Cuba

Luis Ángel Guevara y la inquietud infinita de su espíritu creativo

Por Flor de Paz / Colaboración especial para Resumen Latinoamericano

Porque en un trasplante de corazón convergen dos vidas —la que entrega su luz antes de extinguirse y la que, parpadeante, anhela ese albor—, no es cambiar un corazón de cuerpo.

Tampoco lo es, porque el cirujano y su equipo, expertos en la “mecánica” y el “arte” de la cardiocirugía moderna, aplican técnicas quirúrgicas largamente estudiadas para la instalación de conexiones (o anastomosis) de arterias y venas.

No lo es, porque echar a andar un corazón en paro —ocasionado artificialmente por una solución cadioprotectora—, y a 4 grados centígrados, es un envidiable ejercicio del ingenio humano que en la mesa de un salón de operaciones supera la más lograda escena de suspenso en el mundo de la ficción.

Un trasplante cardíaco es —a grandes rasgos— extraer el órgano de un paciente donante, quien aceptó que ante el imponderable de la muerte su corazón pudiera salvar una vida, como también han de admitirlo sus familiares.

Es, también, preparar al paciente receptor, tanto cardiológica como psicológicamente, ante la incertidumbre del resultado quirúrgico que habrá de cambiarle la vida.

Es, además, una maniobra de coordinación entre todos los integrantes del equipo de implante, que conlleva tener al paciente receptor en el momento justo con el tórax abierto y conectado a una máquina de circulación extracorpórea frente a un dispositivo médico dispuesto y con un cirujano principal que marcará el comienzo de la operación cuando coloque el órgano en su nuevo espacio, mediante las uniones de las arterias aorta y pulmonar y las dos venas cavas de ambos pacientes.

Es, finalmente, sacar ese corazón de su parada artificial cuando a través de las arterias coronarias empieza a fluir sangre oxigenada y caliente, mientras se espera con ansiedad que los primeros latidos comiencen a aparecer.

Lo que es un trasplante cardíaco bien lo sabe el Doctor Luis Ángel Guevara González, miembro del Equipo de Trasplante de Corazón de Cuba, que radica en el Hospital Clínico Quirúrgico Hermanos Ameijeiras, en La Habana, desde hace casi 36 años. Estos se cumplen el próximo 9 de diciembre, y marcan la era de los trasplantes de corazón en la Isla, emprendida con la operación del primer implante en el paciente Jorge Hernández Ocaña, realizado por el Profesor Noel González.

—He participado como cirujano —dice el Doctor Guevara  49 años después de haberse graduado como médico en la Universidad de Oriente— en un alto porcentaje de los trasplantes de corazón realizados en Cuba.  El último, lo realicé en el año 2012.

Luis Ángel Guevara González —el mayor de cuatro hermanos— nació el 26 de noviembre de 1946 en San Pablo de Yao, un pueblo perteneciente al municipio de Buey Arriba, a treinta y cuatro kilómetros de la ciudad de Bayamo, en la actual provincia Granma. Allí su abuelo tenía una finca dedicada a la ganadería y cafetalera.

Su progenitor Luis Ángel Guevara Tamayo dedicado al comercio, era dueño de una tienda de víveres. Su madre, Juana González Gil, una cubana de ascendencia española, “una ama de casa de carácter dulce y fuerte, una cocinera estelar y una tejedora brillante que vivió hasta los 93 años”.

La familia de Luis Ángel es de longevos; su abuela materna murió con ciento seis años, y el abuelo —un asturiano que a los noventa todavía atendía su finca y montaba a caballo— vivió hasta los 94.

—Casi todas mis tías llegaron hasta los ochenta y tantos años. A más de 90 mi madre, mis tíos Guillermo y Paulino, y tía Matilde, y también la mayoría de mis tías por parte de papá.

Aunque fue en la casa de Bayamo —la de toda la vida— donde vivió más tiempo, y dónde habitaron sus padres hasta que fallecieron, cada vez que Luis Ángel vuelve a Bayamo se llega a San Pablo de Yao, se baña en el río, come lechón asado en púa, y se encuentra con la familia, porque “no puedes perder el vínculo con tus orígenes”.

En aquella casa, su madre, con noventa y tres años, colaba café para los vecinos que la visitaban. “De la finca de abuelo todos los años le enviaban un quintal de café. Y ella mantuvo la tradición de colarlo en tetera de tela. Llenaba dos termos, uno de café claro y otro de fuerte, como ella lo clasificaba, y no sé cuántas personas iban a verla cada día…”

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Empezó la cirugía general en el año 1972, primero como alumno ayudante en el tercer año de la carrera, después hizo el internado vertical de la especialidad. Se graduó como especialista de Primer Grado en Cirugía General en 1980 y en 1982 empezó a formarse como cirujano cardiovascular en el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular en La Habana. Dos años después, el Profesor Noel González le ofreció una beca en la antigua República de Checoeslovaquia, en el Instituto Clínico Experimental de Medicina I.K.E.M., en Praga. A su regreso a Cuba, volvió al Hospital Naval “Luis Díaz Soto” hasta que en 1988 se trasladó definitivamente al Hermanos Ameijeiras.

Para ser cirujano —dice— hay que nacer con un mínimo de habilidades que después desarrollas y perfeccionas poco a poco. “Alguna vez oí decir que el profesionalismo es el dominio del detalle, y eso es lo que tiene que hacer un cirujano, dominar el detalle para hacer las operaciones mucho más rápidas, mucho más prácticas y no tardar tanto.

“A medida que uno va especializando cada movimiento, la operación se hace al parecer más lenta, pero es más rápida. Es una contradicción aparente, pero si no tienes que mover tanto las manos ni hacer tantas “filigranas” para dar un punto, aunque al parecer das el punto como en cámara lenta, lo das de una sola vez, y no tienes que rectificar ni andar midiendo ni buscando, porque ya tienes el dominio de ese detalle”.

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En 2012, regresa a Angola por tercera ocasión, pues las dos anteriores fueron durante la guerra. Esta vez, trabaja como cardiólogo, no como cirujano. Nunca lo había hecho y tiene esa experiencia en la clínica Caridade Nova Vida, en Luanda.

—Fue un año en el que pude desarrollar habilidades clínicas que no utilizaba tanto como las quirúrgicas.

Transcurrido ese período, en la misma ciudad, hizo sus labores en el hospital General María Pía– Josina Machel, donde sí ejerció la cirugía cardiovascular.

—En mi estancia en Angola me enfrenté a una realidad tremenda, en cuanto a las necesidades que tiene ese pueblo de contar con especialistas, por la cantidad de personas que padecen de enfermedades valvulares por la incidencia de Fiebre reumática y otras afecciones del corazón.

Ese año que pasó en el Caridade Nova Vida como cardiólogo lo hizo consciente de la alta incidencia de la hipertensión arterial entre los pacientes que trató. Y —cuenta— no solamente se trataba de personas de la quinta y sexta etapa de la vida, sino gente joven, de veinte y treinta años que ya eran hipertensos severos, algunos con la denominada Hipertensión Arterial Maligna de la raza negra.

—Posteriormente, me di cuenta del impacto que tiene la Fiebre reumática en los niños angolanos. Y tuve la oportunidad de operar a algunos entre once y dieciocho años. A los más pequeños, fue imposible: no había condiciones para hacerlo.

Narra que en esta etapa vivió muchas situaciones difíciles en el tratamiento quirúrgico. Trabajaba con un equipo de angolanos a los cuales le impartía docencia durante las operaciones, que muchas veces estas se complicaban, y como dicen los deportistas, había que sacar un extra. “Y el extra era de paciencia, no de habilidad, para poder tomar la medida más correcta y salvarle la vida al paciente. Pero cultivé relaciones y pude salvar vidas”.

Intervenciones quirúrgicas de casos complejos también le esperaron a su regreso a Cuba, al Hospital Hermanos Ameijeiras. Se dedicó entonces a operar patologías de la arteria aorta y de las coronarias, así como casos con disminución de la contractilidad del ventrículo izquierdo.

El primer paciente que operó sin pararle el corazón fue un joven de 31 años, del poblado de Majagua en la Provincia de Ciego de Ávila, que presentaba una doble lesión de la válvula aortica y que le había provocado una disminución de la fuerza contráctil del corazón. Presentó la propuesta al colectivo de cirujanos y fue aceptada. Así realizó la sustitución de la válvula aortica por una prótesis valvular sin pararle el corazón.

Después lo hizo en pacientes con lesión en dos válvulas: la aórtica y la mitral, y más tarde en quienes tenían una lesión aórtica, una mitral y una tricúspidea; o sea, un trivalvular. Les practicaba una reparación plástica de la válvula tricúspide y la sustitución de las otras dos: la aórtica y la mitral.

—¿Sin parar el corazón?

—Sin parar el corazón.

Al mismo tiempo, el Doctor Guevara se dedicó a la docencia. “Hubo un grupo de residentes que se formaron durante todo este período, y salieron muy buenos cirujanos.  Ya entonces, había escrito un libro para la docencia, el único texto de cirugía cardiovascular que hay en Cuba”.

—¿Cuántos años ha sido cirujano cardiovascular?

—38 años. Y hace dos me jubilé.

—Entonces, ¿ya no operará más?

— No. Si en algún momento tuviera que hacerlo, lo hago; pero tomé la decisión de no operar más. Porque operar es mucho más que un acto, necesito estar al tanto de la evolución del paciente en el preoperatorio, en el transoperatorio, en el postoperatorio, y después que esté de alta.

“Cada vez que voy al Hospital Hermanos Ameijeiras, la mayoría de mis amigos y compañeros me dicen: “Guevara, ¿por qué no haces un contrato y te dedicas a la docencia?, así te tenemos aquí. Yo les respondo que pueden contar conmigo, pero que lo estoy analizando. Y me dicen que cuándo lo voy a analizar, ` ¿cuándo tengas ochenta años? ´. En realidad, creo que uno debe estar tranquilo y consciente en relación con la edad y la actividad que realiza. Tengo setenta y cuatro, estoy conforme conmigo mismo y pienso: `¿qué me falta por hacer?´.

Como cirujano cardiovascular el Doctor Luis Ángel Guevara González carece de ansiedades. Además de los trasplantes de corazón, ha operado afecciones congénitas como la comunicación interauricular e interventricular, valvulares como las estenosis e insuficiencias, tumores benignos y malignos, aneurismas y patologías de la aorta. También ha hecho revascularizaciones coronarias (crear un puente entre la aorta y una de las arterias coronarias del corazón).

—Aquí en La Habana hay una paciente a la que le hice un trasplante de corazón a los 18 años, padecía de una Miocardiopatía Dilatada. Está viva y con más de treinta años de edad.

—¿Sí?

—Sí.

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Las manos del cirujano cardiovascular —esas que son capaces de calar puntadas en los bordes de arterias tan finas como un conducto de dos milímetros de diámetro—, también han hurgado en la tierra para plantar simientes que hicieron florecer la finca que el Doctor Guevara recibió en el año 2010.

—Del Ameijeiras salía para allí y muchas veces llegaba a la casa de noche. Nadie entendía por qué debía sacrificarme tanto, pero a mí me gustaba.

Su relación con el campo anida en los orígenes de su existencia. Como hijo de una familia vinculada a la tierra, que inculcaba la necesidad del estudio, aunque sin ahuyentar prácticas cotidianas como montar a caballo, ordeñar una vaca, matar un puerco o atender el ganado, Luis Ángel sabe que esas vivencias condicionan formas de pensar.

—Si tus padres fueron alfareros, si tu abuelo fue alfarero, y tienes un tío alfarero, por lo general también puedes desarrollar esas habilidades. No significa que tengas que ser alfarero, pero conoces el oficio, y en algún momento se te despierta el deseo de participar en actividades vinculadas a la alfarería. Así me pasó a mí con el campo.

Fue por eso que, mediante el Decreto Ley 259, al Doctor Guevara le otorgaron cuatro hectáreas de tierra en El Chico, en el municipio habanero de Boyeros, aunque había pedido una caballería. Tuvo el séptimo lugar en procurarla, y allí se desempeñó como campesino hasta hace muy poco.

***

Ha sido una constante en su vida la disposición a prestar ayuda, responde el Doctor Guevara cuando se le pide que se caracterice a sí mismo.

—He ayudado a muchas personas y creo que eso también me ha servido para reconfortarme espiritualmente y sentirme conforme conmigo.

Todavía era estudiante de Medicina en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, cuando en la terminal de ómnibus de la ciudad, dispuesto a viajar hacia Bayamo, sintió que una muchacha lloraba. Cuando se acercó a ella, el viejo que la acompañaba le dijo:

— Me robaron la cartera, no sé cómo vamos a viajar.

—Yo tengo la solución, respondió. Y con los únicos siete pesos que le quedaban en el bolsillo compró los pasajes que ambos necesitaban para ir a Palma Soriano.

Un rato después, recostado a un poste del tendido eléctrico, mientras una de aquellas guaguas checoslovacas bautizadas como “pepinos” consumaba uno de sus retrasos en la salida hacia Bayamo, miró hacia el piso. Parecía un billete.

— ¿Será?, pensó. Lo cogió con la punta de los dedos y le sacudió el agua que lo anegaba hasta la mitad. Eran 20 pesos.

Otras anécdotas, también surgidas de situaciones vividas fuera del quirófano y de las instalaciones asistenciales, donde casi siempre ha atendido a pacientes que se hallan en circunstancias extremas, lo reafirman.

“Yo fui a un restaurante con mi familia y cuando pedí la cuenta me dijeron: ʻNo, ya está pagadaʼ ʻ¿Y cómo es eso? ʼ ʻUsted se equivocó, porque yo no he pagadoʼ. ʻNo, mire, allí había unas personas que le pagaron su cuenta ʼ. Y entonces pensé: ʻtiene que haber sido alguien que operé o algo así ʼ. Y el camarero respondió: ʻNo, era el hijo de una persona que usted operó, él me lo dijo ʼ”.

Cuenta que en otra ocasión iba para Sancti Spíritus con su esposa Lupe, y ve en la carretera a una mujer tratando de quitarle una goma a un auto Fiat.

—Paso y me doy cuenta de que hay un hombre de pie con dos niños mientras la mujer hace ese esfuerzo. Freno más adelante y mi esposa me dice: ʻ¿Qué vas a hacer? ʼ ʻDéjame ver, porque ese tipo es un huevón, no ayuda a la mujer ʼ. Me parqueé, fui y le quité la goma al Fiat, y cuando fui a ver el repuesto estaba ponchado también. Como yo siempre he andado con dos repuestos, le monté uno de los míos y le dije: ʻDele alante, que yo voy atrás de ustedes ʼ. Y así llegamos a Sancti Spíritus, como a unos quince o veinte kilómetros de donde estábamos. Resultó que el hombre estaba recién operado del corazón, por eso no podía ayudar a la mujer. Luego me llevaron a su casa, después nos llamamos y ya se diluyó la amistad que hicimos momentáneamente.

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La casa donde vive fue construida por él mismo y dos albañiles en 1983, a pocos metros del hospital capitalino Frank País, en el reparto Versalles. Tiene ciento setenta y dos metros cuadrados. La hizo junto a su esposa Lupe, con quien está casado hace 36 años.

Luis Ángel Guevara tiene tres hijos, dos del primer matrimonio y una del segundo. “La mayor, de 46 años me dio una nieta que tiene veintidós años y estudia Estomatología en Alemania. Mi hija menor, que tiene 31 años, también me dio una nieta que todavía es pequeña. Y el varón, que tiene cuarenta y cinco años, me dio un nieto que tiene catorce años. Se llama Franco Luis. Esa es la familia”.

Lupe, la esposa de Luis Ángel, es médica activa todavía. Inicialmente hizo Pediatría y luego Medicina Natural y Tradicional. Fue de las primeras catorce especialistas que se graduaron en Cuba con vietnamitas, chinos y coreanos. Estuvo muchos años en el Hospital pediátrico Juan Manuel Márquez, en el municipio Marianao, pero cuando Luis se jubiló y ya no podía llevarla todos los días hasta allí, entonces decidió trasladarse para el Complejo Científico-Ortopédico Frank País, donde también creó el servicio de Medicina Natural y Tradicional, como ya lo había hecho en la institución infantil.

—¿Y usted, ¿qué va a hacer desde los setenta y cuatro años hasta los cien?

—Bueno, mira, voy a trabajar hasta los noventa. Y a los noventa me voy a sentar a esperar la vejez. Ya después se tendrán que encargar de mí.

***

Desde hace un año, ya jubilado, el Doctor Guevara continúa trabajando, ahora en un grupo de asistencia técnica en una fábrica de pintura ubicada en La Habana del Este.

—Parece que tampoco tiene relación con la medicina, ¿no? Pero allí atiendo la salud de los trabajadores y la seguridad industrial: el uso de los medios de protección, la exposición de los trabajadores a sustancias tóxicas. Me dedico a cuidarlos de enfermedades profesionales, de accidentes laborales, de estar atento a la vacunación y otros asuntos relacionados con la enfermería.

—En un análisis que hice con los más de noventa trabajadores que hay en la fábrica, encontré personas jóvenes que tenían valvulopatías, hipertensión y otras afecciones”.

A través de sus vínculos con el policlínico local y con el Hospital Ameijeiras el Doctor Luis Ángel Guevara ha podido canalizar muchos de los problemas de salud que ha detectado entre los trabajadores de la fábrica.

***

De su capacidad para diseñar herramientas o tecnologías, que inicialmente boceta en textos y dibujos, nació su ya conocida técnica quirúrgica para la sustitución valvular con el corazón latiendo, utilizada en el Hospital Ameijeiras en la intervención de pacientes que sufren disfunción ventricular severa, (o de la fuerza de contracción), a quienes antes les quedaban pocas alternativas de sobrevivencia.

Consiste en que el enfermo es conectado a una máquina de circulación extracorpórea con lo cual se impide que la sangre oxigenada siga su recorrido normal (desde la aorta, a través de los orificios coronarios hasta el músculo cardiaco).

El Doctor Guevara dibuja y describe sus estrategias quirúrgicas. No deja a la memoria las ideas realizables ni las hipotéticas. Foto: Flor de Paz.

—Con el auxilio de una sonda de perfusión, administramos sangre oxigenada en sentido contrario, por el seno coronario (estructura anatómica encargada de la salida de sangre no oxigenada). De tal modo que esta sale por donde debería entrar.

Explica que el objetivo es mantener el movimiento cardiaco y, al mismo tiempo, detener el aporte sanguíneo al corazón por la aorta, para poder operarla. “Al final, la arteria se sutura y vuelve a recibir normalmente sangre; mientras, el corazón no se detuvo en ningún momento”.

De 1978 es su soporte de jeringuillas para punciones biopsias por aspiración con agujas finas, el primer aditamento cubano de este tipo, que ahora emplean numerosos servicios del país y que todos conocemos como BAAF.

Un separador de la aurícula izquierda para operar la válvula mitral parece estar entre sus creaciones preferidas. “No existe otro igual y desde 1997 se ha utilizado en el Hospital Hermanos Ameijeiras.

Comenta que se trata de una herramienta mecánica que el cirujano coloca a su gusto para realizar la operación en un campo visual adecuado y que permite cambiar su posición cuantas veces sea necesario. “Además tiene la ventaja de que el ayudante queda con las manos libres, lo que no ocurre con otros separadores manuales”.

En la época en que era médico militar del Hospital Luis Díaz Soto (Naval), junto a José Bouza Barrera, un talentoso creador especialista en somatología y somato prótesis, el profesor Guevara González concibió un ventrículo mecánico que posteriormente sirvió de base para perfeccionar el corazón artificial cubano que se llamó CORAMEC 2000.

Ambos innovadores trabajaron asimismo sobre un material biocompatible de la autoría de Bouza Barrera. “Lo usamos en investigaciones con animales para el tratamiento de delicadas fracturas humanas y carencias de tejido óseo. Su aplicación en más de 400 pacientes operados de plastias craneales en el Hospital Naval ha tenido excelentes resultados.

—Estoy al tanto de un amigo que hace más de 20 años le fue aplicada la sustancia biocompatible, a partir de un accidente en el que sufrió una pérdida del hueso frontal, y no ha tenido ninguna reacción al material.

Otra de sus realizaciones es haber validado en animales el primer desfibrilador cardiaco cubano, del Instituto Central de Investigación Digital (ICID).

En su larga carrera no ha abandonado la cirugía experimental, por lo que formó parte de un equipo del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología (CIGB) para contribuir a la validación de un medicamento cardioprotector y de una sustancia para la regeneración de los vasos sanguíneos en el corazón.

Pero el universo de la tecnología artefactual, y la invención de herramientas trasciende para el Doctor Guevara el entorno médico.

—También en la casa me pongo si hay que cambiarle el cable a una plancha, arreglar una olla arrocera o instalar una lámpara eléctrica. Siempre quiero estar haciendo algo nuevo, innovador. Ahora se me metió en la cabeza hacer una carretilla que vi en África, que el centro de gravedad cae sobre la goma, y permite ponerle el doble o el triple del peso que habitualmente llevan las carretillas. Ya tengo hecho el prototipo, pienso incluso patentarlo.

—Y cuál será su próxima invención?

—Estoy pensando en hacer un equipo que produzca oxígeno atómico (O₁) para aplicación médica, especialmente útil en la cura de infecciones. Hay antecedentes de su uso en Cuba, en 1957, cuando un profesor norteamericano trajo un artefacto con ese fin. Su intención era usarlo para tratar el Alzheimer, según me contó el Doctor Carlos Scorza.

Lo dice sin que haya en su mirada ni en la inquietud infinita que le despierta su espíritu creativo un ápice de autosuficiencia.

—Siempre he tratado de no caer en eso. Nunca he sido autosuficiente en nada. Yo prefiero, como dijo la Madre Teresa de Calcuta, que mi hablar sea mejor que el silencio, de lo contrario guardo silencio.

Foto de portada: Cortesía del entrevistado

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