Federico Luppi, a propósito del festival de cine habanero
Por Norberto Codina.
A Imar Miguel Lamonega,
in memoriam.
Se cumplieron cincuenta años de ese clásico del cine latinoamericano que es La Patagonia rebelde, película argentina dirigida por Héctor Olivera, basada en el libro de Osvaldo Bayer Los vengadores de la Patagonia trágica, que relata los hechos de la llamada Patagonia rebelde, ocurridos a inicios de los años veinte del pasado siglo. Fue merecedora de uno de los reconocimientos más señalados, el Oso de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín de 1974.
Pero, paralelamente, sufrió censura desde un inicio en su propio país. La expectativa para el beneplácito de su exhibición demoró varios meses, y finalmente la consideración sobre la edad mínima para verla -requisito ineludible- fue firmada nada menos que por el entonces presidente Juan Domingo Perón. Unas semanas después, ya él fallecido, fue prohibida por el gobierno de su viuda y heredera, Isabel Martínez de Perón. En meses sucesivos, la mayoría de los comprometidos con el filme marcharon al exilio. En Argentina sólo pudo volver a ser exhibida en 1984, con el retorno pleno de la democracia. Jorge Cepernic, gobernador peronista de Santa Cruz, fue encarcelado seis años por la dictadura militar, por el simple hecho de haber permitido la filmación en esa provincia.
Entre los protagonistas de La Patagonia… encontramos actores sobresalientes y familiares para el público cubano, como Héctor Alterio, Luis Brandoni, Federico Luppi. Cuando se anuncia en estos días, con amplio despliegue en los medios, de la celebración el próximo diciembre en su edición 45 del Festival Internacional de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, nos llegan remembranzas, nuevas expectativas y, con ellas, la siempre esperada presencia de la cinematografía argentina. Esto me recuerda los años que fuimos testigos del desempeño de Federico Luppi, quien fuera de los principales protagonistas de ese cine, alguien muy visto y querido por nosotros, al que tanto le debimos por su entrega al séptimo arte en los códigos de nuestra lengua, vinculado con lo mejor de las ideas transgresoras que nos son tan caras.
La identificación con Luppi, además de su cine, me llegó hace años por otros caminos. Guardo un escrito de mi recordado amigo argentino Imar Miguel Lamonega, cuartilla que aparece y desaparece entre mis papeles. Sobrevive, amarilla y con algunas manchas la mecacopia que me regaló, pues era un poema suyo de mi preferencia, y donde siempre recuerdo este verso, evocando la trágica desaparición de la gran poeta que fue Alfonsina Storni: “el alma se me ‘apianta’ Alfonsina hacia el mar”.
Él me contaba que la historia de este poema era porque tres de sus compañeros más cercanos aparecieron en los listados de los escuadrones de la muerte durante el largo y oscuro período de las dictaduras militares del cono sur. Uno de ellos era quien fue, y es, actor popular en Cuba, y en mi casa. ¡Quién diría que, tiempo después, esa obsesión con el peligro que corría gente a la que quería, y le eran próximas, se cebaría en Imar a su regreso a su patria, y sería él uno de los miles de desaparecidos! Queda el texto que me regaló, del que cito su primera parte, dedicada a su buen amigo:
“Delta de la pena”
A Federico Luppi
Walter Elenco
Juan Mazzadi
Federico,
entro al ron,
taberna donde duran en curda los piratas,
a sufrirte despacio, acodado en el párpado.
Telones de tristeza, de océano por medio,
garúan cuando surges
a proscenio de algunas ternuras de Chejov,
desbordando talento.
En una de las primeras escenas de la película Plata dulce, dirigida por Fernando Ayala y Juan José Jusid en 1982, el actor Julio de Grazia entra al taller donde trabaja coreando eufórico: “¡Argentina… Argentina…!”, para celebrar el campeonato mundial ganado la víspera. Su compañero de labor y coprotagonista, interpretado por el ya por entonces consagrado Luppi, lo interrumpe diciéndole que para qué tanta celebración si hay que trabajar temprano como todos los días. A lo que responde Grazia: “Peor están los holandeses…”, en alusión al rival derrotado.
La anécdota, aparentemente trivial, es un reflejo del entramado manipulador y contradictorio en que vivió la sociedad rioplatense bajo la junta militar durante la festividad del evento deportivo. Así lo resumió Julio Cortázar con su ponderada lucidez: “… el aparato del poder ha puesto en marcha el llamado ‘modelo argentino’ que simbólica e irónicamente comienza con el triunfo, el de la Copa Mundial de Fútbol, y se continúa, ahora en el campo de la industria pesada y el dominio de la energía nuclear” [1]. Este es uno de los muchos pasajes inolvidables de esa cinematografía tan representativa de nuestra memoria y realidad, y de la que él fue sobresaliente protagonista, en lo profesional y ciudadano.
Como se publicó en El País el día de su fallecimiento, cuando se dio a conocer la noticia, “Luppi era profundamente argentino, siempre pendiente de la actualidad de su país y dispuesto a tomar partido político. Participó en 1974 en La Patagonia Rebelde, de Héctor Olivera, una película que trajo problemas en la dictadura a todos los que la hicieron, como Héctor Alterio, el otro gran actor argentino de su generación. Incluso en los últimos meses, ya enfermo y muy debilitado en su casa, se indignaba al ver las noticias. En 2001, cuando la economía argentina estalló por los aires y cinco presidentes se sucedieron en menos de dos semanas, Luppi decidió instalarse en España. Pero no tardó mucho en volver a su Buenos Aires, donde el mundo teatral, su mundo, tiene tanta fuerza que puede competir con cualquier capital del planeta” [2].
Alguien quien fuera como su hijo, tanto en lo artístico y en lo sentimental, como su coterráneo y destacado actor Juan Diego Botto, nos dejó este testimonio: “Luppi estaba presente cuando mis padres se conocieron, estaba presente cuando empezaron a ser pareja y estuvo presente cuando nací. Fede fue de los que no cerraron los ojos cuando la dictadura argentina borraba gente de la faz de tierra arrojándolos al río de La Plata o torturándolos en infames campos de concentración. Luppi nunca olvidó a mi padre, uno de esos torturados y desaparecidos, nunca olvidó a mi madre que se tuvo que exiliar a España con tres hijos huyendo de esa dictadura. Fue siempre fiel amigo de sus compañeros. Y Luppi estuvo ahí cuando después de tantos años, en uno de esos giros del destino, yo volví a la Argentina como actor para rodar una película de Adolfo Aristarain en la que él hacía de mi padre. La película era Martín (Hache). Y no exagero si digo que de alguna manera cambió mi vida. (…) Luppi era una mente lúcida como su personaje en Lugares comunes, una mente lúcida que quería, desde las entrañas, habitar un mundo más justo, más digno, más solidario. Un mundo que no estuviera gobernado por el principio de la ganancia sino por el principio de la solidaridad y la fraternidad. Y con la misma vehemencia con la que amaba la vida y cada pequeña manifestación de placer, con la misma vehemencia con la que amaba actuar, y comer y reír… amó a su compañera Susana Hornos y amó el sueño de otro mundo más justo” [3].
“Luppi era una mente lúcida (…), una mente lúcida que quería, desde las entrañas, habitar un mundo más justo, más digno, más solidario”.
Mariano Barroso, quien muy joven lo dirigió en Éxtasis, una vez le comentó: “Federico, para nosotros, era una referencia. Y se lo dije: ‘Si tu lengua materna fuera el inglés, tendrías el reconocimiento de Gregory Peck. Pero tienes la mala suerte de hablar español’. Él alzó una ceja y me miró, como diciendo ‘No digas tonterías, Mariano, que ya sos mayorcito’”.
Mi hija recuerda cómo hace unos cuantos años lo abordó, justo a la salida de la proyección de una de sus películas, y él le concedió con sencillez el autógrafo en la cartelera del evento. La impresión que provocó hace más de un lustro la noticia de su muerte, como sus películas, la compartimos padres e hijos, más allá de barreras generacionales, por eso ella me hizo recordar un diálogo de la celebrada Martín (Hache) —premiada en el XIX Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano—. En una escena Luppi está frente a Juan Diego Botto, quien interpreta a su hijo en el filme, sentados en la mesa de un restaurante, ambos especulan sobre la razón de patria y Botto le pregunta si no extraña Argentina: “Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso, es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras (…)”, y con este y otros argumentos defiende su tesis escéptica el personaje del padre. A lo que contesta Juan Diego, enmendándole la plana al progenitor: “Que la patria es un verso estoy de acuerdo”.
No creo del todo en lo que dice el personaje paterno, aunque se razone desde la sobrevida del emigrante, pues el propio Federico en su consecuencia con la patria grande y la pequeña, en su vivir ciudadano y en su larga y rica carrera profesional que tanto ennobleció nuestro cine, siempre fue profundamente argentino y latinoamericano.
En el 2002, mereció el Coral de Honor, máximo reconocimiento del festival habanero, y que lo han recibido, entre muchos, nombres ilustres como Jack Lemmon, Gabriel García Márquez, Jorge Amado, Harry Belafonte, Costa Gavras, Tomás Gutiérrez Alea, o su compatriota Héctor Alterio. Cuando hace poco más de dos décadas asistió al 24 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, declaró en un importante medio de su país la fe en las virtudes de sus colegas en el ámbito latinoamericano de la cultura: “Nunca América Latina ha sido pobre por falta de talentos, jamás. Hay nombres en abundancia para demostrar que aquí hay capacidad creativa en todos los campos artísticos, desde la cinematografía hasta la literatura” [4]. Como reconocería en diferentes ocasiones, muchas dificultades perjudicarían ese gran potencial y capacidad creativa del cine de su patria, para el cual temía con razón un futuro incierto.
En su momento apoyó al kirchnerismo, pero fue de los primeros en augurar que venía un cambio social y ganaría Mauricio Macri, algo que le preocupaba y espantaba. “Tengo la amarga sensación de que en las legislativas van a ganar”, dijo unos meses antes de que se celebraran las elecciones parlamentarias, y su vaticinio se cumplió como una triste certidumbre. Luppi, que vivía con sencillez en una casa de clase media con un pequeño jardín, reprochaba a Macri el aumento del coste de la vida en Argentina, con una inflación disparada. ‘Por primera vez en mi vida me angustio cuando llega fin de mes. Nunca me pasaba eso. Llego con lo justo a fin de mes… si llego’” [5].
El presente, tristemente, ha desbordado con creces aquellas lejanas e inciertas expectativas, cumpliéndose hoy lo que vaticinó hace años con relación a la cultura, la sociedad y el cine de su patria: “El futuro es para mí un azaroso vidrio oscuro” [6].
Como un guiño de complicidad en el tiempo, existe la leyenda de que un entonces joven y desconocido Néstor Kirchner, colaboró como extra en el papel de un obrero anarquista en La Patagonia rebelde. Cine nuestro que es conciencia y esperanza.
Notas:
[1] Julio Cortázar. Clases de literatura. Berkeley, 1980 (Alfaguara, México, 2015, p. 288).
[2] Carlos E. Cué y Federico Rivas Molina. “Ha muerto Federico Luppi” (El País, versión digital, 20 de octubre de 2017).
[3] Juan Diego Botto. “La vehemencia del amor al arte y a la vida” (El País, versión digital, 20 de octubre de 2017).
[4] Carlos Díaz. “Los argentinos nos empeñamos en votar a nuestros verdugos” (Página 12, 11 de diciembre de 2002).
[5] Carlos E. Cué y Federico Rivas Molina. “Ha muerto Federico Luppi” (El País, versión digital, 20 de octubre de 2017).
[6] Carlos Díaz. “Los argentinos nos empeñamos en votar a nuestros verdugos” (Página 12, 11 de diciembre de 2002).
Tomado de La Jiribilla.