En una esquina de América o estar a la hora de la cita
Son las doce de la noche y hace treinta y dos grados. Sentado en la esquina de Avenida de los Presidentes y Calle 5, a cien metros de acá, un grupo de veinte personas conversa hace más de dos horas ahí, ninguno supera los cuarenta años. El narrador boricua Juanluís Ramos se pregunta por qué en el horizonte cultural de su país aparecen más los Estados Unidos que el resto de América, por qué esta charla no se dio antes. No es una pregunta inocente. No está obviando el oxímoron de Estado «libre asociado» que cuelga sobre el cuello de una población. Es más una inquietud sobre cuáles fueron y son los hilos con los que tejen ese simbólico telar tan efectivo. Alguien comenta el viaje de regreso, resistiendo a una identidad impuesta para exhumar una latente, cuando decide firmar todos sus libros, a pesar de haber nacido en Nueva Jersey, con su segundo nombre en honor a su tío puertorriqueño.
Es septiembre de 2017 y están hablando de William Carlos Williams, de hacer el viaje de regreso, de venir al encuentro. Voy a citar mal a Silvia Rivera Cusicanqui cuando dice que en el colonialismo las palabras no designan sino encubren.
La conversación continúa, el grupo se disgrega en distintos pelos radiculares que avanzan o se pierden en el boulevard: aparecen las risas, aparece un proyecto de escritura colectiva que recoja la memoria de esos días, aparece la necesidad de replicar eso que está pasando en otra zona del continente, aparece en algunos la necesidad de ir a por un poco más de algo para beber. Yo digo que el colonialismo a veces es menos transparente y no por eso menos efectivo, que vengo de Argentina y la naturalizada resistencia a asumir la americanidad es para algunos, incluso, un valor agregado. Stephanie Melyon, de Guadalupe, comenta que en la escuela ven pura historia francesa y europea. A los que la escuchamos nos cuesta imaginar niñas y niños hablando en creole en un aula en medio de las Antillas, visualizando palacios, escuchando una lección de historia francesa y las precauciones que hay que tener por la llegada del próximo huracán. Pero tratamos de imaginar a una pequeña Melyon ahí, a la misma que seis horas antes puso su cuerpo a ritmar en una performance de danza poesía en el patio de esta Casa, a la misma que intervino en un panel el día anterior junto a compañeros de Chile, México y Colombia, a la misma que trabó conversaciones durante estos días, a la misma que levantó el puño el segundo día de encuentro junto a artistas de dieciocho países vecinos en el emblemático frente de la Casa. Son las tres de la mañana, hace más de treinta grados. Sentados en la esquina de Avenida de los Presidentes y Calle 5, a cien metros de acá, el grupo se fue diezmando.
La conversación que comenzó hace tres días, con la apertura del IV Encuentro de Pensamiento y Creación Joven en las Américas, Casa Tomada 2017, hace una pausa para seguir al día siguiente. No fueron Irma ni María, huracanes que arrasaron gran parte de Cuba, Puerto Rico, Dominica días antes del encuentro, lo que verdaderamente impide este diálogo. Veremos crecer, jornada tras jornada, el mural con la tonalidad de las luciérnagas que la artista peruana Mónica Miros pinta día a día en el patio de la casa, lo veremos crecer como un reloj de arena, de nuestra arena, hasta que esté terminado y esa sea la señal de que hay que volver, aunque afortunadamente nadie puede volver igual de un viaje así.
Voy a citar mal a Haydee Santamaría, fundadora de la Casa, cuando dice: la intuición es la ciencia que no fue a la escuela. Le pregunto a mi hijo de cuatro años: «¿qué es la memoria, Fidel?», y me responde: «donde estás esperando cuando sabés más».
No sé si logra entender lo que dice, no sé de dónde saca esa respuesta, no sé si cuando dije «memoria» en su cabeza apareció lo mismo que en la mía, pero sé que hay algo intuitivo en la respuesta de un niño, que sirve para caminar también: la memoria es un lugar. Siguiendo la línea de saberes no acreditados por el occidente oxidado: asumir la memoria como un GPS comunal, lejos de lo estático, lejos de la cristalización y como parte inherente a las identidades americanas, a las muchas pero de un solo continente, a las muchas que forman esa unidad submarina de la que hablaba Kamau Brathwaite, también habitante de esta Casa, a las muchas que reencuentro en noviembre de 2020 a través de una pantalla en otro Casa Tomada.
El panel se llama esta vez: «Jóvenes en resistencia: proyectos, desafíos y apuestas desde la cultura hoy»; Juan Edilberto Sosa habla de los procesos de creación teatral, está en Santiago de Cuba; la poeta Viva Padilla habla desde el sur de Los Ángeles sobre la necesidad de escribir y editar poesía chicana; yo hago lo propio desde Buenos Aires, hablo de la revista Rapallo, mientras pienso escucho siento la necesidad de seguir, de alguna forma, expandiendo ese encuentro en el sur. Tenemos distintos husos horarios, estamos en distintos meridianos, pero, lo que se dice «estar», estamos todos en el mismo lugar. Voy a citar mal a Rodolfo Kusch cuando dice: nuestra autenticidad no radica en lo que Occidente considera auténtico, sino en desenvolver la estructura inversa a dicha autenticidad, en la forma estar-siendo como única posibilidad.
FESTIVAL AMERICANO DE POESÍA EN HURLINGHAM O UNA SEMILLA MARTIANA EN EL SUR
Desenvolver ese telar, esa estructura, ese tejido para que emerja la nuestra, ¿no es acaso esa la tarea a la que estamos acá todos invitados? ¿No son acaso esos hilos de los que hablaba Juanluís aquella noche de septiembre? Estamos de vuelta en septiembre, ¿pero en cuál de todos? El clima es bueno, la temperatura es agradable, pero estamos en el paralelo 33.
En 2022 nació el primer Festival Americano de Poesía en Hurlingham, en una pequeña comuna de la mancha urbana que derrama Buenos Aires, asumiendo estar al costado de una gran ciudad, pero con la pretensión de estar en América. Me es imposible pensar en la existencia del festival sin las veces que tomamos la Casa. O, mejor dicho, sin las veces en que Casa nos invitó a tomar parte en esta historia. Ese llamado se territorializa cuando aparece la militancia de Hurlingham. El poeta y performer maya guatemalteco Manuel Tzoc recita ahora en el Centro Cultural Leopoldo Marechal de ese distrito. A Manuel lo conocí en Cuba. A un costado, la poeta estadounidense hija de exiliados colombianos Laura Jaramillo escucha atenta junto a Zaina Alsous, poeta de la diáspora Palestina, y a Marwa Helal, tan egipcia como estadounidense; las tres vinieron al festival. Tres poetas que, al decir de Martí, están en la patria de Lincoln y cuyo río histórico corre de norte a sur de nuestro continente. ¿De qué hablo ahora? ¿Del festival allá en el sur o de un encuentro en La Habana?
Es 3 de septiembre de 2022 y hay una sincronía necesaria, porque las charlas con Lorena, Nahela, Ana Niria, Camila Valdés y otros compañeros de aquel Casa Tomada 2017 suenan también ahí. La noche antes de la primera jornada de festival alguien gatilló una pistola a centímetros de la cabeza de Cristina Kirchner, la bala no salió. Una multitud colmó la Plaza de Mayo al otro día. Tengo una foto en la que se ve a todos los poetas que habían venido al festival de distintos países y provincias con un cartel. Estas descripciones podrían ser simples postales. Voy a citar mal a Boris Groys cuando dice que no se puede capturar la identidad interna de un modelo a través de sus rasgos externos, toda fotografía es apenas un inventario general de fragmentos sin unidad interior.
Esa unidad puede surgir únicamente en el plano del sentido. Y como sabemos, el sentido, por definición, no se puede fotografiar. No hubo que explicarles nada: querían ir a la plaza, su GPS les indicaba que debían estar ahí. Aquel festival comenzó en la plaza movilizada.
«Cuánto mide América» se llamó la charla que abrió el segundo festival hace dos meses. La poeta afrobrasileña Tatiana Nascimento, en diálogo con el poeta argentino Facundo Ruiz, se preguntaba cómo escribir desde una negritud cuir, asumiendo una historia, colonialidad mediante, sin que eso limite su propio deseo de escritura. Para ella, este ejercicio comienza con la comunidad de partida, pero depende de la comunidad de llegada, y de otras formas de mapear nuestra emoción, nuestro sistema emocional. El verso como línea de horizonte –dice Ruiz–, lo que apenas se ve cuando se está lejos del destino, pero se sabe a dónde ir; en esas líneas de horizonte será donde se escuche la comunidad hipotética o de llegada.
DEL MOMA AL NOMA O UNA CASA CUYO
RITMO DESARME AL ALGORITMO
No hace falta tener un doctorado, conexión WIFI o algún televisor prendido para saber que hay una guerra de cuarta generación contra todo intento de soberanía en nuestra América. Solo con recordar lo que pasa o pasó en Bolivia, lo que pasa o pasó en Perú, lo que pasa o pasó en Argentina, lo que pasa o pasó en Venezuela, lo que pasó en Brasil, nos es suficiente. Y a la vez, si nadie puede realizarse en una comunidad que no se realiza, esa comunidad jamás podrá realizarse si no se libera. Más de sesenta años de un bloqueo salvaje que le impide al pueblo cubano acceder incluso a productos esenciales, cuando el 99 % de la comunidad internacional vota en contra de ese acto criminal, es una prueba fehaciente de que la colonialidad del poder goza, lamentablemente, de buena salud bajo formas neofascistas. Y, además, como si fuera un acelerador de partículas, el aislamiento preventivo por la pandemia incrementó de forma exponencial y nunca antes vista, o sí, la mistificación de la imagen, inoculando una oximorónica anestesia llamada ansiedad. Como sabemos, la violencia de una imagen no está en su contenido, sino en aquello que le hace al pensamiento. Sin planteos nostálgicos que nieguen los necesarios avances tecnológicos, se trata de recuperar el sentido. Ese que no sale en las fotos. Voy a citar mal a Roque Dalton cuando dice que por medios largamente afinados el aparato capitalista de la industria ideológica oculta su verdadero ser a los ojos del productor de pensamiento, y le hace pensar que se relaciona directamente con su público. Nadie puede negar los enormes desafíos de esta coyuntura y cómo estos nos obligan a pensar y repensar nuestras prácticas de forma cada vez más situada, porque si no está situado, termina estando sitiado. Pero hoy todavía tenemos la imagen y el tiempo a los pies. No me refiero a la imagen neomedieval, de la que solo percibimos su espejismo cuando una rajadura se dibuja en la pantalla de nuestros teléfonos celulares. No. Me refiero a la imagen poética, capaz de evocar de forma expansiva, multiplicando –y no acelerando– las partículas de una virtuosa expresión americana, que resiste a través de los siglos. Me refiero a ese tipo de imagen cuyo poder evocador se abre a la sincronía «nuestroamericana» en la que el tiempo no es lineal. Sincronía en la que pasado y futuro están contenidos en el presente, y su repetición o progresión se ponen en juego en cada coyuntura, dependiendo de nuestros actos. En un mes, el próximo 9 de diciembre, se cumplen doscientos años de la Batalla de Ayacucho, la misma que supo ser el punto de inflexión para la primera etapa de liberación sudamericana. Pero es de vuelta septiembre de 2017, y un compañero brasileño me pide que lo acompañe para entrevistar a Roberto Fernández Retamar. No es una entrevista, es una charla amena a un costado de la librería Rayuela, y la primera pregunta es más una preocupación sobre cómo ve el presente brasileño con Temer en el poder y la, en ese entonces, posible inminencia de Bolsonaro. Roberto lo mira y con la tranquilidad de los que resistieron toda la vida le dice: «noma ñana, pero tampoco nunca». La charla continúa porque no había comenzado ahí, ni tampoco termina. Sigue ahora, seguirá en las próximas horas, en los próximos días y distintos espacios físicos o virtuales, pero en un mismo lugar. Estamos sobre algo que apremia, y me gusta pensar que la unidad de tiempo de nuestro mapa, como en el poema, es el instante, donde se vectoriza la memoria. Y la pregunta que le hacía el compañero a Roberto era por la necesidad de encontrar eso que no sale en las fotos, porque el sentido es político. Lejos de la bonita frase pasiva, impresa quizá en una remera: la imaginación al poder, como nos enseñaron la Revolución cubana y esta Casa, que cumplen 65 años, y nos dan otra vez la bienvenida, mejor es: poder imaginar. Para que estemos hoy acá todas y todos en esta sala, en estos días que acaban de comenzar, hubo compañeras y compañeros que pudieron y pueden, imaginar. Desde Haydee hasta hoy. Este encuentro, como todo encuentro, es también un llamado.
La Habana, 4 de noviembre de 2024
Fuente: Cubarte