Cuba

Arleen es mucha Arleen

Por José Alejandro Rodríguez.

La Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida ha recorrido con belleza insólita y hondura cualquier género, aunque su corona sea la crónica. A solo horas de recibir el Premio, esta mujer que remueve cariño y respeto en el gremio periodístico conversó con su diario con alma, como ella sigue llamando a Juventud Rebelde.

Arleen Rodríguez Derivet lloró intensamente mientras recorría en flashback cinematográfico su galopante vida profesional, ante el fallo del Jurado del Premio Nacional de Periodismo José Martí por la Obra de la Vida que recayó en ella: la guajira guantanamera por siempre. El éxtasis de la pasión y la fuerza en el gremio. Una delirante todoterreno que ha recorrido con belleza insólita y hondura cualquier género, aunque su corona sea la crónica, lo mismo en la letra impresa que en la calidez de la radio o la promiscuidad de la televisión. Y como si fuera poco, con la misma elegancia cruzó el rubicón digital y anda chapeando bajito en escaramuzas sorprendentes.

Las lágrimas de Arleen en aquella conferencia de prensa del jurado no eran más que invocaciones a su raíz sin medias tintas: su madre Norma, generosa sin límite ni fronteras, que seguramente la besaba desde un sitio cósmico del más allá; y su papito, que sigue enyuntado tenazmente con la vida… La infancia y adolescencia a lo guantanamero… Sus descubrimientos de tanta gente que ha fertilizado sus saberes y sentires.

A solo horas de recibir el Premio, esta mujer, que remueve cariño y respeto en el gremio periodístico, me recibe en su casa. Supuestamente es una entrevista, pero esto termina en un toma y daca, una descarga de fusilería, ora cariñosa, ora tirante, de dos colegas que son amigos sin necesidad de verse frecuentemente. De dos que un día se juraron despedir con bellezas al primero que parta.

Arleen confiesa que, aun cuando ya llevaba años en esa «lista de espera» de los candidatos al José Martí, siente que hay otros colegas sobresalientes que lo merecen antes que ella. Y no lo hace por excesiva modestia, que no es su fuerte. Más bien porque lo cree convencida, como todo lo que
escribe, o ha dicho con su dulce y firme voz, que suena a arpegios.

Le tumbo dos o tres tragos, mientras recordamos insólitas  travesuras colectivas de aquella alegría, cuando fue directora de Juventud Rebelde, y ella era primero que todo la periodista gozosa o sufriente, la amiga y madre que cuidaba y defendía a su cría, incluso hasta vindicar ante miradas superiores a quien escribía inconformidades. Se batió por los difíciles.

Aunque su obra periodística sostiene y explica el Premio José Martí, la guantanamera lo merece también por su probado ascenso en las labores de dirección y edición en el periodismo cubano. No tuvo precoces catapultas ni padrinazgos. Y se labró su camino tropezando, cayéndose y volviéndose a levantar.  No se parece a nadie y siempre promovió el talento y la brillantez, por complicados que fueran.

Porque Arleen se ha consagrado con el tiempo por caminos difíciles, sin cerebrales estrategias de ascensión a toda costa, desde que jovencita y graduada de Periodismo en la Universidad de Oriente fue corresponsal de Juventud Rebelde en la tierra del Guaso, y el perro que habla la empujara a la notoriedad. O con aquella primera crónica sobre la muerte del patriarca Negro Fino que le publicó el diario con alma, como ella sigue llamándolo.

Hablamos de su fecunda obra reporteril en Juventud Rebelde, con abordajes de asuntos cardinales de la sociedad cubana, que la entrenó para dirigir tempranamente, ya en La Habana, como jefa de información y luego subdirectora por varios años, bebiendo de las destrezas y pegadas de grandes periodistas, entre ellos su dios como editor: el gallego Ricardo Sáenz, ese mecenas y olfato profundo del gran periodismo.

Agradecida, recuerda que, cuando fue sustituida como directora de Juventud Rebelde, y la mantuvieron en una larga y azarosa espera para ubicarla como periodista de filas, fue Marina Menéndez quien medió con Antonio Moltó, y este consagró a Arleen a conductora del estelar Haciendo Radio, donde descubrió los encantos del sonido para ver. Y la radio la descubrió a ella, tan precisa y elegante en su calidez. Después, Cubadebate y la Mesa Redonda la rejuvenecieron de inquietudes y ocupaciones.

Esta tarde de rencuentro, entre tantas revelaciones que me hace, me transmite el orgullo mayor que representa para ella haber tenido la posibilidad de trabajar junto al Comandante en Jefe Fidel Castro en la Mesa Redonda. «Fidel, sentencia, es un cometa que pasó por el centro de nuestra Historia, y dejó una huella a prueba de todo».

Habla también de sus misiones reporteriles en el exterior,  frente a frente al enemigo. Sin sonrojos, se siente una leal cronista de la Revolución, y de hecho está en la avanzada de la batalla mediática de Cuba frente a su principal objetor. «Me siento profundamente orgullosa de lo que he hecho en el periodismo: yo siento absolutamente todo lo que expreso», me dice mirándome fijo a los ojos.

Y aunque algunos crean que es más cómodo echar la batalla contra el enemigo exterior que adentrarse en los problemas internos de la sociedad cubana, su puesto en aquella frontera informativa internacional, que requiere mucha agudeza y capacidad, la ha marcado ante los odiadores, para que otros aquí podamos concentrarnos en el reflejo crítico de nuestras realidades.

En este encuentro de revelaciones, le pregunto si le ha traído ataques de los eternos adversos la amistad que sostiene con el Presidente Miguel Díaz-Canel. Y no tarda en responder que él es su amigo de juventud de hace más de 30 años. Que cuando llegó a La Habana desde Santa Clara, y muchos no lo conocían ni lo imaginaban en el futuro, ya ella era su amiga. 

«Es de lo mejor de mi generación, en cuanto a entrega, a limpieza de alma, expresa. Me duelen mucho las ofensas y groserías con él, porque lo conozco y sé cuánto se entrega a Cuba y se desvela. Y eso no implica que tenga mis criterios y opiniones, no siempre concordantes. Mi lealtad revolucionaria no es incondicional. Pasa siempre por decir lo que pienso y lo que siento».

Hablamos de lo humano y lo divino, yendo desordenadamente de lo público a lo privado y viceversa. Y le di pie a esa cascada de su locuaz incontinencia verbal…

—¿Cómo era aquella niña Arleen Rodríguez Derivet?

—Muy feliz, gracias a mis padres. Y muy llorona a la vez. Muy celosa.  Sigo siendo llorona. Lo de los celos lo he superado con los años. Y a estas alturas ya no me importa mucho si me quieren o no. Lo que me importa es querer.

—Quien te conoce, descubre que tienes una procesión por dentro muy espiritual, lo más cercano a una sensibilidad desaforada…

—Aunque no tengo una religión definida, creo en una dimensión espiritual, en una fe. Me fascina todavía la Historia Sagrada. Todos los días yo hablo con mi madre y con la Virgen de la Caridad del Cobre.

—Es una impresión muy personal, pero siempre he tenido la sensación de que cuando llegas a un sitio irrumpe como un polvo de estrellas…

—Yo hubiera querido ser actriz. Tenía desde temprano una necesidad de expresarme, mi sed de belleza. Llenaba diarios de adolescente. Pertenecí a grupos dramáticos en Guantánamo. Y de la necesidad de comunicarme, me sedujo al final el periodismo.

«Ahora, te diré que reconozco que tengo un gran problema de protagonismo dondequiera que voy, que no he resuelto. En reuniones me digo, no voy a hablar. Pero al final hablo, y siempre expreso lo que pienso. No sé si gusta o no. He llegado al extremo de estar en una reunión, y ante quien hizo las conclusiones darle mis propias conclusiones y decirle que difiero de lo que plantea».

—¿Cuánto te marcó ser la hija de un cubano que trabajaba en la Base Naval de Guantánamo hasta su jubilación?

—Pesó demasiado. Los trabajadores de la Base vivían entre dos mundos opuestos. Entre signos de interrogación. Del lado de los ocupantes, se les veía como posibles agentes de la Seguridad cubana. Y del lado nuestro, se les consideraba pronorteamericanos, con el consiguiente rechazo que esa percepción genera.

Chapoteamos del largo y difícil camino del periodismo  cubano hacia un nuevo modelo, más problematizador y protagonista, y de los anclajes y clavijas que aún se cierran en muchas mentes. Y me lo dijo rotunda: El periodismo cubano de la Revolución no tiene otra opción que «saber tirar» en la guerra mediática que se nos hace por el enemigo; y al mismo tiempo, combatir nuestros propios males y defectos a lo interno. Incluso, en la guerra mediática solo pueden ganarse audiencias fieles si se libera uno del triunfalismo, la complacencia, la apología y el consignismo.

—Cuando estás sola contigo misma, ¿qué piensas de Arleen Rodríguez Derivet?

—Paso muchas penas con Arleen Rodríguez Derivet. De mi infancia arrastro la buena costumbre de autoevaluar mi comportamiento diario. Es algo que aprendí en la Iglesia a la que asistía de niña, y en los textos martianos. Entonces, suelo ser dura conmigo cada vez que hago o digo cosas que pudieron herir a alguien o dar una imagen fea de mí. No es que me dé latigazos en la espalda, pero muchas veces termino sancionándome duramente. Y eso es peor que recibir la sanción de otros. No tienes a quien culpar más que a ti mismo.

—¿Qué ha representado Roberto Verrier para ti?

—El compañero de vida que toda mujer desearía. Me hizo parte de una familia extendida que nos enorgullece a los dos. Compartimos ideales y sentimientos. Ya no imagino la vida sin él…

—¿Cuál es tu mayor virtud y tu mayor defecto?

—Mi mayor virtud es la sensibilidad con el problema de otros, incluso con quienes ni siquiera conozco. Y mi mayor defecto lo describe muy bien una canción de Sabina: decir todo lo que pienso, sin pensar bien todo lo que digo.

—¿En qué nunca caerías como ser humano?

—Ni egoísta ni mentirosa.

—A los 65 años, ¿sueñas todavía?

—Por supuesto. Yo siempre estoy soñando despierta. Sin los sueños me hubiera jubilado ya, o me hubiera encerrado en mis habitaciones, a lo Greta Garbo. Estoy preparando nuevas líneas editoriales para nuestra plataforma de Ideas Multimedios. Y hay sorpresas…

Esa es Arleen. La tomas o la dejas. Pero tiene una conexión expedita y orgánica entre el corazón y el cerebro. Piensa con el sístole y el diástole.

Tomado de Juventud Rebelde.

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