Cuba

El hombre de la pupila afilada

Por Marxlenin Valdés.

Hoy debería estar cumpliendo 59 años el hombre de la pupila afilada: Iroel Sánchez. El revolucionario fidelista. El héroe, muchas veces anónimo. Y como héroe al fin, habría que recordarlo como dice la canción: “sin llanto”; aunque sea muy difícil. Como difícil me es también escribir sobre él, sabiendo que los grandes sentimientos no se dejan fácilmente convertir en palabras. Al menos no en las palabras precisas, y tal parece que habría que inventarlas para poder nombrar a los hombres como él.

Tuve la oportunidad de conocer físicamente a Iroel en el 2022; podría decir que bastante tarde. Pero un día al lado suyo se volvía tan intenso, que esos poco más de 12 meses quedaron atrapados en una nueva dimensión de tiempo. Los «días Iroel» tenían más de 24 horas.

Entonces prefiero reformular la frase: tuve el privilegio de conocerlo, amén de que haya llegado (yo) con cierta tardanza. Nos encontramos porque un programa de televisión llamado “Cuadrando la Caja” nos situó (prácticamente) en las mismas circunstancias. Él al frente de un proyecto, otro más, con el que le cedían una gran responsabilidad, en este caso: abordar la economía nacional, para hacerlo “desde el socialismo cubano”. Pero qué tarea de las que cumplió, no fueron casi imposibles en potencia.

Recuerdo como si fuera hoy, el primer día que lo vi en persona, con todo el simbolismo que encarna y deja en la vida de una simple mortal el llegar a conocer un mito, un hombre admirado. Era la primera reunión, aquella donde él me evaluó como conductora. La apariencia tendrá su peso -pensé-, de modo que me aparecí con mi mejor sonrisa. Pero Iroel me hizo un examen de conocimientos. De conocimientos y de política. No le importaba la apariencia, como sí el contenido. Así que allí tuve mi primera «lección Iroel».

Pero no fue la única, porque a su lado todo era enseñanzas y combate sin descanso. Como cuando me señaló que al conducir el programa decía “la gente”, en vez de decir “el pueblo”. Lo cual -dados los hechos- estaba mal, y que esa claridad Fidel siempre la tuvo muy presente. O como cuando me exigía que fuera incisiva con los invitados, porque al pueblo había que darle respuestas, pero sin populismo. Su sentido del deber estaba halado por grandes sentimientos de amor. Su brújula moral: Fidel Castro.

Estaba rodeado de una tropa de muchachos entusiastas; de amigos fieles; de valiosos compañeros. Solo los seres nobles, como él lo fue, son capaces de aunar en una tarea común a tantas buenas personas. Solo quienes no tienen más que su propio ejemplo de sacrificio, logran comprometerse con pasión en la difícil aventura de vivir por la Revolución. Porque fue un hombre de ideales claros y distintos, fue y es admirado y respetado más allá de títulos y premios.

Sabía escribir muy bien, pero no se acomodó solo a escribir. Podía hablar perfectamente, pero no se conformó solo con hablar. Fue mucho más que un escritor o un orador. Fue un intelectual orgánico de la izquierda. De esos que ponen el pecho, y se entregan en cuerpo y alma a la causa de la patria. Y por eso, hoy pienso en esa otra parte consustancial del «mundo Iroel»: su familia. Y en cómo habrá hecho para lograr a la vez tantas responsabilidades de trabajo, con la crianza de dos hijos. Pero ya sé que él nunca estuvo solo. Y lo sé, porque invariablemente formaron parte de su relato cotidiano: su esposa y su madre.

No recuerdo un día cerca de Iroel, en el que su familia no estuviera presente en sus palabras. Habló en todo momento con tanta emoción de ellos, que ya yo sentía que los quería, incluso antes de haberlos visto. Su madre, su esposa, y sus dos hijos. Siempre que podía enfatizaba que su mayor orgullo eran sus dos hijos. Y si no venía al caso, lo decía también. Simplemente no podía guardárselo. Hoy sé el porqué. Solo un hombre verdaderamente coherente es capaz de, dado de la mano de una mujer con la que compartió altura, consolidar una familia feliz, de principios y valores revolucionarios. No podía haber sido de otra manera.

Si cierro los ojos puedo verlo nítidamente: yendo incansable de un lugar para el otro, siempre haciendo labor. Practicando la honradez. Con una salida astuta ante cada dificultad. Tenaz como él solo. Sarcástico. Agudo. Preocupado por la justicia social y el pueblo. Y siempre, siempre, cuidando a la Revolución. Menos mal que han existido los hombres como Iroel, “los que no tienen nada que perder, ni siquiera la muerte”.  

Foto de portada: Archivo Cubaperiodistas.

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