Cuba

Mercenarios caníbales, una historia de la derrotada Brigada 2506 (I)

Por José Luis Méndez Méndez */ Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

 

Cuando la invasión, que trajo a más de mil mercenarios cubanos a mancillar  la tierra que los vio nacer, estaba derrotada de manera fulminante, por la respuesta decidida de los patriotas orgullosos de ser hijos de Cuba, un puñado de sus jefes abandonaron en estampida a sus vencidos seguidores sin mirar atrás, guiados por la conocida frase de “sálvese quien pueda”.

 Los medios navales empleados fueron disimiles para quienes aspiraban a reembarcarse y llegar a puerto seguro. La retaguardia había sido cortada, los barcos hundidos y las barcazas no alcanzaban para el motín a bordo que les impedía zarpar, cuando no se  conocía a nadie ni se respetaban rangos ni ordenes, eso era pasado.

Las historias fueron variadas, unas creíbles, otras adaptadas para preservar el “valor” de sus autores, esta es una de ellas, que por su desagrado compartimos, para mostrar hasta donde se pueden degradar los seres humanos cuando los principios, valores y sentimientos están ausentes.

Ya no había nada que hacer, las siluetas de los barcos estadounidenses, que habían prometido participar si se lograba la imaginaria “cabeza de playa”, eran sombras en el horizonte y las esteras de los tanques que defendieron el suelo patrio se había mojado en el irredento mar, un mensaje de derrota surcó el éter para llegar a los organizadores de la catástrofe: “Jamás abandonaremos nuestra patria”, fueron las últimas palabras entrecortadas y gemebundas  de José Pérez San Román, al mando de la agresión y jefe de la titulada Brigada 2506,  eran las dos de la tarde del histórico 19 de abril de 1961.

Seguidamente, se dirigió a la tropa, notificándole que todo estaba perdido y que cada uno quedaba en libertad de escoger el camino apropiado para proteger sus vidas. No atinó a organizar la retirada, proteger a los heridos, ni llevar sus muertos, estaba desmoralizado.

 

Los obuses caían por toda la zona de Playa Girón, los reductos de resistencia fueron cayendo tras el empuje de los defensores, ya Playa Larga, los puntos de desembarco el día 17 habían sido liberados y cientos de agresores se habían rendido de manera incondicional.

 

Una de las versiones del macabro suceso que se conocerá, la ofrece el mercenario Enrique Dausa Álvarez, quien después siguió contratado por la CIA y realizó decenas de ataques por la vía marítima contra el territorio nacional y plantó en su interior a grupos terroristas con la misión de debilitar la economía bloqueada cubana.

Él narra así su historia. Trató de resguardarse tras el muro del sólido malecón local, iba acompañado del mercenario José Rojas, quien había estado a cargo de una llamada sección jurídica de la Brigada. Se encaminaron hacia el lugar, que ya había sido ocupado por el invasor  Manuel Artime Buesa, titulado jefe civil de la agresión, quien apiñado junto a otros capeaba el vendaval.

Desde su protección anunció que se escondería en las montañas del macizo del Escambray,  el centro del país, distante de donde se escondían, lo cual era un imposible,  lo real era rendirse como otros cientos, que ya lo habían hecho.

El agresor, que no tenía intenciones de exponerse más, sugirió la salida por mar hasta intentar llegar hasta los buques estadounidenses, que en realidad no se divisaban ya en el lejano horizonte, tras recibir órdenes presidenciales llegadas por su canal de mando de abandonar el área de conflicto bélico y dejar atrás el descalabro, comenzado por su predecesor republicano. Después se recordarían las sentidas palabras de John F. Kennedy, cuando le recordaron que más de mil mercenarios esperaban su visto bueno para invadir a Cuba. “Envíenlos a Cuba, si es ahí a donde quieren ir” (Disposal Problem).

El mencionado Artime, fanfarroneaba, él no tenía la menor intención de continuar exponiéndose, deseaba que llegaran los soldados y milicianos y lo capturaran, para ponerse a salvo. Canjeado después junto a mil soldados de fortuna de origen cubano, continuó en la CIA y realizó para esa agencia servicios contra Cuba, organizó campamentos en Guatemala, Costa Rica y Nicaragua para hostigar a los barcos mercantes que trasegaban mercancías en y desde el territorio cubano por el sur de la Isla. Otro fiasco monumental hizo que se cerraran los campamentos, los terroristas confundieron al barco español Sierra Aránzazu con el buque mercante cubano Sierra Maestra, lo atacaron, mataron a su capitán, a varios tripulantes y lo impactaron más de 200 veces, fue el final de su aventura.

El citado terrorista, siguió con su plan original, por el camino sumó a otros dispersos invasores, como Monty Montalvo, quien aportó una información valiosa, había visto un bote pesquero, anclado cerca de la costa. El sol todavía ardía, pero comenzaba a menguar, caía la tarde eran pasadas las cuatro, esperaron hasta el anochecer. ro

Se hizo silencio, de repente se escucharon voces, esperaban lo peor, la llegada de los defensores, que buscaban a los escondidos, pero no, un nuevo grupo de espantados se les unió.  Iban en dirección al bote, sin percatarse que ya había sido visto, se produjo una discusión sobre quien lo divisó primero, típico de la calaña reunida.

Aun así, con desesperación, se lanzaron al mar para ver quien alcanzaba primero la nave, distante a poco más de cien metros. Dausa fueron de los iniciales, después se sumaron los restantes.

Con todos a bordo, cortaron la soga que sujetaba el ancla. Izaron la vela y trataron de echar a andar el motor, que no arrancó. No soplaba brisa para seguir a la deriva y comenzaron a remar con las manos y con tablas que arrancaron al piso del bote. Comenzó a moverse lentamente. La brisa llegó con desgano y el sobre pesado y hacinado frágil “navió”, se enrumbó proa hacia los barcos. Se sorprendieron al contar los improvisados tripulantes, eran 22 en total, todos hambrientos, sedientos, sofocados por el calor acumulado, de mal humor, vencidos, desmoralizados y con un objetivo común: escapar.

A medida que avanzaban, los barcos se veían más distantes, se alejaban a gran velocidad, desistieron de alcanzarlos e improvisaron su propia e incierta ruta. Comenzaba la travesía.

Con la oscuridad y avance de la noche, comenzó a soplar fuerte el viento Las olas se encresparon, el agua salpicaba y mojaba a los cuerpos amontonados, aun así, el frío caló pronto. Sintiendo por primera vez un frío molesto. El barco se desplazaba con velocidad, a tientas y de repente un bajo, que raspó el fondo para susto de quienes dormitaban.

¿Sería la costa, y se habían movido en círculo y regresado? La luz de un faro inquietó. Los más cautos propusieron llegar hasta él, otros alegaron que podía ser Cuba y ser apresados. Prevaleció la percepción de riesgo y siguieron el rumbo de los “timoneles”, sin destino fijo.

Las horas parecían interminables, el reloj no avanzaba y al fin rompió el sol por el Este, pero cuál, el dios Ra, fue inclemente, la poca agua potable se evaporó entre tantos sedientos.

La llegada veloz de la noche pasada, impidió un sondeo de la embarcación, se encontraron pocos víveres, arroz, papas, cebollas, azúcar, disimulado un fogón casero, pero no había agua, tampoco cómo encenderlo, Decidieron organizarse y conocer, qué sabía hacer cada cual, ninguno declaró saber cocinar. Esto fue una paradoja, durante el juicio que se les celebró a los capturados, más de mil, decenas de ellos afirmaron haberse enrolado como cocineros.

Apareció la documentación del barco, registrado en el puerto de Cienfuegos. Su nombre “Celia”, 18 pies de estora, tipo Cienfueguero. Seguidamente deliberaron sobre quien estaría al mando y dar las órdenes. en la nave. Fue elegido Alejandro del Valle, Jefe del Batallón de Paracaidistas, quien decidió tomar rumbo Oeste, en pos de llegar a las costas de México, a Yucatán, donde su padre tenía un negocio de pesca. Era un reto colosal, sería ir a lo largo de la Isla y después al Sur para chocar con Honduras o tierra yucateca.

Aceptaron y se puso rumbo Oeste. El “Celia” tenía una brújula, calcularon que la noche anterior habían navegado hacia el Sur, unas 30 o 40 millas, acercándose a Centroamérica o estaban en medio del Caribe sur. Esta era la opinión de Vicente García, el único que parecía tener conocimiento de mar y barcos. Era miembro del Batallón de Paracaidistas, intentó arrancar el motor, no pudo y alegó que le faltaba alguna pieza, cuál, hasta ahí no llegaban sus empíricos conocimientos.

Solo a vela, y por medio del timón, que era una caña larga, incrustada en un agujero, controlaba la propela, Vicente los guió hacia México. A medida que se alejaban se sentían seguros de haber escapado, todo era cuestión de tiempo para llegar a puerto seguro. Coincidían en que los norteamericanos los rescatarían, recibidos como héroes y les entregarían el dinero que les adeudaban, desde que estaban en Guatemala, no se les había pagado.

El sol calentaba, para refrescarse, muchos se tiraban al agua, y nadaban al lado del bote. Al llegar la noche, se acomodaban como podían, y lograron dormir con placidez la vida les sonreía, por ahora, y ellos a ella.

Al segundo día, comenzó a notarse la falta de agua y comida. La mayoría mitigaban sus necesidades vitales por medio del sueño. Una persona puede vivir sin comer, pero sin beber agua, los efectos que produce son terribles e inmediatos. Se cernían amenazas sobre el grupo de invasores, ellos no lo sabían, el destino les tenía deparado duras pruebas.

 

Continuará…

 

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, «La Operación Cóndor contra Cuba» y «Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba». Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *