Internacionales

El peligro de ignorar a la ultraderecha en Ucrania

Por Unai Aranzadi.

 He tratado con los neonazis ucranianos a lo largo de ocho años, incluyendo la presente invasión rusa. La primera vez que pude comenzar a hacerles preguntas fue en el invierno del 2014 durante el Euromaidán. Pasé varias noches conversando con las diferentes facciones en un escenario siniestro que se nos presentó como un admirable despertar democrático. Conseguido aquel cambio de régimen, prensa y gobiernos occidentales pasaron página y no estuvieron por la labor de explicar que tras el Euromaidán se dio inicio a un aumento de la violencia paramilitar, la ilegalización de importantes partidos políticos y la abolición de algunos derechos fundamentales.

Ese vacío informativo ha tenido consecuencias nefastas. En primer lugar porque ha dejado vía libre para que la extrema derecha se institucionalizara sin críticas desde la Unión Europea. En segundo, porque Vladímir Putin aprovecha esa oscuridad como coartada para lanzar su guerra. Por eso, y para explicarlo de forma pormenorizada, hay que comenzar por el principio de este fenómeno que en aquellas frías noches del Maidán me definieron como “política de acción y calle”.

 En noviembre del 2013 y al tiempo de iniciarse las protestas del Euromaidán, se creó la organización neonazi Pravy Sektor, un grupo paramilitar que sumaba varios colectivos del mundo ultra, como la Asamblea Social-Nacional, White Hammer, Carpathian Sich y Tryzub. Dicha organización estaba comandada por Dmytro Yarosh, un histórico ultranacionalista ucraniano que trabajó en la Rada para el jefe de los servicios de seguridad, Valentyn Nalyvaichenko (quien antes fue cónsul en lugares como Washington y se ha dejado fotografiar en campamentos paramilitares de Pravy Sektor).

Aunque en el Maidán había otros grupos neonazis y, cómo no, muchísimos manifestantes ajenos a estos perfiles, fue este grupo de choque el que lideró las protestas que terminarían con el mandato del presidente electo, Víktor Yanukóvich. En su propia página web lo cuentan así: “Pravy Sektor se fundó al comienzo de los eventos revolucionarios de Maidán como un colectivo de organizaciones de derecha ucranianas y activistas individuales de mentalidad nacionalista por iniciativa de la Organización Tryzub en toda Ucrania”.

En las protestas de Maidán de 2014 convivieron grupos con motivaciones diversas. Foto: UNAI ARANZADI

El movimiento recién formado anunció de inmediato sus tareas en el marco de las protestas de Maidán: “La eliminación del gobierno antinacional encabezado por Viktor Yanukovych…”. Exigiendo que los gobiernos occidentales no traten de reescribir la historia de lo que sucedió, el cabecilla del grupo neonazi C14, Yevhen Karas, lo explicó el pasado 8 de febrero con la crudeza que le caracteriza: “El Maidán fue una victoria de las ideas nacionalistas. Los nacionalistas fueron el factor clave allí y, claramente, la primera línea. Ahora mucha gente anda especulando, diciendo que sólo había unos pocos nazis allí (…). Los del LGTB y las embajadas dicen que no había muchos nazis en Maidán (…) Si no hubiera sido por los nacionalistas, el Maidán hubiera sido una marcha gay”.

Extremistas en lo más alto del Estado

¿Y qué vino tras este auge del fascismo surgido en el Euromaidán? ¿Algún tipo de depuración democrática que cortara lazos con los grupos neonazis y ultras? Todo lo contrario. No es que dejaran a esta gente en el nivel que estaban antes de febrero del 2014, sino que los auparon a lo más alto del Estado. Repasemos sólo algunos ejemplos. A Ihor Tenyukh del partido neonazi Svoboda lo hicieron Ministro de Defensa. A Oleh Makhnitsky, también de los neonazis de Svoboda lo hicieron Fiscal General del Estado. A Oleksandr Sych, viceprimer ministro. A Andriy Mokhnyk, Ministro de Ecología y Recursos Naturales y a Ihor Shvayka Ministro de Agricultura. Hubo y hay muchos más extremistas como ellos en diferentes tareas y responsabilidades, pero sirvan estos como ejemplo de las características que adquirió un nuevo modelo de Estado, que, para colmo, sí que persiguió hasta su desintegración al partido entonces más votado (Partido de las Regiones) y, cómo no, ilegalizó al Partido Comunista.

Aunque el Gobierno ucraniano no es nacionalsocialista tal y como afirma categóricamente el Kremlin, sí que resulta evidente la presencia de numerosos individuos y colectivos neonazis -o ultraderechistas- perfectamente integrados en varias de sus instituciones. El nuevo negacionismo occidental que sataniza (tildando de prorruso) a todo aquel que señale esta connivencia entre sectores liberales y conservadores con facciones neonazis, suele reducir todo lo criticable del asunto a la existencia del batallón Azov, como si este fuera un caso único, puntual y aislado.

Pero nada más lejos de la realidad, aunque antes de mencionar otros grupos conviene explicar brevemente quiénes son: Azov es un batallón formado por 3057 efectivos armados y entrenados, tiene tropas desplegadas en varias regiones del país, y luce como distintivo en su uniforme, un símbolo de las SS nazis (el wolfsangel sobre un sol negro). El pasado mes de marzo la cadena Fox News le preguntó al presidente y comandante en jefe de las Fuerzas Armadas ucranianas, Vlodímir Zelinski, qué le parecían estas características del batallón Azov, y lejos de hacer autocrítica o al menos introducir cambios en su simbología y uniforme, el dirigente respondió: “Son lo que son. Defienden nuestro país y han sido incorporados a nuestro ejército”. Y como si esta respuesta no bastara para sembrar más dudas, el pasado 7 de abril, el presidente invitó a un neonazi del batallón Azov a hablar por videoconferencia frente al parlamento griego, extremo que causó una amplia indignación en varios de los parlamentarios presentes en la sesión.

Otro de los razonamientos del negacionismo occidental dice que el partido político neonazi Svoboda tiene sólo un 4,7%, de los votos, lo cual es cierto, pero hay un dato que se pasa por alto, y es que antes del Maidán, Svoboda llegó a ser quinta fuerza del país. ¿A qué se debe este cambio tan brusco? Tanto gente del común en Ucrania como defensores de los derechos humanos estadounidenses, señalan que se debe a que su aporte ya está hecho, pues el resto de partidos ha ido naturalizando parte de su retórica en sus discursos.

Diferentes fuerzas paramimilitares

No obstante, además de Svoboda, Azov y Pravy Sektor (sólo este último suma más de 10.000 miembros) existen otras fuerzas paramilitares menos conocidas aunque no menos relevantes. Una de ellas es la organización neonazi C14, cuyo nombre proviene de un grupo supremacista blanco acusado de terrorismo en los Estados Unidos. Entre otros actos criminales, dicha organización se ha centrado en los ataques a gitanos, homosexuales y marchas de mujeres, lo cual no ha sido obstáculo para ser subvencionada por el Ministerio de Juventud y Deporte ucraniano. Su aceptación social llegó a tal punto que fueron invitados a dar una conferencia en las instalaciones de la American House.

Asimismo, a dicha organización apuntaban todas las pistas del asesinato del periodista y escritor ucraniano crítico con el Euromaidán, Oles Buzina. Misteriosamente, las pruebas desaparecieron en manos de la Fiscalía General y los dos sospechosos de dicha organización jamás pudieron ser juzgados. Lamentablemente existen más grupos paramilitares de ultraderecha, como Karpatska Sich o los National Corps, entre otros ya asimilados en el Ejército como el Aidar, o los temidos Tornado y Donbass. La lista es larga y aparte de su ideología de extrema derecha tienen como denominador común la impunidad. Una impunidad que tiene como génesis lo sucedido en Odesa el 2 de mayo del 2014, cuando 46 personas de izquierda fueron quemadas vivas en la Casa de los Sindicatos. Pese a toda la ingente cantidad de testigos, videos y fotografías señalando a Pravy Sektor, nadie fue juzgado ni condenado. Por si fuera poco el Presidente Vlodímir Zelinski ha condecorado a varios de ellos.

Presentado como un argumento irrefutable se asegura que el presidente ucraniano no puede ser parte de un Estado pronazi porque es judío. Sin embargo, y descartando que sea un nazi, sólo alguien que no conoce la historia reciente de lo sucedido en Ucrania puede dar por valida una razón tan pueril como esa. La celebridad política de Zelinski se debe al propietario del canal de televisión en el que trabajaba interpretando el papel de un presidente de Ucrania que lucha contra los oligarcas y la corrupción. Paradójicamente, el dueño del canal que pagaba por la serie a Zelinski es Igor Kolomoiski, uno de los oligarcas más destacados de Ucrania, con varios casos abiertos por lavado de dinero en diversos países.

Kolomoiski, que además de la nacionalidad ucraniana tiene la chipriota e israelí, financió varios batallones de ultraderecha, llegándosele a describir en varios medios occidentales como The Spectator y The Wall Street Journal como un “señor de la guerra” y “arma secreta de Ucrania”. Por tanto, su identidad judía no supuso ningún problema para dar alas al neonazismo que a partir del Euromaidán derrocaría a sus contrincantes políticos y financieros (y cometería graves crímenes de guerra a través de sus batallones ultras como Aidar o Dnipro-1). Así las cosas, podríamos hablar de las relaciones contradictorias, perversas o paradójicas entre Zelinski -o Kolomoiski- y estos grupos pero no de relaciones imposibles por naturaleza.

Alianzas contradictorias

¿Cómo se ha podido producir esta alianza entre destacados personajes de la comunidad judía y grupos neonazis? Pues tal y como publicó la prensa israelí, dicho pacto existe al menos desde marzo del 2014 y se llevó a cabo entre el embajador israelí en Kiev, Reuven Din-El, y el representante de los diferentes grupos neonazis, el entonces líder de Pravy Sektor, Dmitry Yarosh. En aquel tiempo escribí sobre aquello, ya que en los últimos días del Maidán algunos individuos de Svoboda me manifestaron que acataban el pacto, pero que les desagradaba.

En todo caso, ya se sabía que entre los ultras del Maidán había incluso algunos individuos que venían de las fuerzas armadas israelíes. ¿Extraño? Quizás no tanto. Una particularidad de los ultras ucranianos -que los diferencia de muchos de sus homólogos europeos- es que están a favor de la OTAN, aspecto que tiene sentido si recordamos las imágenes del senador estadounidense John McCain arengando a las masas en el Euromaidán junto al neonazi de Svoboda, Oleh Tyahnybok. Además, Ucrania también coincide con Estados Unidos en otro aspecto no menos polémico. Los de Kiev y Washington son los únicos gobiernos del mundo que se oponen a que Naciones Unidas firme una declaración conjunta rechazando la glorificación del nazismo y el neonazismo.

Comenzaba este texto señalando los peligros de minimizar y blanquear la existencia de un creciente número de ultras en Ucrania. Sin embargo, lo que está sucediendo es aún más preocupante. Nuestros Estados, así como varias instituciones públicas y privadas, están auxiliando de forma, directa o indirecta, a los grupos armados de ultraderecha que operan hoy en Ucrania. Como periodista, he trabajado mucho el tema de la Internacional Negra, llegando a destapar la connivencia de altos mandos del Ejército español y Guardia Civil con neonazis investigados por gravísimas masacres, como es el caso del alemán Joachim Fiebelkorn y su finca alicantina donada a los veteranos de la Legión española.

Tal y como sucedió en la pasada Guerra Fría, puede que hoy asistamos a una reedición de aquel pacto con el diablo. Hablo de la Operación Gladio o stay behind, la cual supuso el apoyo, entrenamiento y financiación de la OTAN a todo tipo de grupos ultras como fuerza de choque contra lo que era la URSS, los comunistas y otras organizaciones de carácter secesionista o izquierdista. Lo que hoy está sucediendo en Ucrania puede ser, de alguna forma, el reinicio de aquella estrategia. ¿Podría al final tener repercusiones en el interior de nuestras fronteras?

El peligro de que surja un santuario fascista

Tímidamente, y sin gran eco en los medios, algunas agencias de inteligencia de países neutrales como Suecia ya lo han advertido: hoy en Ucrania, innumerables células neonazis y ultraderechistas de todo cuño se están formando, articulando y armando. Los grupos y colectivos que no se conocían, ahora se conocen. Lo que no sabían unos, ahora se lo están enseñando otros. Lo que no tenía uno, se lo podrá dar alguno. En definitiva, se puede estar tejiendo una red, o suma de fuerzas, como no se habría visto desde el santuario fascista que supuso la España de Franco.

Todo esto está sucediendo bajo el pretexto de enfrentar la execrable invasión rusa y, si las previsiones de agencias de seguridad como la sueca no se equivocan, corremos el riesgo de que se produzca un doloroso efecto bumerán en nuestros países. Y para que no nos quede la más mínima duda de su empoderamiento y fortaleza así nos lo va adelantando Yevhen Karas, líder de la organización neonazi C14: “Imagina cuántas armas tenemos. Cuántos veteranos tenemos… Tenemos la mayor cantidad de Javelins (lanza misiles portátil) del continente europeo. Sólo los británicos quizás tengan más. El potencial de estas fuerzas armadas inmediatamente se convertirá en un problema para aquellos que nos quieran crear problemas”.

Tomado de Lamarea / Foto de portada: El Diario.

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