Internacionales

Estados Unidos vs fentanilo: Otra cruzada hipócrita

La jactancia de legisladores republicanos que han propuesto la militarización de la frontera con México, ha vuelto a hacer reflotar la sesgada actitud con que en Estados Unidos se sigue viendo lo que ellos llaman la «lucha contra el narcotráfico»; en realidad, una cruzada con tintes políticos que por décadas ha servido de instrumento para la intervención, y en virtud de la cual se han cometido tantísimos atropellos al sur del hemisferio.

No se trata de que el tráfico ilegal de fentanilo hacia EE. UU. —que aquellos congresistas dicen querer resolver hollando su soberanía, con los militares USA en suelo patrio—, haya puesto en crisis las relaciones entre dos naciones obligadas, por esa cercanía, a «ponerse de acuerdo».

Consecuente con la ineludible importancia que los nexos bilaterales tienen en todos los ámbitos y, sobre todo, en la esfera económica de México, pudiera afirmarse que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha sido respetuoso y prudente, aunque siempre firme para defender sus puntos de vista en asuntos que conciernen obligatoriamente a ambas naciones e, incluso, a América Latina.

Y también ha sabido exigir que esa misma posición se tenga en Washington para con su nación, y hacia los países latinoamericanos.

Así ha sido su enfoque, por ejemplo, de cara al espinoso problema de la emigración ilegal a EE. UU. desde Centroamérica y el Caribe. El asunto ha sido enfocado por AMLO con una mirada integral que rechaza la represión y busca resolver sus causas, sabedor de que en la pobreza y la inseguridad están los motivos de ese flujo de hombres, mujeres y niños en busca de mejor vida… aunque muchas veces hallen la muerte.

En efecto, la política de Donald Trump obligó a México a convertirse en una suerte de muro para detener a los ilegales —el de concreto, finalmente, el Congreso nunca se lo aprobó a Trump— bajo la amenaza de subir los aranceles a los productos mexicanos que llegan al mercado de Estados Unidos.

Pero AMLO no solo acometió esa «tarea» impuesta con humanidad y respeto a la integridad de los indocumentados sorprendidos en tierra mexicana, en medio de las largas y peligrosas travesías hacia su frontera norte.

Además, López Obrador ha propuesto y ayudado a las naciones centroamericanas más emisoras de migrantes —Honduras y El Salvador— con la implementación de planes sociales por medio de trabajos como la reforestación. Con ello no solo se contribuye a la salud del ambiente, sino que se crean miles de puestos de trabajo que palian la pobreza, como ha ocurrido en México. Al propio tiempo, AMLO ha pedido a Washington la asistencia económica que esas naciones necesitan.

No puede sorprender, entonces, que el Presidente de México respondiera ahora a la iniciativa republicana respecto a las drogas con esa misma vocación nacionalista, y rechazara de plano una propuesta que vulneraría la soberanía nacional, representaría una seria amenaza a la estabilidad, y tampoco resolvería el problema.

Como evidencia de su preocupación ante el tráfico ilegal, las autoridades mexicanas no solo han dado cuenta de las incautaciones de alijos de la droga que se han realizado en su territorio recientemente. AMLO también ha pedido a las empresas farmacéuticas explorar la posibilidad de sustituir el fentanilo que se usa en su país con fines médicos, por otro analgésico.

Y ha sugerido a Estados Unidos que combata el consumo, dentro, primera razón del florecimiento del narcotráfico en todas las épocas y en todos los casos: de un lado, la pobreza; pero, del otro, el mercado.

Mientras, y cuando más agria se ponía la disputa, el presidente estadounidense, Joe Biden, permanecía al margen y en silencio, luego de reconocer ante el Congreso, a mediados de febrero, que el consumo de fentanilo está matando a 70 000 estadounidenses por año.

Con los pies mejor puestos en la tierra que aquellos legisladores, el mandatario se pronunció por «parar esa producción de fentanilo, su tráfico y venta, con más máquinas de detección de drogas para inspeccionar la carga, y detener el polvo y las pastillas en frontera».

Sería una variante menos dramática y menos lesiva.

En opinión de analistas, sin embargo, republicanos y demócratas están demasiado ocupados ahora en Estados Unidos con vista a las elecciones presidenciales del año entrante y, obviamente, cualquier decisión o declaración pública está marcada por ese derrotero.

Otros anotan que el fin último de la alharaca republicana tiene como real objetivo a China, pues se aduce que desde allí llegaría la materia prima a los laboratorios que, presuntamente, procesan el fentanilo en México, aunque Obrador ha dicho que la droga no se produce allí. 

 

La falsedad de las cruzadas

Fueron los congresistas republicanos Dan Crenshaw, de Texas, y Mike Waltz, de Florida, quienes presentaron la iniciativa el pasado 12 de enero, de modo coincidente, además, con el secuestro en territorio mexicano de cuatro turistas estadounidenses, dos de los cuales fueron hallados muertos. Por eso también hay voces en EE.UU. que se pronuncian por una denominación igualmente peligrosa: que se acuñe a los cárteles de la droga de México como organizaciones terroristas.

La llamada Autorización para el Uso de la Fuerza Militar (AUMF, por sus siglas en inglés) permitiría el empleo de los soldados estadounidenses en la frontera sur por cinco años, y enviar allí recursos de inteligencia militar  pero, ¡cuidado!, porque al citar la iniciativa, el diario mexicano Excelsior ha develado que también se facultaría el uso de las Fuerzas Armadas de EE. UU. para «llevar a cabo otras actividades relacionadas que causen desestabilización regional en el hemisferio  occidental».

De paso, la propuesta permitiría que el Presidente de Estados Unidos utilice las fuerzas «necesarias y apropiadas» contra cualquier nación, organización o personas extranjeras afiliadas con los grupos que el Presidente determine (¡!).

Vuelve a aflorar la persistente mirada retrógrada, el ansia de poder, y la hipocresía de sectores del poder estadounidense en todo lo que concierne al Tercer Mundo.

Militarizar la frontera con México para detener el tráfico ilegal de fentanilo es una propuesta irrespetuosa, injerencista e irracional, y sigue el estilo de la erradicación forzosa de la hoja de coca que en los años de 1980 hasta entrados los 2000, Washington implementó en países como Perú y Bolivia, al socaire de los paquetes de respaldo financiero que tan escaso rol jugaron en países condenados hasta entonces a la pobreza, entre otros motivos, por el cariz de sus gobiernos.

Lo mismo podría aplicarse al llamado Plan Colombia, que en los 90, y avanzado también este siglo, justificó una asistencia militar millonaria del Pentágono para asumir, en verdad, la contrainsurgencia; y facilitó la presencia de miles de asesores y efectivos estadounidenses en esa nación, la ocupación y uso de siete bases militares, así como el despliegue de una parafernalia satelital de vigilancia que se enfiló contra la guerrilla y mantuvo a recaudo de los halcones de Washington, todo lo que se moviera en Sudamérica.

Ahora la amenaza, como vemos, podría volver a extenderse a toda la región.

En medio del debate que el asunto ha provocado afloran, además, revelaciones tan interesantes como las que formuló, hace unos días, el diario estadounidense Los Angeles Times.

Resulta que Estados Unidos no solo tiene responsabilidad en el tráfico ilícito de fentanilo por ofrecer mercado ya que es un gran consumidor. Además, afirma el texto, EE. UU. ha ayudado a armar las redes de narcotráfico en México, desde su surgimiento.

Según el artículo, se estima que más de 200.000 armas son introducidas anualmente en México desde Estados Unidos; más del 90 por ciento de las armas utilizadas en crímenes en México y rastreadas, asegura, resultan tener su origen en EE. UU., principalmente en Arizona y Texas.

Entonces, ¿cómo quedamos? Seguir buscando la paja en el ojo ajeno es, cuanto menos, un desaguisado que podría provocar nuevas catástrofes en Latinoamérica.

 

Tomado de Juventud Rebelde/ Foto de portada: Reuters.

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