Internacionales

La caída del Muro de Berlín, de las Torres Gemelas y el auge del BRICS: tres mundos en más de 30 años

Por Ociel Alí López.

Desde el momento en que impactó el segundo avión sobre la otra torre del World Trade Center (WTC), supimos que el mundo había cambiado para siempre.

Ya hacía más de una década que el sociólogo alemán Ulrich Beck había definido como “sociedad del riesgo” el nuevo modelo societal en el que nadie, por más poder y dinero que tuviera, estaba seguro en el planeta. La caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética habían mutado las relaciones mundiales hacia un nuevo escenario indecidible, del que no se tenían precisiones claras y concretas de la forma que iba a tomar un nuevo mundo con la unipolaridad reinante.

Mientras tanto, el poder omnipotente, sin enemigos que pudieran competirle, no se había enterado hacia cuál mundo transitábamos.

Eran los tiempos de la victoria indetenible de la globalización y había consenso que el mundo debía seguir los parámetros del ‘american way of life’ (o ‘estilo de vida estadounidense’, en español). A diferencia de la Primera y Segunda Guerra Mundial, cuyo final sucedía en el plano militar, el declive de la Guerra Fría parecía que implicaba un triunfo simbólico-cultural de Occidente, liderado por EE.UU, por sobre el resto del mundo.

Apenas a diez años de la disolución soviética, el 11 se septiembre de 2001 cambiaba otra vez, de golpe, el panorama geopolítico. 

22 años después entendemos que aquel era un momento efímero.

Había un simulacro de poder mundial, de mundialización liberal, cuyo tiempo de gloria fue breve, ya que apenas a diez años de la disolución soviética, el 11 se septiembre de 2001 cambiaba otra vez, de golpe, el panorama geopolítico. 

El intelectual francés Jean Boudrillard definía así el acontecimiento: “La caída de las torres es el acontecimiento simbólico mayor. La prueba flagrante de la debilidad de la potencia mundial. Las torres que eran el emblema de esa potencia, la encarnan aun en su dramático fin, que se parece a un suicidio”. 

 

La respuesta al acto terrorista

El gobierno de EE.UU., como defensor máximo de la globalización, herido de forma mortal cuando veía colapsar sus monumentos arquitectónicos, respondió como lo suelen hacer los gigantes ante los débiles: con la fuerza bruta. Trató de compensar su derrota simbólica con fuertes dosis de realismo militar.

Invadió Afganistán a menos de un mes del suceso y luego Irak en 2003, ambos como respuesta automática a los actos terroristas: el mundo tenía que convencerse de su superioridad militar incontestable.

Pero el accionar preeminente en el escenario militar, en algunos años comenzó a lucir cansado.

En 2023, los talibanes, aquel enemigo cultural,  todavía gobiernan Afganistán después de una humillante retirada del Ejército de EE.UU., en 2021, que produjo imágenes que podrían equipararse a una réplica menor del terremoto del WTC. Por su parte, Irak siempre resultó ingobernable. La intervención sobre Siria desde 2011 también representó otro fracaso estrepitoso y aún el presidente Bashar al Asad se encuentra en el poder.

Mientras proliferaban los teatros de operaciones en el Medio Oriente, el terrorismo iba perdiendo eficacia y no repetiría otro evento de aquella magnitud.

Pero el mal estaba hecho.

La guerra contra el terrorismo

A horas del ataque terrorista, el presidente de EE.UU., George W. Bush, explicaba el nuevo esquema bélico: “El pueblo estadounidense necesita saber que estamos enfrentando un enemigo distinto al que jamás hayamos enfrentado. Este enemigo se esconde en las sombras, y no tiene ningún respeto por la vida humana. Este es un enemigo que ataca a gente inocente y confiada, y luego corre a esconderse. Pero no podrá esconderse para siempre. Este es un enemigo que piensa que sus refugios son seguros. Pero no serán seguros para siempre”. 

La respuesta de EE.UU. en contra de sus “nuevos enemigos”, el terrorismo islámico y todo lo que pudiera relacionarse con este, no solo fue destemplada sino también impotente. El “gobierno mundial” que se creía más inteligente, terminó cayendo en la provocación de un adversario (el terrorismo) que ya hoy no existe en el mismo orden de preponderancia.

El esquema planteado de “guerra de civilizaciones” terminó mostrando una debilidad multidimensional del “nuevo orden mundial”: en el plano militar, con sus derrotas en Medio Oriente; en el simbólico, con la caída del ‘american way of life’; y en el económico, con el despunte de China y el actual auge de los BRICS.

Con EE.UU. abriendo escenarios de conflicto militar, más bien se transitaba hacia la emergencia de nuevos polos económicos que ahora lucen más llamativos para las economías emergentes.

Mientras EE.UU. defendía con las armas el liberalismo mundial, China y otras potencias emergentes iban avanzando en el propio terreno del capitalismo occidental: el del libre mercado, potenciando la producción industrial y tecnológica e invadiendo el comercio del globo.

Con EE.UU. abriendo escenarios de conflicto militar, más bien se transitaba hacia la emergencia de nuevos polos económicos que ahora lucen más llamativos para las economías emergentes que han perdido el miedo a la preponderancia de Washington. 

De la “sociedad del riesgo”, caracterizada por un solo polo de poder mundial con una inseguridad generalizada, pasamos a una especie de nueva Guerra Fría que se explayó en el plano comercial, en el que Occidente no pudo mantener la hegemonía total que esperaban los teóricos del “fin de la historia”.

Aunque los nuevos flancos abiertos en Ucrania y Taiwán dan cuenta de un nuevo estatuto del panorama geomilitar, todavía el escenario central de disputa es el económico y se basa en la iniciativa que están tomando los países emergentes que componen lo que han llamado el Sur Global y cuya agenda va a contrapelo de la de Washington: desdolarización, tratados de libre comercio que no pasan por la venia estadounidense, Banco de los BRICS y diseño de sistemas financieros paralelos al SWIFT.

EE.UU. no cesará de trasladar esta nueva correlación de fuerzas comerciales al terreno militar, pero ya no para invadir países, matar a sus líderes y quedarse con sus riquezas, eso le ha salido muy caro y acomplejante. Ahora utiliza el elemento militar para desestabilizar a sus principales contendientes, abriendo flancos en Ucrania y Taiwán. No invierte tanto en su Ejército para controlar otros territorios como las operaciones Tormenta del Desierto (Irak) y Libertad Duradera (Afganistán), con despliegue de cientos de miles de hombres, sino que invierte en otros ejércitos o grupos irregulares para que instalen una especie de foco de conflicto en torno a su competencia, militar o económica, llámese Rusia o China.

Los países emergentes del Sur Global llevan una agenda que va a contrapelo de la de Washington: desdolarización, tratados de libre comercio que no pasan por la venia estadounidense, Banco de los BRICS y diseño de sistemas financieros paralelos al SWIFT.

El nuevo mundo que emerge en el campo económico dibuja un panorama muy diferente al que impusieron las imágenes de las caídas del Muro y las Torres Gemelas. Después de 32 y 22 años, respectivamente, el mundo ha dado otro giro geopolítico y nos dirigimos a una situación quizá más conflictiva pero no tan indescifrable como cuando los talibanes y Osama bin Laden ocupaban las preocupaciones centrales del imperio.

Hoy sus preocupaciones son, indudablemente, otras. Está viendo crecer a sus adversarios en el propio terreno comercial y simbólico que le permitió desplazar a las potencias no occidentales. La unificación de los países del Sur Global significa una verdadera competencia que está arrastrando a muchos aliados “naturales”, como India y Arabia Saudita, y que impone un nuevo equilibrio.

Veremos cómo EE.UU. responde a este nuevo esquema y cómo va a caracterizar a sus adversarios, que ya no parecen tan “distintos” y “escondidizos” como los que visualizaba Bush.   

Tomado de RT/ Foto de portada: Markusgano.

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