Internacionales

Enajenación y participación

Por José Ernesto Nováez Guerrero * / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

Una de las formas más refinadas de dominio de cualquier sistema, en tanto hegemónico, es aquella que se ejerce sobre las conciencias. Esta lleva a que los individuos acepten como verdades aquello que no son más que premisas ideológicas y, lo que es más importante, lleva al alejamiento de la práctica política, única forma efectiva de superación de un determinado orden de cosas.

La modernidad capitalista vigente ha desarrollado y perfeccionado las formas de esta enajenación: la del hombre con su propia acción social.

El culto al individuo, que encuentra quizás su expresión más acabada en la filosofía de la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX, es el reflejo de la creciente individualización del proceso productivo que se da en esta etapa. Modelos industriales como el fordismo expresan a la perfección este aislamiento del hombre ya no solo con el fruto de su trabajo, sino con los otros hombres. Esta escisión es la que encuentra su expresión en los múltiples existencialismos y nihilismos que van a constituir el sino del hombre moderno.

No solo su siglo educa a este hombre en el culto al individuo, a la individualidad autosuficiente, sino que incluso su vínculo clasista le es negado. Cuando el obrero o el empleado de un pequeño comercio dejan de verse como pertenecientes a una clase y comienzan a definirse solo por una de sus denominaciones: su sexo, su raza, su orientación sexual, necesariamente se resiente su conciencia unitaria. Por decirlo filosóficamente, al perder el punto de vista de la totalidad pierden su capacidad de actuar sobre la totalidad. Esta fractura lleva al ser humano a enfocar toda su energía en luchas parciales que, aún concluyendo en victorias, no significan el fin de la marginación y la enajenación como fenómeno, porque el anclaje de muchos de estos prejuicios tiene determinaciones económicas y sociales más profundas que las formas más evidentes de su aparición social.

Por poner un ejemplo, nótese como el fin del racismo oficial en Estados Unidos no ha significado el fin del racismo real; racismo que se refuerza al existir una cultura específicamente para negros: tienen sus propias películas, sus propias series de televisión, su propia música, su star sistem. ¿Existe acaso un racismo mayor que aquel que reduce la cultura a una raza?

Pero no solo se arranca al hombre moderno de una concepción total del problema, sino que se rompe, como apuntabamos antes, su relación con los otros hombres. Para esto se ha perfeccionado la industria del entretenimiento y otra serie de sucedáneos, igualmente efectivos, que llevan el aislamiento de este hombre fuera del proceso productivo, hasta los momentos de ocio que son el único tiempo que en verdad le pertenece al trabajador y donde este conforma, comparte y desarrolla su visión del mundo en interacción con sus semejantes.

Cada vez son mejores y más efectivas las formas de entretenimiento individual, que van desde los teléfonos móviles hasta los productos audiovisuales o las consolas de videojuegos. Estos medios no solo nos aíslan, en todos los sentidos, sino que además nos inoculan constantemente una ideología: la de las sociedades dominantes. Piénsese solamente en el origen de muchos de estos contenidos y veremos, con asombro, que se reducen a un número ridículamente pequeño de países.

Pero no acaban aquí los mecanismos de la enajenación. Si creemos en Aristóteles, el hombre es un zoo politikon, un animal político. Lo que en otras palabras significa que lo social es una necesidad ontológica de nuestra especie. Al aislarnos de los espacios de vinculación real, nos dan sucedáneos que, en apariencia, cumplen la misma función.

Es el caso de la llamadas “redes sociales”, en su mayor parte propiedad de un pequeño conglomerado de empresas norteamericanas, las denominadas GAFAM (Google, Apple, Facebook y Amazon), pero también de la mayor parte de las herramientas de búsqueda en internet o de los principales sitios a que acceden los internautas. Este control no es solo de los contenidos que se generan y consumen, sino de la información que, inocentemente, los usuarios ponen en manos de estos consorcios y que, por los enrevesados pero eficaces mecanismos de funcionamiento del capital, acaban sirviendo para orientar políticas públicas e incluso estrategias de represión que canalicen y mantengan bajo control el descontento social.

Por tanto resulta ingenuo apostar primariamente por estos espacios digitales como las plataformas políticas llamadas a articular una efectiva resistencia a las formas de dominación políticas y económicas actuales. Esto no quiere decir que no se deba dar la batalla en este plano. Todos los espacios deben de usarse, en vista de que ninguno quedará vacío. Pero deben usarse con plena conciencia de que no son espacios creados para facilitar la integración, sino para simularla. Sabiendo que discriminan, sobre la base de algoritmos con criterios claramente ideológicos, los contenidos con potencial subversivo y que priorizan aquellos insulsos. Por vulgarizar un poco: es más probable que le llegue a muchas personas en facebook la foto de un perro que una idea revolucionaria.

Hasta el modelo democrático burgués, que por más de un siglo canalizó en apariencia las tensiones de esas sociedades, comienza a hacer aguas. Cada vez hay una distancia mayor entre los representantes y sus representados. Esto, sumado a la crisis espiritual a que hemos venido refiriéndonos, explica en parte por qué las opciones fundamentalistas y neofascistas ganan relevancia e incluso llegan al gobierno en múltiples países.   

El resultado de todo esto es la sensación de pérdida que experimenta el hombre moderno y que se expresa en diversas formas, desde la cultura, el pensamiento y el arte, hasta las más complejas de los extremismos o fundamentalismos de diversa índole. Porque a la enajenación que se produce en el proceso del trabajo, la del hombre con el producto de dicho trabajo y con su propio trabajo, que debe vender como mercancía (formas de enajenación que el socialismo realmente existente no ha resuelto, pero que el socialismo del futuro deberá resolver si quiere superar efectivamente al capital), se suma la alienación del hombre con su actividad social, la del hombre con los otros hombres.

La única forma de romper este ciclo es recuperando para el hombre el mundo de los hombres. Reconciliando su atrofiada conciencia individualista con la necesaria comprensión de que el individuo solo existe en relación con la sociedad; recuperando para él, para su bienestar, la riqueza que produce y que hoy se le presenta como algo hostil, como el mundo de las mercancías que no controla y que lo excede. Se debe rescatar la conciencia de que la felicidad no está en las cosas, como enseña el consumismo, sino en los otros hombres.

Comprender esto con claridad, en el caso de un país como Cuba que aspira a construir el socialismo, es vital para la supervivencia y el perfeccionamiento de un modelo. La participación entonces implica romper los espacios de aislamiento y recuperar los espacios de socialización. Recuperarlos muchas veces en contra de las osificaciones de la burocracia y en contra de una ideología oficial triunfalista que quiere presentar como espacios de participación real lo que en ocasiones no son más que meros simulacros orquestados.

La propia práctica histórica de la Revolución cubana ofrece modelos de esta participación efectiva. Un ejemplo es lo que Fidel denominó como “democracia directa” en los primeros años del proceso revolucionario o el papel que jugaron los CDR, amén de los defectos que pudieran tener.

Para construir estos espacios de participación, y rescatar y dinamizar los que ya existen, se deben usar todas las vías y herramientas, pero comprendiendo que las herramientas son solo eso. Las “redes sociales” como espacios para divulgar contenidos y articular espacios de resistencia, pero estos espacios deben salir siempre a la realidad y formarse en el contacto humano.

En el caso de los jóvenes, la participación debe venir acompañada de un ejercicio permanente de aprendizaje. Solo el conocimiento nos prepara para entender las formas de la enajenación y cómo combatirlas. De lo contrario estaremos como las personas del mito platónico: confundiendo sombras y apariencias con la verdad de las cosas.

Debemos enfrentar las formas de la alienación capitalista que nos son impuestas y aquellas formas producto de nuestras propias deficiencias: la resistencia de la burocracia a la crítica y el control de las bases, la apatía, el desinterés, la corrupción, que llevan a la desmovilización ideológica y el descrédito. Crear espacios de participación efectiva y no formal. Promover un pensamiento crítico que fustigue todo lo mal hecho y comprenda las raíces profundas de los males.

La participación real, entendiéndola en primer lugar como la conexión del hombre con la sociedad, con los otros hombres, constituye entonces un primer paso, una premisa casi, en el proceso de superar todas las formas de la enajenación.

(*) Investigador y periodista. Coordinador del capítulo cubano de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad. Es autor de los libros “Hijos del polvo” y “La ideología en el semanario Lunes de Revolución con respecto a la situación del intelectual y el arte en la Revolución Cubana”.

Imagen de portada: Hazboom.

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