A Fidel Castro Ruz, en su 97 aniversario
Por Ana Hurtado.
Eran barcos grandes e iban cargados de almas. Cada una con una historia. Cientos de sentimientos se daban cobijo Atlántico adentro buscando esperanza; una vida mejor. Si echaban la vista a lo lejos solo había agua. El mar.
El mismo mar que nos une y separa. Por el que llegó a Cuba. La que hizo a su casa. Y allí Ángel se arraigó a la vida.
Allí nacieron sus hijos. Y precisamente un día como hoy 97 años atrás llegó al mundo Fidel.
Decía José Martí: “Quedan en el espíritu de los hombres las huellas del carácter de sus padres… Las cualidades de los padres quedan en el espíritu de los hijos, como quedan los dedos del niño en las alas de la fugitiva mariposa”.
Fidel llegó al mundo en una familia en la que por encima de todas las cosas reinaba el amor. No sólo entre los miembros, sino con los demás. Aprendió el amor que le transmitieron sus padres, creció con amor. Vio como se trataba a los trabajadores empleados de su padre con amor. Fidel nació amando. Y se dedicó el resto de su vida a amar. A los que nadie amaba. A los que no eran escuchados. A los sin voz. A los que no tenían privilegios. Al mundo.
Si por algo ha sido perseguido y combatido por sus enemigos y los de su pueblo es porque el mundo nunca ha estado preparado para la capacidad de amar y para el humanismo que traía en su corazón, ya desde la cuna.
Qué mejor dualidad que los sentimientos humanistas con el marxismo. Forjó su vida para los demás. Una vida de entrega y sacrificio. Una vida que le hace seguirla viviendo aún después de haberse ido físicamente. Pocas personas en el universo han dejado ese rastro en la historia. Pocas han sido como Fidel.
Cuando triunfó la Revolución dotó a su pueblo de cultura, solidaridad y ética. Baluartes imposibles de conquistar en un sistema económico y social capitalista. Y a muchos fuera de Cuba aún les sorprende porque su pueblo le ama con la misma pasión con la que él les amó.
Caminó toda su vida dando ejemplo. Y nos mostró a los demás que los pueblos y los seres humanos podemos ser libres y dueños de nuestros destinos. Y que no hay ni habrá ninguna fuerza que pueda destruir la liberación de un pueblo culto.
Porque detenerse a mirar a Fidel es respetar el triunfo de un siglo. Es un aprendizaje diario de un hombre al que desde el primer momento intentaron silenciarlo. Pero él no se detenía ante cada perro que le ladrase en el camino. Su altura moral le dignificaba ubicando a cada personaje de la batalla en un lugar. Combatiendo en el momento adecuado a quién merecía ser combatido y no entrando en lucha con quien no existe; no se lucha con los insignificantes.
El ser observadora e ir y venir a Cuba me ha dado la posibilidad de acercarme a su pueblo desde el cariño y el conocimiento de la historia. Desde el respeto a Fidel. En este 97 aniversario puedo decir que este pueblo continua esa obra que tanto trabajo costó crear. Considero que su pueblo es consciente del origen y causa de las necesidades y dificultades a las que se enfrenta cada día el país desde que sale el sol. Pienso que tal y como dice la canción de Raúl Torres, “los agradecidos te acompañan” Fidel.
Porque dejaste la mejor herencia que cualquier persona y Patria pueden tener.
Dejaste a tu gente la sabiduría, la conciencia, la libertad de pensamiento.
Dejaste la cultura, el amor, la sensibilidad y la solidaridad. La paciencia.
Dejaste el altruismo, la ciencia, el internacionalismo y los buenos amigos.
Dejaste todo lo que tenías.
Por dejar, te quedaste entre la gente, y no te fuiste jamás.
A Fidel Castro Ruz, en su 97 aniversario.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Juvenal Balán.