65 de Casa de las Américas: Memoria viva y permanencia, punto de encuentro y una obra que continúa
Por Deny Extremera San Martín.
“Fe de erratas. Donde dice: 12 de octubre de 1492, debe decir: 28 de abril de 1959. En ese día de abril fue fundada, en Cuba, la Casa que más nos ha ayudado a descubrir América y las muchas Américas que América contiene”.
En pocas líneas, esas que escribía y desdibujaban las fronteras de ensayo y crónica, narración y poesía, Galeano resumía la impronta de la institución que este domingo cumple 65 años.
Aquel día de enero de 2012, en las palabras inaugurales del Premio Casa, el autor de Las venas abiertas de América Latina, Memoria del Fuego y El libro de los abrazos decía que “la otra fecha, la de octubre, rinde homenaje a sus presuntos descubridores, esos que la historia oficial aplaude, pero ellos fueron más encubridores que descubridores: iniciaron el saqueo colonial mintiendo la realidad americana y negando su deslumbrante diversidad y sus más hondas raíces.
“En cambio, la Casa de las Américas, nacida de la Revolución cubana, lleva más de medio siglo ayudándonos a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, y no con las miradas que desde arriba y desde afuera nos han humillado desde siempre”.
Es una historia ya larga, que rebasa en volumen, intensidad, dimensión y geografía –tanto la física (porque la huella que ha dejado en muchos ha ido más allá de La Habana, de la América Latina y el Caribe) como la cultural y de pensamiento– el mero conteo de los años. Y no termina.
En un día de abril, a pocas horas de comenzar la edición 64 del Premio, el director del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa (CIL), Jorge Fornet, me comenta sobre el reto de recoger en un libro (las ediciones de Premio Casa de las Américas: memoria, junto a Inés Casañas) la trayectoria del Premio y la institución.
En las palabras preliminares a Premio Casa de las Américas. Memoria 1960-2020, Fornet escribió que “esta es la historia de un premio literario. Pero es también –si se nos perdona la inmodestia– la historia de buena parte de la literatura latinoamericana y caribeña de las últimas seis décadas. Durante sus sesenta años de existencia, el Premio, el más antiguo de su tipo en el Continente, ha sido reflejo de la historia y la cultura de la América Latina y el Caribe.
“No es de extrañar que su repercusión fuera inmediata. Ya en el discurso que pronunciara en la Conferencia de Punta del Este en 1961, el Che Guevara lo mencionaba como prueba y ejemplo de la ‘exaltación [que Cuba propiciaba] del patrimonio cultural de nuestra América Latina’.
“A partir de su primera edición en 1960, en la cual fueron jurados desde escritores consagrados como Miguel Ángel Asturias, Nicolás Guillén y Alejo Carpentier hasta jóvenes promesas como Carlos Fuentes, el certamen ha contado con la presencia de más de mil intelectuales de varios continentes.
“Muchos autores a quienes la vida condujo por los más disímiles rumbos (Juan José Arreola, Mario Benedetti, Kamau Brathwaite, Italo Calvino, Antonio Candido, Ernesto Cardenal, Fernando Henrique Cardoso, Camilo José Cela, Julio Cortázar, René Depestre, María Rosa Oliver, Nélida Piñón, Ángel Rama, José Saramago y Mario Vargas Llosa, entre otros) han legitimado, al participar como jurados en él, un premio empeñado en apoyar, inclusive, la creación en géneros no canónicos o en otras lenguas de nuestra América, además de estimular el esfuerzo de los nuevos escritores.
“De hecho, autores como José Soler Puig, Roque Dalton, Ricardo Piglia, Alfredo Bryce Echenique, Antonio Skármeta y Eduardo Galeano daban sus primeros pasos en la literatura cuando fueron galardonados y publicados por la Casa”.
“Nunca dejemos de pensar que somos de la Patria Grande. La historia de este premio ha sido la historia de América Latina en estas décadas. Un premio que sirvió para estimular a nuevos escritores, como Galeano, que daban sus primeros pasos en la literatura cuando fueron premiados aquí”.
“La Casa tiene el sello de Haydée, y Retamar es una herida incurable, porque su liderazgo y la hondura de su poesía llenaron todos estos espacios”.
“(…) Es una réplica en pequeño de la Cuba que sigue empecinada en no renunciar a la utopía”.
(Abel Prieto en la inauguración del 61 Premio Casa de las Américas, 2020)
La Casa, hoy presidida por el escritor Abel Prieto, fue creada poco después de triunfar la Revolución y a escasas semanas del nacimiento del Icaic.
Pronto, en octubre de 1959, lanzaba la primera convocatoria al Concurso Literario Hispanoamericano. En 1964, con la entrada de autores brasileños, que propuso Manuel Galich, subdirector de la institución, adoptaba el nombre de Concurso Literario Latinoamericano y a partir de 1965 sería el Premio Literario Casa de las Américas.
En las últimas dos ediciones, cambió su tradicional convocatoria de enero a abril, coincidiendo con el aniversario de Casa, y cumplió en estos días 64 años, uno menos que la institución, porque no fue convocado en 2021 debido a la pandemia de covid-19.
“Nació cuando la Casa comenzaba su camino. Los fundadores contaban que había una inquietud: ¿qué hace una institución cultural, cómo convoca? Y surgió [una propuesta de Katya Álvarez y Marcia Leiseca que Haydée apoyó de inmediato] la idea del concurso, cuya primera edición se celebró en enero de 1960.
“Lo curioso es que esa idea, aparentemente improvisada, que surgió fruto de las circunstancias, haya cuajado y quedado para siempre. Ese año, el premio tuvo una convocatoria enorme [575 originales recibidos], que respondía, obviamente, a la convocatoria de la Revolución cubana”, dice Jorge.
No era “una institución en el aire”, agrega, y recuerda a Roberto Fernández Retamar afirmando que era “un epifénomeno de la Revolución”.
Nacía, como poco antes el Icaic, del sustrato de una política cultural que se iba conformando y el contexto (la Revolución cubana atrayendo la mirada mundial hacia el país y América Latina, donde, a la vez, comenzaban a tejerse las redes para su aislamiento político y alentaban nuevos aires sociales y políticos que tenían su reflejo también en la literatura, el arte y el pensamiento) hizo que desde sus inicios deviniera en puente de comunicación del proceso de cambio que vivía la Isla con la intelectualidad del continente.
En aquella primera edición, Alejo Carpentier, que poco antes había regresado a Cuba y organizado el primer Festival del Libro Cubano, ayudó a preparar las bases del concurso, fue jurado y, a la vez, convocó a gran parte de los jurados, entre ellos algunos jóvenes y otros ya consagrados a nivel internacional.
Estos, junto a varios premiados, participaron en una serie de encuentros literarios en la Biblioteca Nacional José Martí bajo el título Autores, que incluyeron charlas, disertaciones e intercambios con los lectores.
Ha sido una de las características del Premio: no se limita al análisis y la selección de obras, sino que propicia presentaciones de libros premiados (incluidas traducciones en los casos del Caribe anglófono y francófono y Brasil), lecturas, debates, conferencias; también conciertos, exposiciones y otros eventos culturales.
Hoy es improbable un coloquio, premio, temporada, festival, año temático, evento teórico u otra iniciativa sobre una manifestación artística o literaria específica, organizados por Casa, que no incorporen a otras en su programa.
Esa vocación orgánica, integradora, de incansable búsqueda que quedó en el ADN de la Casa desde los días de su fundación, le ha llevado no solo a revelar, promover y apoyar a jóvenes escritores, artistas, intelectuales, sino a poner la atención o iluminar tendencias, fenómenos, áreas de la creación y la tradición, la vida social y cultural y el pensamiento en América Latina, el Caribe o entre sus diásporas que no estaban suficientemente visibilizados.
“Siempre me ha llamado la atención qué explica la sobrevivencia de la Casa y del Premio en estos 65 años”, me dice Jorge.
“Es uno de sus grandes méritos, estar cambiando y creciendo permanentemente. La Casa sigue siendo la misma de abril de 1959, el proyecto de integración cultural latinoamericana y caribeña, pero, al mismo tiempo, es otra; incluso, eso que llamamos América Latina ya no es lo que se consideraba entonces. Nuestra América ya no es lo que se concebía en aquellos momentos iniciales, aquella del río Bravo a la Patagonia, pues hace rato desbordó el río Bravo y también está en la otra América.
“Hay una vocación de estar expandiendo las fronteras y redefiniendo permanentemente qué es la América Latina, qué es el Caribe, cuál es el público de la Casa. Para entender la trayectoria, lo que se hace en la institución, hay que entender esa idea base: no podemos acomodarnos a lo que damos por hecho; hay que ampliarse, crecer constantemente”.
Por ejemplo –añade– el premio hubiera podido funcionar 60 años o más en su concepción original.
Pero a los cinco géneros canónicos convocados en 1960 (poesía, novela, cuento, ensayo y teatro) se sumaron los de testimonio (1970), literatura para niños y jóvenes (1975); la literatura caribeña en lengua inglesa (1975), francófona (1979) y creole (1983); literatura brasileña (1980) y literatura en lengua indígena (1994), los premios extraordinarios y, desde el 2000, los tres honoríficos: el Premio de Narrativa José María Arguedas, el Premio de Poesía José Lezama Lima y el Premio de Ensayo Ezequiel Martínez Estrada.
Sobre el hito de ser el primer premio literario en reconocer el testimonio como género, Jorge recuerda que “fue muy discutido. Empezaron a llegar obras que escapaban del canon. No es que quisiéramos forzar el canon, es que ya los escritores, la realidad, lo estaban forzando. Desde la Casa, y desde los jurados del Premio, se percibió que había algo nuevo, un género que tenía una fuerza extraordinaria y no acababa de ser reconocido. Tocaba reconocerlo, reconocer a quienes lo escribían y a sus sujetos, los testimoniantes”.
Ese cambio constante implica estar redefiniendo permanentemente el proyecto. Sigue siendo el mismo en su esencia, en su vocación original, pero es otro también: va sumando áreas, voces, manifestaciones, fenómenos y tendencias de la realidad continental.
En 1967, la Casa acogió dos eventos históricos. El año comenzó con el Encuentro con Rubén Darío, a propósito de su centenario, y se le dedicó el número 42 de la revista Casa, mayo-junio 1967.
“Uno de los grandes poetas de la lengua, que uno asocia casi con la torre de marfil, el poeta excelso, el gran modernista. Muchos escritores progresistas habían sacado a Darío del altar”, comenta Jorge Fornet, y destaca que la Casa contribuyó a rescatar su legado también desde la izquierda.
El debate entre destacados intelectuales del continente (los testimonios pueden encontrarse en internet) reivindicó al poeta en un lugar preponderante en la tradición latinoamericanista.
Poco después, a finales de julio y principios de agosto, se celebró el Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta, al que asistieron más de 50 cantores de casi una veintena de países.
Meses más tarde, ya en febrero de 1968, se celebraría el también histórico primer concierto de Silvio, Pablo y Noel juntos en la Sala Che Guevara.
En enero de 2018, en las palabras inaugurales del Premio Casa 59, Silvio dijo: “(…) el mes que viene hará medio siglo de que varios trovadores de mi generación estuvimos por primera vez en este mismo salón. Aún no se llamaba Che Guevara, aunque ese fue un nombre que nos sobrevoló aquella noche.
“Lo que era yo, estaba bastante azorado, casi no me lo creía, porque en febrero de 1968 Casa de las Américas era ya un lugar honroso y querido, liderado por una heroína y respaldado por brillantes artistas y escritores”.
La Casa, del patrimonio y la producción intelectual al público
Tras su creación en abril, la Casa de las Américas abría sus puertas en julio de 1959 y al año siguiente surgían las revistas Casa y Conjunto (1960), a las que se sumarían Boletín Música (1970) y el anuario multilingüe Anales del Caribe (1981).
Los nacimientos del premio (1959) y el CIL (1967) convivieron en los años iniciales con los de los Departamentos de Artes Plásticas (1961) y Teatro (1964) y la Dirección de Música (1965).
En 1979 fue creado el Centro de Estudios del Caribe, y posteriormente, expresión de la vocación y capacidad de la Casa de abrir espacios de reflexión y debate contemporáneos, el Programa de Estudios de la Mujer (1994), el Programa de Estudios sobre Latinos en los Estados Unidos (2009) y el de Estudios sobre Culturas Originarias de América (2011)
Es vasto el aporte de cada uno de esos espacios y de la Casa: de los estudios literarios del CIL, los volúmenes de Valoración Múltiple y la casi veintena de colecciones del Fondo Editorial (1997, nacido como editorial en 1960) a los festivales de teatro de los primeros años y la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral a partir de los noventa.
Del Concurso de Composición en los sesenta, el Premio de Composición desde 2004 y, a partir de 1999, el Coloquio Internacional de Musicología, al Premio de Ensayo Fotográfico (1981-98), el temprano Concurso de Grabado Latinoamericano, La Joven Estampa (1987-2011) y la publicación digital Arteamérica; los años temáticos (del Año Matta en 2006 y el Año Cinético en 2009 al Año de la Nueva Figuración, 2012; el Año Fotográfico, 2013-2014, y el Año del Dibujo, 2015).
De eventos como Casa Tomada (Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas) y las jornadas de Va por la Casa, abiertas al público general, a los coloquios internacionales sobre la diversidad cultural en el Caribe, culturas originarias de América, mujeres latinoamericanas y caribeñas y latinos en Estados Unidos y a la Semana de Autor, en la que destacados escritores se encuentran con el público y participan en presentaciones de sus libros.
Galerías, biblioteca con más de 100 000 libros, la sala Che Guevara (eventos y conciertos), la librería Rayuela, colecciones de instrumentos y partituras, de arte popular, de pintura (Colección Arte de Nuestra América, con miles de obras); las colecciones Música de esta América (discografía) y Palabra de esta América (grabaciones de textos de autores de la región en sus voces); grabaciones de conciertos, muchos históricos; un archivo con valiosos materiales, documentos y fotografías, relacionados con la historia de la Casa y la cultura latinoamericana que tiene a su cargo el programa Memoria.
“Cada vez que un trovador dialoga con la Casa, sabe que dialoga con un espacio propio. Cada vez que un cantor latinoamericano viene, sabe que visita la casa de Gieco, de Mercedes Sosa, de Jara… Regresan una y otra vez al espacio que les corresponde por derecho.
“¿Dónde se ve todo eso?: en los programas de mano. Por suerte, hemos conservado la papelería y la correspondencia, porque ahí se puede encontrar mucha información. Nos falta mucho por escribir todavía, porque la cotidianidad nos impone desafíos y no tenemos tiempo para sentarnos a escribir todas las historias, pero cada vez que abrimos un archivo encontramos papeles marcados por la grafía de gente grande. Se tocan las firmas de cada uno, sientes la relación entrañable con la Casa.
“Todos esos músicos que han estado aquí encontraron reconocimiento y respeto, y la Casa encontró en ellos la razón de ser. Por eso esta Casa, para los músicos, tiene tanto valor, aun cuando a veces creemos que otros saberes o quehaceres ocupan más lugar. Al final, la música sella de manera especial los momentos significativos de la Casa. Es algo orgánico, no es casual. Es la magia de la relación entre la Casa y el arte latinoamericano”.
(María Elena Vinueza, directora de Dirección de Música de Casa de las Américas, en La Jiribilla, 2019)
Jorge señala que “la Casa es más conocida, por supuesto, por su labor cultural: la literatura, la música, las artes plásticas, el teatro, pero también ha sido un espacio de pensamiento importante. En eso han sido claves la revista Casa y la editorial; personalidades que han pasado por aquí, con una cultura vastísima y una amplitud para ir entendiendo qué somos.
“Lo que percibe el público son los hechos, las exposiciones, los conciertos, las obras de teatro, los festivales, las conferencias y simposios… Pero esa otra esencia, la del pensamiento, está permanentemente en ebullición”.
Vaso comunicante, diálogo y debate, la casa de los abrazos
¿Se podría decir que la Casa ha contribuido a acercar la producción literatura, artística, de pensamiento, del Caribe de habla francesa o inglesa y la América Latina hispanohablante, como una especie de vaso comunicante entre esos ámbitos?
El director del Centro de Investigaciones Literarias considera que “la conexión del Caribe con América Latina era uno de los grandes desafíos, y en mucha medida, gracias a la Casa, se ha logrado.
“Hace poco, a inicios de abril, murió una escritora guadalupeña muy importante, Maryse Condé, que recibió en 2018 el Premio Nobel Alternativo. Cuando en el ámbito latinoamericano se asomaron a su trayectoria, ahí, entre otras fuentes, estaba el Fondo Editorial de Casa de las Américas, que publicó una de sus mejores novelas, Yo, Tituba, la bruja negra de Salem [número 168 en el catálogo de la colección Literatura Latinoamericana y Caribeña], a propósito de la Semana de Autor que en 2010 contó con su presencia en la Casa, que también le dedicó un número de su revista”.
La Casa –añade– “es muchas veces el punto de referencia para los caribeñistas del mundo hispanohablante. Muchas publicaciones nuestras son traducciones únicas en lengua española. Es un proceso complejo e inacabable el de esa integración natural entre el Caribe no hispano y los latinoamericanos hispanohablantes, y la Casa ha tenido un papel importante.
“Hace unos años, siendo secretario general de la Asociación de Estados del Caribe, el historiador y escritor colombiano Alfonso Múnera propuso una idea que luego no fructificó, pero que sigue siendo válida: hacer una gran biblioteca caribeña, sobre todo con lo que había publicado la Casa. Al conocer la colección de nuestra institución, pensó en los estudiantes de América Latina, para quienes a veces es algo lejano la producción literaria y de pensamiento del Caribe insular. Eso sucede también en cuanto al teatro, la música, las artes plásticas”.
La Casa ha sido escenario para debates y para el conocimiento mutuo entre escritores y artistas de la región. Ha sido durante décadas, también, la casa de los abrazos: entre intelectuales y creadores de países y ámbitos distintos; entre culturas y manifestaciones artísticas, cuerpos de pensamiento y testimoniantes de realidades diversas.
En 1979, Mario Benedetti escribió que, desde su creación, la Casa fue “un centro de difusión de estudio y de encuentro del arte y las letras latinoamericanas, una nueva forma de lucha contra la segmentación y el desmembramiento de nuestra cultura, fomentados desde siempre por el imperialismo.
“Por lo general, los escritores y artistas latinoamericanos y del Caribe sabían más de lo que se producía en París, Londres o Nueva York que de lo que se creaba en México, Caracas, La Habana, Lima, Buenos Aires, Kingston o Montevideo.
“La Casa de las Américas propició el encuentro en Cuba de escritores, pintores, músicos, dramaturgos, cantantes. Muchos de nosotros nos conocimos aquí, dialogamos aquí, intercambiamos aquí por vez primera experiencias y opiniones sobre la vida artística de nuestros respectivos países”.
Jorge recuerda que Julio Cortázar afirmaba que su primera visita en 1963, y su labor como jurado, le hicieron comenzar a reconocerse como escritor latinoamericano.
“Era un escritor argentino que vivía en Francia desde la década de 1950. Llegar al bullicio habanero, estar en contacto con la Casa y con otros escritores de la región, le hizo descubrir esa faceta de escritor latinoamericano.
“Es también uno de los propósitos y valores de la Casa: servir de puente, de enlace, un lugar también de afectos. Se establecen relaciones duraderas de los autores con la Casa y entre ellos mismos”.
Cortázar diría años después, en 1980, que “la labor de la Casa de las Américas asume una significación que ningún elogio podría abarcar y que sobrepasa largamente su vida institucional. Sus publicaciones y actividades han ocupado un lugar permanente en centros de recepción de cultura del mundo, incluso en algunos cuya línea ideológica dista de ser la de Cuba, pero que ya no pueden ignorar la calidad y la validez de la producción intelectual y artística que la Casa vehicula y estimula”.
Rostro propio e identidad
Pepe Menéndez, director de Diseño de la Casa, llegó a la institución en 1999, cuando se fundó ese departamento como parte de la Dirección de Comunicación e Imagen, con una concepción más contemporánea de la comunicación institucional, que generó dos oficinas: una de diseño y otra de prensa y relaciones públicas.
Antes de 1959 –recuerda–, no había en el país instituciones con tradición cartelística sostenida, un campo donde existían dos núcleos fundamentales: el cartel de promoción de las distribuidoras de cine, que trabajaban con determinados artistas –el paradigmático, el más prolífico y de larga carrera fue Eladio Rivadulla (1923-2011), que también creó para el Icaic–, y la gráfica política, con cierta producción anual, sobre todo asociada al ambiente electoral. En medio estaba el variopinto cartel comercial.
Con la Revolución, surgió un grupo de instituciones políticas, sociales y culturales productoras sistemáticas de carteles, entre ellas el Icaic, que lidera con una monumental producción; la COR (Comisión de Orientación Revolucionaria, que luego sería DOR, Editora de Propaganda Gráfica y Editora Política), la OCLAE, la OSPAAAL el Consejo Nacional de Cultura, el BNC, el Conjunto Folclórico Nacional, el Teatro Nacional y la Casa de las Américas.
“Es ahí cuando se comienza a asociar el cartel con una institución”, dice.
Según Menéndez, antes de los noventa, el prestigio gráfico de la Casa estaba asociado mayormente “con la figura de Umberto Peña y el trabajo maravilloso que hizo durante cerca de dos décadas, desde mediados de los sesenta hasta los ochenta, fundamentalmente en lo editorial: revistas y libros, y los discos. Umberto, además, creó alrededor de un centenar de carteles para la Casa”.
Añade que “quienes nos hemos encargado del diseño desde finales de los noventa hemos tratado de seguir los mejores referentes que nos precedieron: Umberto y sus antecesores, porque también sentaron pauta aquí antes, puntual pero contundente, Félix Beltrán y Raúl Martínez (en los inicios) y Alfredo Rostgaard, quien se mantuvo aportando intermitentemente a lo largo del tiempo.
“Umberto lo hizo durante mucho tiempo, con una maestría excepcional, más integralmente como diseñador. Ascuy, Reboiro, Muñoz Bachs, incluso Rostgaard, son cartelistas natos. Difícil elegir algo diseñado por ellos que brille más que sus carteles. Con Umberto, puedes ver una doble página de una revista espectacular; un libro, una portada de disco, logotipos, papelería y, también, muy buenos carteles”.
Por estos días, es posible visitar en la Galería Latinoamericana de la Casa la exposición Los papeles de la Casa, que muestra carteles, pero, también, algo que Menéndez resalta en la producción gráfica histórica de la institución: la papelería.
“Recupera y expone todo lo que normalmente no se exhibe. Hay carteles, discos, pero lo más revelador es la papelería. La Casa siempre se preció de tener una papelería con una personalidad propia, no simplemente la hoja timbrada. Había calidad y coherencia entre esa hoja timbrada, la media carta, la tarjeta de presentación, el sobre de carta o de documentos, el programa de mano con la identidad gráfica del evento al que se relacionaba, fuera un encuentro de intelectuales, un concierto, una exposición o una temporada.
“La exposición permite ver qué importancia dio la institución a atender el diseño como una herramienta para fidelizar, estimular la imaginación, reafirmar los contenidos que se presentan, incluso, empleando recursos lúdicos en algunos casos”, dice.
“No creo que haya otra institución que tenga, en un periodo tan largo de tiempo, una producción gráfica para todos los soportes con la calidad y el rigor, la coherencia, que uno puede apreciar en esa exposición”, sostiene el director de Diseño de la Casa.
“La Casa de las Américas es un referente en el diseño, menos conocido de lo que merece. A veces no se asocia a la revista Casa, por ejemplo, con la calidad gráfica que ha mostrado en muchos momentos, más allá de los contenidos. Hay páginas de la revista espectaculares, muy creativas, realmente hermosas. Tiene méritos gráficos y es un referente de la gráfica en este país”.
En opinión de Menéndez, el diseño ha sido para la Casa de las Américas una herramienta acompañando visualmente los territorios que la institución ha defendido.
“Le ha servido, además, para perfilarse como institución, adquirir un rostro propio, reconocido visualmente en cualquier soporte. La Casa tiene la virtud de una imagen asociada a ella como institución; incluso, tiene la suerte de contar con un edificio icónico como sede y con otro icono, que ganó notoriedad a lo largo del tiempo, que es el Árbol de la Vida.
“Ha tenido la suerte de tener imagen ‘impregnante’ y, además, de que aquí se pariera el que tal vez sea el cartel cubano más famoso de todos los tiempos, La rosa y la espina, creado por Alfredo Rostgaard, a pedido de Haydée, para el Primer Encuentro Internacional de la Canción Protesta.
“Si ves la foto de un trovador presentándose en la sala Che Guevara y al fondo está el Árbol de la Vida, no necesitas leer que el concierto fue en la Casa de las Américas. Ya sabes que fue aquí.
“A ello se suma que el diseño contribuyó a dar rostro gráfico a la institución con el uso de ciertas tipografías, viñetas, colores… Y algo en lo que está la mano de Humberto Peña: un estilo muy definido en las cubiertas, en los libros, con tipografías, gráfica y viñetas que crearon una identidad.
“En los tiempos de Humberto, y en esta etapa que comenzó a finales de los noventa, todo ello sirvió, y es muy importante, para afianzar el sentido de pertenencia de quienes trabajan en la institución: se apropian de esa identidad, sienten que pertenecen a la Casa también porque pertenecen a una forma de graficar, de expresarse y ser visualmente”.
Legado y obra continua
Jorge Fornet ha estado en Casa desde 1990. Como director del CIL, ha participado activamente junto a su equipo en la coordinación del Premio Casa.
“Hace poco recordaba que cuando se cumplieron 40 años de la Casa, en 1999, Retamar pronunció las palabras inaugurales del Premio y puso sobre la mesa preguntas un tanto incómodas: ¿qué van a hacer los jóvenes con la Casa y con el Premio Casa? ¿Quedará como está? ¿Desaparecerá, entendiéndose que su misión ha sido cumplida? ¿Encontrará maneras creadoras de seguir prestando servicios?”.
Ha pasado un cuarto de siglo desde entonces y el Premio y la Casa han sobrevivido, han seguido ese proceso interminable de vocación integradora, inclusiva, pero Jorge señala que las preguntas permanecen, relacionadas con el sentido del proyecto en una realidad que constantemente cambia, a veces a contracorriente, a veces en circunstancias adversas.
“La Casa sigue siendo relevante, en alguna medida más que antes; es una alternativa, no solo una manera de investigar y dar a conocer autores, ideas, artistas de manifestaciones diversas y funcionar como un núcleo para tejer redes de intelectuales.
“Nunca como hoy están llegando tantas obras al Premio [más de 1 300 en la edición 64, provenientes de 30 países, mayormente de Argentina, Cuba y Colombia].
“Es cierto que hoy ayudan las facilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y los envíos virtuales [en los años iniciales hubo una época en que eran pocas, y complejas, las vías para viajar a La Habana, tanto para invitados y visitantes como para las obras, que debían ir a Europa antes de ser reenviadas a la capital cubana]. Pero la cifra de originales confirma algo: hay muchos escritores, sobre todo jóvenes, que siguen confiando en el premio, aun cuando no tiene un reconocimiento monetario sustancioso”.
Jorge confiesa que “cuando se trabaja en un sitio como este, con tanta historia, se siente inevitablemente la tentación de recurrir a la nostalgia. Tantos grandes artistas, escritores, pensadores que han pasado por la Casa; tantos grandes momentos. Es algo justo y necesario, uno está orgulloso de eso”.
Pero, a la vez –añade–, la Casa, presidida hoy por el escritor Abel Prieto, ha seguido viva y caminando con los tiempos. Mira a las nuevas tendencias y públicos, los cambiantes escenarios. Suma nuevas voces, obras y territorios de la realidad latinoamericana y caribeña, sin perder de vista la brújula fijada hace 65 años.
“Sin lugar a dudas, el fenómeno de Haydée es impresionante. Ella vivió 20 años de la vida de la Casa; han pasado más de cuatro décadas desde su muerte y sigue presente. En el año de su centenario se publicaron sus textos, que nos la redescubrieron.
“Algunos han visto a Haydée como heroína y, por supuesto, fundadora de la Casa, pero cuando lees lo que escribió, lo que dijo, comprendes su dimensión humana, su inteligencia y su capacidad para reunir a tantos grandes intelectuales. Siempre, cada vez que los mayores, los que trabajaron con ella, la mencionaban, pensaba en cuán presente sigue estando. Tuvo la virtud de hacer una institución como esta, crear un equipo y un proyecto con una claridad y un legado que hoy siguen asombrando”.
“… A menos de cuatro meses de la victoria, el primero de enero de 1959, de la Revolución cubana, creó la Casa de las Américas y puso a su frente a una criatura que ya era una leyenda: la compañera Haydée Santamaría. Con su pasión revolucionaria, su audacia, su inteligencia, su sensibilidad, su don para dirigir, creó nuestra institución y la marcó para siempre. Es nuestro privilegio que esta seguirá siendo su Casa.
“Quiero, en ocasión de los sesenta años, rendir homenaje a quien, después de Haydee Santamaría, debe más la Casa de las Américas: la imprescindible compañera Marcia Leiseca”.
(Roberto Fernández Retamar, inauguración del Premio Casa, 2019)
Jorge menciona también a Retamar, a Mariano, a Galich, Marcia, Benedetti, Ezequiel Martínez Estrada, Carpentier…
Huellas en la Casa han dejado otros muchos grandes, de Argeliers León a Miguel Ángel Asturias, de Galeano a Cortázar, de García Márquez a Matta, de Roque Dalton a Onetti, Walsh y Lezama Lima; de Mercedes Sosa, Víctor Jara y León Gieco a los cantores reunidos en el verano de 1967 y a aquellos trovadores cubanos que un día de febrero de 1968 se presentaron allí en un recital que sería antecedente del Movimiento de la Nueva Trova.
Al hacer un balance de tantos que han trabajado en la Casa de las Américas, a lo largo de estas décadas, menciona los nombres de varios que son “muy queridos, que no tenían o tienen trabajo en la Casa de cara al público, sino hacia adentro. Muy queridos y necesarios, pilares fundamentales y que hacían el trabajo anónimo. Sin ellos, la Casa sería otra”.
Tomado de Cubadebate.