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Hiroshima, el reto del desarme nuclear más allá de Oppenheimer

A los 78 años de la catástrofe de Hiroshima y Nagasaki se impone una reflexión sobre las armas nucleares y la exigencia de su total prohibición y desmantelamiento

El 6 de agosto de 1945, a las 8:15 de la mañana, Estados Unidos lanzaba Little Boy, la bomba atómica, sobre Hiroshima. Al resplandor y la explosión le siguió una gran bola de fuego de más de 250 metros de diámetro que provocó temperaturas de más un millón de grados y arrasó con todo, fulminando de manera instantánea la vida de unas 80.000 personas. En los meses y años posteriores morirían decenas de miles más a consecuencia de la radiactividad. Hace 78 años de ese despertar en el infierno que paró todos los relojes y transformó el destino de Hiroshima para siempre.

Aquella mañana apocalíptica, Setsuko Thurlow, una adolescente de 13 años, que había sido entrenada para descodificar mensajes secretos, se encontraba en el cuartel general del ejército junto a una treintena de compañeras. La procesión de fantasmas que vería en las calles de su ciudad, pieles derretidas y carbonizadas, cuerpos ardiendo, personas con los ojos en las manos y las vísceras fuera, escenas de un horror inenarrable, la llevaron a entregar su vida a la lucha por un mundo libre de armas nucleares, tarea que la ocupa todavía hoy y a la que promete dedicarse hasta su último aliento.

Hibakusha

Que cada año por estas fechas recordemos lo sucedido en Hiroshima y, tres días más tarde, en Nagasaki, no solo es un acto de memoria y dignidad con el sufrimiento de Setsuko y los hibakusha (término japonés con el se conoce a los sobrevivientes de las bombas atómicas y que significa, literalmente, “persona bombardeada”) sino que debe hacernos reflexionar sobre el legado de estas armas de destrucción masiva, las más devastadoras e inhumanas, y el sentido o sinsentido de su existencia a día de hoy.

 

Foto: Setsuko Thurlow / ICAN

78 años después asistimos a una nueva carrera armamentística nuclear y nos enfrentamos a una amenaza sin precedentes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. El “reloj del apocalipsis”, cuyas manecillas ajusta el Boletín de Científicos Atómicos, sitúa a la humanidad más cerca que nunca del desastre global, a 90 segundos de la medianoche. La guerra en Ucrania, las tensiones en Corea, los riesgos de la inteligencia artificial y posibles accidentes o las conexiones de la amenaza nuclear con la crisis climática exigen a nuestros líderes la toma de medidas urgentes y valientes.

Así lo han pedido estos días, en una acción sin precedentes, más de un centenar de publicaciones médicas del mundo, entre ellas The Lancet, British Medical Journal, New England Journal of Medicine o JAMA. Con motivo del inicio de las reuniones del Comité Preparatorio del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en Viena, han publicado un editorial conjunto coescrito por los editores de once revistas líderes, la Asociación Mundial de Editores Médicos y la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW). “El peligro es grande y creciente”, advierten, “los estados armados nuclearmente deben eliminar sus arsenales antes de eliminarnos a nosotros”.

No basta con el TNP

La capacidad del TNP para frenar la proliferación y avanzar hacia el desarme nuclear es, cuando menos, cuestionable. Desde su entrada en vigor, en 1970, el número de países que poseen armas nucleares ha pasado de 5 a 9 (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) y los acuerdos para la reducción de arsenal han sido acuerdos bilaterales entre Rusia/URSS y EEUU realizados fuera del marco de este Tratado.

En la actualidad existen más de 12.500 armas nucleares, el 90% de ellas en manos de Rusia y Estados Unidos. De estas, 3.844 ojivas están desplegadas en misiles o aviones y unas 2.000 se encuentran en estado de alerta máxima, listas para ser utilizadas en cualquier momento. Incluso las más pequeñas de ellas tienen una carga explosiva muy superior a la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. El uso de algunas de estas armas en una guerra nuclear a pequeña escala sería devastador y podría comprometer el futuro de la humanidad y el planeta. Tenemos capacidad no solo de replicar muchas más Hiroshimas sino de hacerlo de manera todavía más terrorífica.

Lejos de desarmarse, las potencias nucleares aumentan el gasto en sus arsenales. En 2022 el gasto nuclear global se incrementó por tercer año consecutivo alcanzando un total de 82.900 millones de dólares, 157.664 dólares por minuto, según ICAN. Para el SIPRI, esta escalada armamentística nuclear “nos adentra en uno de los periodos más peligrosos de la historia de la humanidad”.

El estreno de Oppenheimer en los cines y su éxito en taquilla nos ofrece una oportunidad para el debate sobre la necesidad de abolir las armas nucleares. Sin embargo, la película de Christopher Nolan deja fuera del relato una parte esencial: el punto de vista de las víctimas, las consecuencias del legado nuclear sobre la vida de las personas y su entorno. Sin ellas es imposible entender la magnitud del problema. Las armas nucleares no son un ente abstracto. En la retórica de los líderes políticos son instrumentos de proyección de poder, modelan la geopolítica desde un prisma patriarcal y militarizado. En la vida de las personas que han sufrido su impacto, los hibakushas, las comunidades de los territorios donde se han realizado ensayos nucleares, las poblaciones de los lugares donde se ha producido algún accidente, las armas nucleares son sinónimo de muerte, enfermedad, discriminación, contaminación y destrucción de sus medios de vida a gran escala. La única garantía de no repetición es su eliminación. Esa es la lección pendiente de Hiroshima: la abolición total de las armas nucleares.

La esperanza del TPAN

En diciembre de 2017 Setsuko Thurlow fue una de las encargadas de recibir el Premio Nobel de la Paz en nombre de ICAN, en reconocimiento a la campaña internacional que condujo a la aprobación en Naciones Unidas del Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares (TPAN) en julio de ese mismo año. El TPAN marcó un hito. A partir de su entrada en vigor, en enero de 2021, las armas nucleares quedaron prohibidas en virtud del derecho internacional. El TPAN, en contra de lo que se esgrime desde algunas posiciones, no debilita el TNP sino que lo desarrolla y lo complementa. Es la herramienta que nos permite avanzar hacia ese mundo libre de una amenaza existencial. Hasta la fecha lo han firmado 92 países y 68 lo han ratificado. España no está entre ellos.

“El TPAN muestra un camino a seguir. Es luz en un tiempo de oscuridad. Las armas nucleares son ahora ilegales. Su existencia es inmoral. Su abolición está en nuestras manos. ¿Es el fin de las armas nucleares o el nuestro final? Debemos elegir uno”, planteó Thurlow en la ceremonia de entrega del Nobel. Esa es la pregunta que deben y que debemos hacerle hoy a nuestros líderes políticos.

El recuerdo de Hiroshima los invita a cuestionarse si están o no en el lado equivocado de la Historia.

Tomado de El Salto Diario/ Foto de portada: ICAN

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