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Brasil: Mirada crítica al panorama electoral (Parte II)

Por Luis De Jesús Reyes / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

La Habana, Cuba.- Apenas unas semanas separan a los principales candidatos presidenciales en Brasil de la primera vuelta de los comicios del próximo 2 de octubre. La campaña electoral avanza a trompezones en medio de un aumento en la violencia política en el país y las amenazas del presidente Jair Bolsonaro y sus seguidores de desconocer los resultados si llegase a ganar el expresidente y actual favorito Luiz Inácio Lula da Silva.

Las encuestas, una tras otra, siguen dando como favorito al líder del Partido de los Trabajadores (PT). Los últimos números de la encuestadora Ipec le dan una ventaja del 44% en intención de voto, frente a un 31% del actual mandatario Jair Bolsonaro. Con un distante 8% se encuentra el candidato Ciro Ferreira Gomes, del Partido Democrático Laborista (PDT). Las cifras son más que sugerentes, casi al olvido han quedado relegados los históricos partidos tradicionales de Brasil, un fenómeno que da cuenta de cómo la hegemonía política en ese país ha ido perdiendo terreno ante una población cada vez más dividida.

El periodista e historiador brasileño, Breno Altman, define esta coyuntura como una “crisis de la hegemonía burguesa”.

“Después de 2018, hubo un cambio en el comando del campo oligárquico burgués. Los viejos partidos de la burguesía, partidos liberales como eran el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), el Movimiento Democrático Brasileño (MDB) y otros partidos, al dar el golpe en 2016, perdieron el liderazgo del campo burgués conservador [que se movió] para una corriente neofascista representada por [Jair] Bolsonaro”, explica.

Esa corriente de la que habla Altman vio en Bolsonaro la encarnación de una figura nacional anti-establishment –como se había visto en Estados Unidos con Donald Trump– tras el cual reunir a la burguesía brasileña con miras a, “de una vez por todas, quebrar la resistencia popular de izquierda y acelerar la implantación de una agenda neoliberal”. Un proyecto de esta índole se había intentado ya, pero desde la década de los ’90 la resistencia popular brasileña había impedido la consolidación de modelos económicos como los de Chile o Colombia.

Explica el periodista que durante los gobiernos de Lula y Dilma Rousseff se emprendieron cambios en el modelo económico –cambios moderados, pero cambios al fin– que antagonizaron rápidamente con los intereses de la burguesía brasileña.

“Los gobiernos de Lula y Dilma fueron gobiernos de cambios moderados y de cambios lentos, de un modelo neoliberal hacia otro modelo de desarrollo [y] aunque fueran así, eran enemigos mortales para los intereses concretos de la burguesía que miraba la caída de su tasa de ganancia”, puntualiza Altman.

“Pero la burguesía y el gobierno –aclara– que sale del golpe de estado de 2016, que era el gobierno de esos partidos tradicionales de la burguesía, no tuvo capacidad de reorganizar el Estado, derrotar la resistencia, marginalizar la izquierda y garantizar la implementación de esa agenda”.

Y es que a pesar de haber logrado orquestar el golpe institucional contra la expresidenta Rousseff, el nuevo gobierno que se hizo con el poder se vio rápidamente envuelto en fuertes denuncias de corrupción, lo que abonó al despertar de una nueva lucha social contra políticas como la reforma de pensiones o la reforma laboral. Era en este contexto que Lula volvía a aparecer en las encuestas como favorito, panorama impensable para la élite brasileña que recurrió entonces a artimañas judiciales y falsas denuncias de corrupción contra el líder petista para llevarlo a la cárcel y favorecer la elección de Jair Bolsonaro en 2018.

Empero, hasta para la derecha más recalcitrante un presidente como Bolsonaro puede resultar molesto. Con su narcicismo estridente, su misoginia palpitante y su inclinada tendencia por la corrupción y el irrespeto a las reglas más básicas del quehacer político, el ultraderechista ha logrado lo que pocos dirigentes de su talla en la región: poner a girar en una misma órbita a la burquesía y las clases pobres.

“Bolsonaro ha sido incapaz en su gobierno de mantener la unidad de la burguesía. Él se ha transformado en un factor disfuncional, generador de muchas crisis, de mucho desgaste, de mucho aislamiento, de muchos problemas internacionales en las relaciones con los demás estados. Y esa situación ha provocado una división fuerte en el campo oligárquico burgués”, sostiene Breno Altman, para quien es más que evidente que el candidato del Partido Liberal (PL) ha dejado de gozar del apoyo de una gran parte de la élite social y económica.

Asegura el historiador que Bolsonaro “está aislado” y que “ha empezado a perder mucha fuerza política electoral”, en especial durante la pandemia de Covid-19. Vale recordar que su postura anti-vacunas, su desafío constante a la comunidad científica y sus teorías basadas en una especie de mezcla entre la teoría de la selección natural de Darwin y los elegidos de Dios le valieron no pocas críticas tanto dentro como fuera del país, en momentos en que Brasil veía fallecer a miles a diario por el virus.

Porque “el bolsonarismo implicaba una amenaza para el funcionamiento normal del Estado” y porque muchos vieron con temor el plan de Bolsonaro de “cambiar el régimen político de una democracia liberal a un estado policial” es que se comenzó a quebrar la complicidad que existía entre el conjunto de la burguesía y el mandatario.

Y en medio de este contexto, el 8 de marzo de 2021, Lula da Silva salió de la cárcel y poco después le fueron rehabilitados sus derechos electorales, tras la desestimación de los cargos que pesaban en su contra. Desde entonces, el ajedrez político comenzó a cambiar.

BOLSONARO YA NO LE SIRVE A LA BURGUESÍA

“No tiene fuerzas en los medios de comunicación […] La gran burguesía lo ha abandonado, no sirve para sus negocios porque es disfuncional y generador de crisis”, dice Altman.

La imagen del presidente no solo se ha visto manchada por su pésima gestión de la pandemia. En más de una ocasión sus exabruptos le han valido el rechazo de la clase política tanto a nivel nacional como internacional. Para muestra un botón, en días recientes Bolsonaro acusó a su par chileno Gabriel Boric de “causar incendios en el metro” durante las revueltas en Chile en 2019. Las expresiones, ciertamente fuera de lugar y con alto grado de injerencismo político –algo poco común a este nivel de las relaciones internacionales–, gatillaron la respuesta del gobierno de Boric que respondió acusando a Bolsonaro de hacer declaraciones “absolutamente falsas” y de aprovecharse del contexto electoral para “polarizar” las relaciones bilaterales.

Tampoco se olvida cuando en 2019, el dirigente del PL se dirigió a la expresidenta Michelle Bachelet, a la sazón alta comisionada para los Derechos Humanos de la ONU, al afirmar que “si no fuera por (Augusto) Pinochet, que derrotó a la izquierda en 1973, entre ellos a su padre, hoy Chile sería una Cuba”. El padre de la exmandataria chilena murió como consecuencia de las torturas recibidas durante la dictadura.

En las relaciones internacionales, gracias a la posturas de Bolsonaro, Brasil ya no cuenta con buenas relaciones diplomáticas con China, ni con Europa ni con la mayoría de los países latinoamericanos; incluso con Estados Unidos –país con el que tuvo cierto acercamiento durante la presidencia de Donald Trump– ha ido perdiendo las buenas migas desde la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca.

Este panorama internacional, unido a los crecientes problemas internos, tiene a Bolsonaro en “una situación de desgaste acelerado”, como lo plantea Altman, y al país sumido en una creciente polarización.

El fenómeno de la violencia política también mantiene en vilo al gigante del Sur. Bolsonaro, quien reiteradamente ha lanzado dudas sobre el sistema electoral electrónico, insiste en que desconocerá una posible victoria de Lula y ha llamado a sus seguidores a salir a las calles en caso de derrota. Para abonar al ambiente de inseguridad, desde 2019, el presidente ultraderechista ha emitido más de 30 decretos para facilitar la compra de armas y tenencia de armas de fuego entre la población. A inicios de septiembre, el ministro del Supremo Tribunal Federal, Edson Fachin, suspendió cinco de esas ordenanzas, como medida cautelar, citando el contexto de violencia política en torno a los comicios.

Para muchos, estas movidas antidemocráticas son un claro ejemplo de la desesperación de Bolsonaro ante la posibilidad –cada vez más cercana– de perder las elecciones. “No tiene otro instrumento que no sea el miedo […] hacer que la gente por miedo no vote a Lula”, es la estrategia que usa Bolsonaro, según Altman.

No obstante, “el pueblo puede no estar movilizado, pero no es estúpido”, asevera el periodista brasileño. Para él, un regreso a la presidencia de Lula da Silva es el único camino para retomar la senda de la democracia y el crecimiento, así como fortalecer nuevamente la lucha popular en Brasil.

“La victoria de Lula es la clave para abrir una nueva ventana a la lucha de clases en Brasil, para que nosotros podamos ayudar a construir en Latinoamérica una fuerte corriente contra el imperialismo, los monopolios, el latifundio, y reabrir la posibilidad de que las clases trabajadoras puedan ser protagonistas en la historia de nuestro continente”.

Foto de portada: Agencia Anadolu.

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