Cuba

Cuba: “Nadie quedará desamparado”

Por Leticia Martínez Hernández.

El camino, que atraviesa la línea del tren rota por las aguas, está bien seco. Abunda el polvo. El sol castiga, y no puedo mirar el teléfono. El resplandor no deja ver. Tapo la pantalla con la mano. Pongo mil veces el celular en modo avión, ya cansa; aprieto y vuelvo a apretar los datos. Nada. No comunico. No habrá tuit.

Del lado de allá hay un río en calma, que como serpiente rodea el barrio, hoy parece manso. El lugar se llama Punta Brava, y hace unos días todo allí quedó bajo las aguas. Algunos dicen que les llegó al pecho, otros que los tapó por completo la corriente, uno señala el segundo piso de una casa y dice que la marca de humedad es la prueba.

Miro y calculo. Por lo menos dos hombres, uno encima del otro, para llegar hasta la raya amarillenta. Creo que no exagera. Fueron las lluvias más intensas de los últimos treinta años. El acabóse, mijita, me dice una señora que no para de filmar con su celular y grita: Dios es grande, mira quién viene por ahí.

Y sí, Dios es bueno, nadie se ahogó, aunque me cuenta un dirigente del Partido, que lleva varios días zapateando el lugar, que no se explican cómo la tragedia no fue mayor. El agua subió de noche, el horror fue a oscuras. Peor.

Voy corriendo, una multitud de gente sale de sus casas. Increíble, todos filman. Las aceras están llenas de una guata amarilla, húmeda, lo que unas noches atrás fue lecho caliente, hoy está hecho jirones, y apesta. Me asomo a la ventana de una casa, y el olor de la guata mojada es casi insoportable.

Así debe oler la pobreza, me dice al oído una amiga que es una máquina de metáforas. Caigo en cuenta. Échate a un lado, me dicen, el hombre va a entrar. Empiezo a caminar de espaldas para ver al hombre, y tropiezo. El hombre entró, yo no.

Afuera hay pilas de libros en medio de la calle. Cada cual pone al sol el tesoro que le queda. Hay una cartera de discos, un expediente escolar, un álbum de bodas. A la novia no se le ve el rostro en la foto más linda. El agua mata y también borra. Más allá hay un gavetero, una cama manchada, un coche de bebé. La gente parece que vive en la calle. Allí están sus cosas. Las que quedan.

Estamos vivos, grita una señora desde el portal. Toda la gloria a Dios, le secunda otra. Oiga, qué blanco más lindo, suelta una más allá. Hay vivas a la Revolución, a Fidel, a Raúl. La gente sonríe, al menos por un rato. No todo es efervescencia. Una señora llega gritando, y con un papel en la mano. Le vengo a entregar esto a usted, grita, manotea, y denuncia que hay dirigentes locales que están trabajando mal, hay que ir siempre con la verdad delante y cita a Fidel. Habla de un combatiente que está viviendo en pésimas condiciones. No lo dice de la mejor manera, no hay “mejor manera” cuando la tragedia toca a la puerta. La escuchan. El hombre se lleva el papel, que luego saca y lee en la reunión con las autoridades. Les exige, primero que todo, sensibilidad. Han sido días duros, y lo seguirán siendo.

Una amiga me habla del Infierno de este Mundo, de las crónicas nacidas en el Puerto Príncipe estremecido por aquel terremoto quita vidas. No hay comparación, pienso mientras veo caminar por la calle al Presidente Díaz-Canel. Hay tranquilidad y un mando. Dos mujerazas están al frente del Partido y el Gobierno allí, y lo acompañan por aquel lugar, de los más golpeados en Jiguaní. Le están poniendo el pecho a los problemas. Y eso alienta. Nadie quedará desamparado, afirma convencido, mientras da orientación de lo que hay que hacer. Regreso en unos días, aclara el hombre al que le ha tocado una tragedia más.

Tomado de Perfil de Facebook de la autora / Fotos: Estudios Revolución.

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