Internacionales

El genocidio palestino y las insuficiencias de los organismos internacionales

Por José Ernesto Nováez Guerrero.

La brutal agresión de “Israel” a la Franja de Gaza reactiva una vez más el debate sobre la funcionalidad de las estructuras internacionales, especialmente la ONU, en teoría máxima organización responsable de garantizar que cosas como estas no puedan ocurrir en el mundo. 

Sin embargo, en contraste con la agilidad con la cual se ventilan otros procesos, la toma de una posición común por parte de la comunidad internacional y los organismos encargados ha sido lenta y a casi 20 días de iniciado el conflicto, aún no se ha aprobado ninguna resolución relativa al mismo.

Las claves de esta morosidad están en las raíces misma del surgimiento de la ONU. Nacida en 1945, como sustituta de la fracasada Sociedad de Naciones, la ONU fue una arquitectura política nacida del consenso entre los vencedores de las II Guerra Mundial. De ahí que disponga de un mecanismo como el Consejo de Seguridad, que en esencia es un dispositivo de hegemonía, en el cual los países con representación permanente, encarnan los grandes poderes y bloques de intereses del mundo contemporáneo: actualmente son EE.UU., Gran Bretaña, Francia, Rusia y China.

La existencia de este solo dispositivo ya es suficiente para invalidar al resto de las estructuras. Sus miembros tienen poder de veto sobre cualquier propuesta de resolución que dimane desde la propia Asamblea General o en el seno del Consejo y, a la vez, las resoluciones emitidas por el Consejo resultan vinculantes, o sea, los países están obligados a cumplirlas o podría caer sobre ellos el temible castigo de alguno de los grandes poderes del mundo actual.

Pero una de las grandes ironías es que, precisamente, estos grandes poderes sobre los cuales descansa el consenso fundacional de las Naciones Unidas y los cuales concentran en sus manos el dispositivo de invalidación de la comunidad internacional, que es el Consejo de Seguridad, pueden, si así les resulta más conveniente, iniciar acciones militares de gran envergadura sin someterlas al Consejo o ignorando directamente a la Asamblea General y cualquier posicionamiento de esta sobre el tema. Es el caso, por ejemplo, de la invasión protagonizada por la Organización del Atlántico Norte (OTAN) en Libia, cuyo legado ha sido la total destrucción de ese país.

Para su funcionamiento, la ONU precisa de las cuotas que pagan los países miembros. El origen del dinero es determinante para la lógica de funcionamiento de estas estructuras. Así, tenemos que para el período 2019-2021, el país que más aportó al presupuesto de la ONU fue Estados Unidos con un 22 por ciento, seguido de China con un 12 por ciento y Japón con un 8,6 por ciento (1). Otro ejemplo indicativo lo tenemos en el financiamiento de las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, los famosos Cascos Azules, que han sido desplegados en numerosas naciones a lo largo de estos 78 años. En el período 2020-2021, los países que más aportaron fueron: Estados Unidos con 27,89 por ciento, China con un 15,21 por ciento y Japón con un 8,56 por ciento(2). 

Este patrón se repite en casi todos los otros organismos que componen la actual ONU. Eso explica, en parte, la reactividad para condenar cualquier acción que afecte a los países del núcleo hegemónico del capitalismo contemporáneo, mientras son morosos e inefectivos para denunciar el genocidio en numerosas latitudes.

El caso específico de “Israel” y Palestina tiene algunas particularidades. El “Estado de Israel” fue creado en 1948 en el antiguo Mandato Británico de Palestina. Fue un proyecto de nación surgido para resolver el problema histórico de los judíos europeos, el cual había dado pie al nacimiento del sionismo en el siglo XIX, sobre todo después del genocidio cometido por los fascistas. Este proyecto fue apoyado desde el principio por los grandes poderes occidentales, particularmente Estados Unidos, cuya perspectiva geopolítica del mundo después de la II Guerra Mundial tenía un marcado interés por la región del Medio Oriente.

La existencia de un estado satélite, fuertemente armado y fuertemente dependiente del capital y la industria armamentística norteamericana, era el equivalente al despliegue permanente de un portaviones gigante que permitiera disputar la influencia soviética en una zona de grandes reservas petroleras y donde la segunda oleada de descolonización propiciaba el nacimiento de nuevos estados.

En cierta forma macabra, los palestinos han sido y son víctimas colaterales de este ejercicio de establecimiento de la “democracia” en Medio Oriente que ha sido la política de Washington en las décadas transcurridas. Una política basada en el apoyo irrestricto a “Israel” y la paralización casi total de las estructuras internacionales en lo referente al tema. En una conferencia de prensa ofrecida el 19 de octubre pasado, el Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, Bruno Rodríguez Parrilla, declaraba que Estados Unidos ha vetado 46 resoluciones sobre Medio Oriente en el Consejo de Seguridad, incluyendo la cuestión de Palestina. 

En la mencionada conferencia de prensa, el Ministro de Exteriores cubano apuntaba que “Israel” actúa con la seguridad de que no tendrá que rendir cuentas por sus actos y de que tiene el apoyo de Estados Unidos y la OTAN. Tal es así que, en la actual coyuntura, la potencia norteamericana ha movilizado dos portaaviones con sus grupos de combate para garantizar la seguridad de su aliado regional y Gran Bretaña ha mandado numerosos aviones de combate. 

Pero no solo la ONU ha sido incapaz de asumir una postura firme ante la nueva masacre que está aconteciendo en Gaza, también la Unión Europea les ha fallado a los palestinos. No solo le han dado la espada a una región y un conflicto donde algunos de sus estados miembros tienen una marcada responsabilidad histórica, sino que, además, muchos de los países que la componen han prohibido cualquier manifestación en solidaridad con Palestina. Por si fuera poco, en un colmo paroxístico de la neoverdad (de la cual Orwell se sentiría muy orgulloso), el alto representante de la Unión Europea para la Política Exterior, Josep Borrell, ha declarado que “los palestinos muertos son también las víctimas de Hamás.”(3)

No importa la barbaridad del crimen que está perpetrando “Israel”, el uso de bombas de fósforo blanco en contra de la población civil en la Franja de Gaza, algo prohibido en la Convención de Armas Químicas de 1997, el bombardeo de hospitales, escuelas, residencias, el bloqueo total de agua, alimentos, electricidad, medicamentos, permitiendo entrar a cuentagotas, por el paso de Rafah, apenas una décima parte de los camiones que circulaban por ahí diariamente, todo esto es culpa, única y exclusivamente, de los palestinos, específicamente de Hamás. Queda terminantemente prohibido, desde la lógica de Occidente, criticar a “Israel” sin haber antes renegado enfática y activamente de Hamás y cualquier atisbo de resistencia en Palestina.

No es que no necesitemos las estructuras internacionales. Al contrario. La ONU y las numerosas organizaciones asociadas a ella hacen un trabajo significativo y cubren áreas que antes de 1945 no se atendían o visibilizaban lo suficiente. Pero al mismo tiempo urge una reforma de fondo, urge transformar el Consejo de Seguridad. No podemos construir un mundo mínimamente acorde con los principios de la Carta Fundacional de la ONU, dándole la espalda a cualquier genocidio o arbitrariedad, solo porque un poder imperial la respalda.

Aceptémoslo. La comunidad internacional y sus estructuras llevan 75 años fallándole al pueblo palestino. Y además, por esas maravillas del pensamiento liberal, nos encontramos ante el hecho de que un estado colonial y asesino como el israelí, es considerado por Occidente como “la única democracia del Medio Oriente”. 

Notas

(1) Cfr https://elordenmundial.com/como-se-financia-onu/ 

(2) Cfr https://peacekeeping.un.org/es/how-we-are-funded

(3) https://esrt.site/actualidad/484942-borrell-palestinos-fallecidos-victimas-hamas/

Tomado de Al Mayadeen/ Foto de portada: Momen Faiz / Getty Images.

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