 2000, el equilibrio de poder entre Moscú y Occidente comenzó a ser saboteado gradualmente por los estadounidenses. En 2002, a raíz de los ataques terroristas del 11 de septiembre, Washington anunció su salida unilateral del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (Tratado ABM), que provocó una profunda protesta de Rusia. Ese tratado, firmado en 1972, preveía que ninguna de las partes debería desplegar sistemas de defensa antimisiles en territorio europeo que socavaran la disuasión nuclear de la otra y, por lo tanto, inducirla a un ataque preventivo.

Característicamente, después de la segunda expansión de la OTAN en 2004 se desplegaron misiles antibalísticos en países como Polonia y Rumania bajo los auspicios de Estados Unidos, quien afirmó que estos sistemas estaban destinados a proteger a Europa de Irán, argumento que no convenció a los rusos.

Rusia, por su parte, consideró la situación como un serio factor desestabilizador que tendría un impacto significativo en la seguridad regional y global. De acuerdo con el Kremlin, tales equipos podrían convertirse fácilmente en aparatos de lanzamiento ofensivo dirigidos contra Rusia. Después de esto, los funcionarios en Moscú comenzaron a creer que Estados Unidos en realidad estaba arruinando el equilibrio de poder, establecido durante la Guerra Fría.

En el plano de las relaciones internacionales existe el entendimiento de que la agresión es vista como menos probable cuando los Estados equilibran sus capacidades ofensivas con las de sus potenciales adversarios. Rusia, por lo tanto, aspiró a mejorar su capacidad disuasoria nuclear, ampliando el alcance operativo de sus misiles balísticos intercontinentales, que pasaron a venir acoplados con un mayor número de ojivas.

En octubre de 2018, por fin, tras repetidas polémicas, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que su país planeaba retirarse definitivamente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio, firmado en 1987 y conocido como INF. Los intentos de negociación entre Rusia y Estados Unidos en los meses siguientes no resultaron exitosos, y el país norteamericano finalmente formalizó su retirada oficial en febrero de 2019, decisión que obtuvo pleno efecto seis meses después.

A su vez, Vladímir Putin, presidente ruso, enfatizó que Moscú no sería el primer país en desplegar misiles de medio alcance en Europa, acusando una vez más a Estados Unidos de socavar la paridad estratégica en el continente. En general, el abandono de estos tratados por parte de Washington contribuyó a una nueva tensión en las relaciones entre Rusia y Europa, ya que el territorio europeo se convirtió en el escenario principal de la disputa en torno al equilibrio de poder que involucra a Rusia y Occidente.

Todas estas cuestiones muestran que Rusia sigue siendo la principal preocupación de los que planifican la política en Estados Unidos y sobre todo en la OTAN. Desde entonces, el Kremlin ha temido el despliegue de misiles de medio alcance en Europa Oriental, lo que supondría una clara amenaza para Rusia, en especial si tales sistemas fueran desplazados en el territorio de Ucrania, por ejemplo.

Sea como fuere, Rusia no se quedó quieta. En 2018, Putin anunció que los rusos habían desarrollado una nueva línea de armas nucleares capaces de superar los sistemas antimisiles occidentales desplegados en Europa. Esto se debe a que estos nuevos misiles podrían alcanzar una velocidad de 10 Mach, diez veces superior a la del sonido, moviéndose en una trayectoria no balística hacia su objetivo.

En aquel momento, el anuncio de Putin provocó preocupación en los círculos políticos europeos por el inicio de una nueva carrera armamentista en el continente. Para Moscú, esa fue una medida necesaria en vista de la quiebra del balance estratégico, consecuencia de la retirada unilateral de EEUU de diversos tratados firmados durante la Guerra Fría.

Putin, por lo tanto, consideró estos acontecimientos como una demostración del deseo estadounidense de ampliar su dominación militar global, que culminó en el empeoramiento de las relaciones entre Moscú y Washington. Todo lo que Rusia ha estado haciendo desde mediados de la década de 2000 se relaciona con sus necesidades de seguridad.

Si no fuera por la ruptura sistemática por la Casa Blanca de los antiguos acuerdos firmados entre Estados Unidos y la Unión Soviética, el mundo hoy viviría una condición bastante más estable y equilibrada.

Actualmente, se discuten, aunque en tono de exageración, determinados escenarios en torno a una eventual guerra nuclear entre Rusia y Occidente, liderado por Estados Unidos, sobre todo teniendo en cuenta la posibilidad de una escalada incontrolada del conflicto en Ucrania. De hecho, independientemente de los errores cometidos en el pasado, no hay dudas que el mundo no necesita pasar por esto. El sentido común debe ser fundamental. Después de todo, todavía estamos lidiando con un Armagedón evitable.

Tomado de Sputnik / Foto de portada: Dominio Público. 

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