Victoria en Playa Girón: Secretos de un fracaso (III)
Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
El fiasco de Playa Girón, generó y aceleró la guerra interna en la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos, despertó los demonios de facciones encontradas en silencio hasta ese momento y que el descalabro dio el pie forzado necesario para una “cacería de brujas” dentro de la agencia, capaz de desollar sin pestañar al adversario.
Inmediatamente tras la derrota, varias comisiones investigaron sus causas, ninguna abundó en la respuesta cubana al agresor, se centraron en buscar culpables en quien depositar el yerro. El plan tenía que ser infalible, se había ensayado en parte, con éxito en Guatemala, en ese país se habían entrenado los invasores, sus maestros habían sido expertos estadounidenses. Cada detalle se analizó durante largas sesiones de debates por militares y políticos de dos administraciones bipartidistas y les había tocado a los elefantes demócratas la decisión de poner en marcha el proyecto concebido por los burros republicanos. Todo se había previsto, menos la capacidad del pueblo cubano de resistir y vencer.
Las fuerzas vivas y antagónicas dentro de la CIA, vieron la oportunidad de enfrentarse con el pretexto de depurar responsabilidades, rodar cabezas y reposicionarse en espacios de influencia, renovar la capacidad de decidir y actuar, así como recuperar la confianza presidencial. Resultados de las pesquisas, resumidos en las interminables conclusiones fueron sellados como secretos y “desaparecidos” en las bóvedas donde se atesoran las “joyas” y también los descalabros.
Durante décadas, investigadores, historiadores, críticos y estudiosos de la más visualizada agencia de la Comunidad de Inteligencia, trataron de recuperar los volúmenes “perdidos” sobre la primera derrota y hurgar en sus cientos de páginas en busca de respuestas a las acumuladas preguntas. Todos los intentos fueron fallidos, se invocaba la sacrosanta seguridad nacional y la libertad de información tuvo que esperar por el futuro.
Con viscosa lentitud, fueron emergiendo revelaciones, algunas frustrantes después de medio siglo de espera. El Volumen V de la documentación que se mantuvo en secreto por cinco décadas de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) sobre la fallida invasión de la Bahía de Cochinos no contiene revelaciones impactantes ni detalles sobrecogedores del asalto a la Isla en 1961 por una fuerza de emigrados cubanos entrenados por esa agencia. Se hizo público el 1 de noviembre de 2016.
En su lugar, entra en detalles acerca de “la guerra dentro de la CIA tras los sucesos de Bahía de Cochinos sobre quién tenía la culpa” del fracaso de la invasión, de acuerdo con el investigador, que presentó la demanda para que parte de los secretos se hicieran públicos.
Este, sin el menor pudor y con el encono acumulado durante años de incertidumbre por la espera, sentenció: “En esencia, es una historia importante del informe crítico del inspector general [de la CIA], el cual culpó mayormente a la incompetencia de la CIA por el fracaso de la Bahía de Cochinos”, comentó David Barrett, profesor de ciencias políticas de la privada y católica Universidad Villanova en Pennsylvania, a cargo de la develación del secreto.
A pesar de demandas y de repetidas solicitudes bajo la Ley de Libertad de Información (Freedom of Information Act, FOIA), la CIA se resistió tercamente durante más de tres décadas a hacer público el quinto y último volumen final de su historia oficial de la fallida invasión de Bahía de Cochinos.
Pero, enfrentada a una demanda más y a un cambio reciente de la ley FOIA que limita a 25 años el plazo que las agencias gubernamentales pueden mantener confidenciales sus deliberaciones internas bajo una exención, la CIA dio a conocer el famoso y esperado Volumen V en internet, sin bombo ni platillo.
En la carta que acompaña la publicación del documento llamado Investigación interna de la CIA de Bahía de Cochinos (CIA’s Internal Investigation of the Bay of Pigs), no se hace mención alguna de que haya demandas pendientes. En lugar de eso, el historiador jefe de la CIA, David Robarge, redactó que la publicación correspondía al cambio de la ley FOIA, que “nos exige dar a conocer algunos borradores que estén sujetos a solicitudes bajo la ley FOIA si tienen más de 25 años”. Con esta fórmula burocrática y administrativa, se decidió restarle importancia al hallazgo publicado.
El citado Volumen V fue escrito por Jack B. Pfeiffer, historiador interno de la CIA, y presentado al Centro de Estudio de Inteligencia de la CIA el 18 de abril de 1984. En el informe, Pfeiffer, quien murió en 1997, sugiere que la razón que los documentos fueron mantenidos en secreto fue “el temor de sacar a la luz los trapos sucios de la agencia, más que por contener cualquier información significativa de seguridad”. El redactor culpó a la Casa Blanca de Kennedy y sostuvo que el informe del inspector general Lyman Kirkpatrick, a cargo de la investigación, había sido “prejuiciado e incompetente”.
El informe del inspector general, escribió Pfeiffer, “se basaba en la suposición completamente irreal de que el papel jugado por la CIA en la Bahía de Cochinos podía ser examinado, y que se podía sacar conclusiones válidas sin referencia a las continuas interrelaciones de la agencia con otras agencias gubernamentales de Estados Unidos y con la Casa Blanca”.
El citado texto desclasificado, resulta revelador con respecto a la egolatría y las supuestas maquinaciones maquiavélicas de algunos empleados de la agencia, y de los insultos que fueron intercambiados tras la invasión. Pfeiffer escribió: “esperamos que ponga en perspectiva una de las luchas intestinas de poder más cruentas, de la CIA, para los propios archivos de la agencia”.
Entre los detalles interesantes revelados, Pfeiffer escribió que el informe del inspector general “fue un intento disfrazado sólo a medias de echar toda la culpa del fracaso” a Richard M. Bissell, subdirector de planes de la CIA y arquitecto principal de la Operación Bahía de Cochinos, y al director de la CIA Allen Dulles, en lugar de ser un esfuerzo por “asegurar que no se repitieran los mismos errores en el futuro”. En los reacomodos internos de esa agencia, estás figuras resultaban incomodas, el fracaso dio el pretexto ideal para removerlas. “Aquellos que participaron en la operación se sintieron ofendidos [por el informe] y lo atacaron con encono”, escribió Pfeiffer.
El mismo revela por primera vez los nombres de los tres funcionarios de la CIA que hicieron la mayoría de la recolección de datos y preparación de materiales para el informe del inspector general de la CIA: William Gibson Dildine, Robert D. Shea y Robert B. Shaffer.
Por su parte, Richard D. Drain, jefe de operaciones de la invasión, describió a los dos últimos en una conversación con Pfeiffer “como dos viejos de basura, que se quedaban dormidos en medio de las reuniones; que no sabían distinguir el codo del fondillo” y que simplemente hacían como que recolectaban información importante. Así de tensa y degradada, se convirtió la investigación en busca no de esclarecer sino de hallar culpables y sentenciarlos. El citado Drain sugirió asimismo, que al parecer el inspector general Lyman Kirkpatrick estaba interesado en el puesto de Bissell y quería echar toda la culpa posible a su departamento. El subdirector de planes hizo su propio análisis crítico del informe del inspector general.
En cierto momento, Kirkpatrick sugirió que la única manera realista de evaluar la operación sería poner el informe del inspector general, el del subdirector de planes y un informe anterior resultante de una investigación ordenada por John F. Kennedy, la cual fue dirigida por el general Maxwell Taylor, en manos de un investigador imparcial. De ser revisados sin referirse al informe de Taylor, escribió Pfeiffer, “los dos documentos [de la CIA] parecen el resultado de una competencia a ver quién orina más lejos”.
En tanto, Shaffer, el miembro del personal del inspector general, recordó que Kirkpatrick había dado instrucciones a los miembros del grupo para que destruyeran todos los papeles de trabajo relacionados con la información recolectada. Incluso, mientras Pfeiffer preparaba el referido volumen, se les ordenó que todos los papeles de trabajo relacionados con la investigación de la Operación Bahía de Cochinos hubieran sido destruidos.
Pero Pfeiffer escribió que “en la primavera de 1981, al investigar otra fuente, el autor de este volumen recuperó un conjunto casi completo de los papeles de trabajo” del equipo de inspección. “Las extremas precauciones tomadas con respecto a los informes de Kirkpatrick sólo pueden ser interpretados como una medida tomada para cubrirse las espaldas, y no por una preocupación seria con respecto a la seguridad”. Continuará…
(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.
Foto de portada: Archivo Periódico Granma.