Internacionales

La Conferencia de Acción Política Conservadora y el ascenso del neofascismo

Por José Ernesto Nováez Guerrero.

Entre los días 21 y 24 del pasado mes de febrero el Centro de Convenciones Gaylord en National Harbor, Maryland, Estados Unidos, acogió una nueva edición de la Conferencia de Acción Política Conservadora. 

Este 2024, cumpliéndose los 50 años del evento, estuvieron en el espacio, entre otros, Donald Trump, el presidente argentino Javier Milei, el presidente salvadoreño Nayib Bukele y el presidente de VOX, Santiago Abascal.

La Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) es organizada por la Asociación Conservadora Estadounidense y viene realizándose desde 1974 —es el foro de ese corte más antiguo y prestigioso de los Estados Unidos—. En ese año Ronald Reagan, entonces gobernador de California, pronunció el discurso inaugural de la Conferencia y aprovechó el espacio para lanzar su famosa visión del país como “Una ciudad brillante en una colina”.

Desde entonces el evento, que se estructura en torno a la defensa de los valores “fundamentales” de la sociedad norteamericana, con su particular lectura de la familia, la libertad, la democracia, ha ido creciendo, hasta ser considerado actualmente uno de los principales medidores para escoger al candidato republicano para las elecciones presidenciales, en Estados Unidos.

Entre sus principales patrocinadores destacan la organización Human Events, revista conservadora fundada en 1944; la Young America´s Foundation, organización que busca formar en los jóvenes la idea de libertad individual, libre empresa y la defensa de los valores tradicionales; y la tristemente conocida Asociación Nacional del Rifle, encargada de defender los intereses del poderoso complejo militar-industrial en el país.

La entrada a la CPAC es costosa. Este año el precio fue de 295 dólares por entrada y hasta 700 para aquellos que quisieran tener la experiencia Premium. A pesar de eso, unas 10 mil personas desbordaron las salas del espacio, muchos de ellos luciendo gorras, vestidos y playeras donde se podía leer el lema del expresidente Donald Trump: MAGA (Make America Great Again). 

“A pesar de los múltiples procesos abiertos en su contra, Trump parece ser el candidato indisputado para estas elecciones. Prácticamente sin oposición en su partido, al menos desde el punto de vista electoral…”
La CPAC 2024

En un espacio donde se encontraban algunos de los astros de la política conservadora en Occidente, sin dudas la gran figura fue Donald Trump. 

El expresidente viene de una victoria en las primarias de Carolina del Sur, donde desbancó a la que hasta ese momento era su principal rival en la carrera electoral dentro del partido, Nikki Haley. Y hay que tomar en cuenta que Haley contaba con el peso de haber sido gobernadora de ese estado entre 2011 y 2017.

A pesar de los múltiples procesos abiertos en su contra, Trump parece ser el candidato indisputado para estas elecciones. Prácticamente sin oposición en su partido, al menos desde el punto de vista electoral, y frente a un partido Demócrata cuyo principal candidato —el actual presidente Joe Biden— tiene una imagen desgastada por la coyuntura económica interna, la guerra de Ucrania y lo que parecen ser síntomas de deterioro senil; situación esta que aprovechan con creces sus adversarios.

En su intervención en la conferencia, Trump arremetió contra Biden, acusándolo de ser “el presidente más incompetente en la historia del país”. Cuestionó los procesos en su contra, alegando que su único crimen es defender a Estados Unidos de aquellos que lo quieren destruir. 

Y el tema migratorio ocupó un espacio importante en su intervención. Con la carga de racismo y supremacismo que lo caracteriza, el magnate acusó a los migrantes que entran por la frontera sur de ser “criminales” y “violadores”. Como en un bucle, prometió de nuevo “terminar el muro” y emprender “la mayor deportación de la historia”.

Por su parte, el presidente Bukele anunció la muerte del globalismo en El Salvador y alertó contra las “fuerzas oscuras” que conspiran en contra de los Estados Unidos. Mientras que Abascal llamó a hacer “a Occidente grande de nuevo”, advirtiendo de los riesgos del globalismo y el socialismo, con sus agendas climáticas y de género.

En su turno, el presidente argentino Javier Milei dio un discurso muy similar al de Davos, y además se encargó de protagonizar uno de los momentos más vergonzosos de la cumbre al saludar a Trump con una admiración y pleitesía casi infantil, mientras parecía al borde de las lágrimas por la emoción.

El saldo político más inmediato del evento es impulsar significativamente la candidatura de Donald Trump, quien aparece como el gran favorito de las fuerzas conservadores dentro de la política estadounidense. Posiblemente esto se traducirá en un mayor financiamiento para el costoso espectáculo electoral del país.

Algunas consideraciones sobre el ascenso de la ultraderecha

Vista más allá del inmediato escenario político estadounidense, esta edición de la CPAC permite notar ciertos fenómenos en marcha desde hace más de una década, pero que se hacen cada vez más evidentes.

El primero es el esfuerzo organizativo y articulador por parte de la ultraderecha occidental. Para estos actores económicos y políticos, el retorno de Donald Trump a la cabeza de la, por ahora, primera economía y principal potencia militar del mundo, contribuiría a dinamizar sus agendas y objetivos políticos a nivel global y regional. 

En el corto plazo, podrían revertir derrotas como la sufrida por VOX en las recientes elecciones españolas, la de Bolsonaro en Brasil o la derecha en Colombia. También oxigena aún más a numerosos partidos y organizaciones en América Latina y, con más fuerza, en Europa, donde ya les disputan con algo de éxito los espacios políticos y sociales a la izquierda en todo su espectro; así como a sectores liberales, moderados y globalistas dentro de la propia derecha.

El terreno fértil para el avance de estas fuerzas viene dado por la propia crisis del modelo económico de la globalización neoliberal, que descansó —desde los ochenta hasta principios del dos mil— en la agresiva desregulación y penetración financiera en numerosos mercados, beneficiando fundamentalmente los grandes intereses occidentales. 

Las élites globalistas desarrollan sus agendas a través de deudas, sobornos, presiones, chantajes o la intervención militar directa; lo que la investigadora Naomi Klein denominó como “la doctrina del shock”.

Mientras el predominio de Estados Unidos permaneció más o menos incuestionable esta agenda pudo, no sin contratiempos, continuar en marcha. Pero la crisis del modelo unipolar junto al surgimiento de nuevos actores y alianzas que, poco a poco, comienzan a disputarle con éxito la hegemonía, ponen a este país y a todo el bloque europeo occidental en una situación sumamente compleja. 

Por un lado, sus economías se apoyan sobre el desbalance estructural del sistema económico mundial que han venido construyendo por los menos desde el siglo XVI y, por el otro, las medidas neoliberales y la disputa contrahegemónica generan tensiones y disturbios que se reflejan directamente sobre el nivel de vida de sus poblaciones.

El miedo a perder la seguridad es una de las cuerdas principales que la ultraderecha conservadora y filofascista está pulsando en todas partes. Su forma de llegar a la masa trabajadora, principal víctima de la situación de inestabilidad, es a través de la promesa de seguridad y mano dura; tal y como hace Bukele en El Salvador o como promete hacer Trump en Estados Unidos.

Un resultado natural de esta nueva actitud es la vuelta a un feroz nacionalismo, que se expresa tanto en la convicción sobre la propia supremacía nacional como en el desprecio racista al “otro” y la “otra”, no pocas veces identificados como la causa de los males que aquejan a la nación. 

Si este peligroso cóctel se mezcla, además, con las ingentes cantidades de información chatarra y los poderosos medios ideológicos a disposición de las élites. No es para nada raro encontrar que muchas de estas posiciones políticas generan en sectas —o pseudosectas— que abrazan delirantes teorías conspirativas y ven en la violencia una vía legítima y necesaria de lidiar con las otredades.

La pugna entre globalistas y nacionalistas expresa la fractura de una nación que debe hacerse cargo de un hecho indiscutible y de sus consecuencias: ya no es el hegemón. 

La pérdida de terreno económico ante países como China y el bloque Brics en su conjunto, las numerosas guerras abiertas en exclusivo beneficio del complejo militar industrial, el abandono progresivo de la gente en beneficio de las corporaciones, generan tensiones profundas que ya han tenido momentos de expresión en la política norteamericana. Un buen ejemplo es el asalto al Capitolio ocurrido en enero de 2021, cuando hordas de fanáticos trumpistas, convencidos de que le habían robado las elecciones a su presidente, irrumpieron brutalmente en el recinto legislativo.

Aunque la maniobra no fue exitosa expresa otra tendencia que late en estas fuerzas que hoy se articulan: en última instancia, no dudan en violentar los mecanismos de la democracia burguesa si la consideran contraria a sus intereses.

Es lo que ha hecho Bukele en las recientes elecciones en El Salvador y es lo que intentaron Trump y su epígono Bolsonaro. Es lo que hizo Hitler también luego de su ascenso en 1933. Mientras la izquierda, incluso aquella que se considera revolucionaria, se detiene dudosa en los umbrales de la democracia burguesa, estos hijos del capital no dudan volarla en pedazos cuando deja de ser una herramienta útil. Quizás de esta comparación pudiéramos sacar una lección útil para los tiempos que vendrán.

Aunque es común la acusación de fascistas, lo cierto es que muchos de los gobiernos, partidos y fuerzas sociales que forman parte del nuevo proceso de rearticulación de la ultraderecha no necesariamente presentan una ideología “fascista” en el sentido histórico del término. Además, no es la primera vez que se da una reemergencia y rearticulación de la ultraderecha. Ya la vimos en los ochenta, con Reagan y Thatcher. Sin embargo, una mirada más de cerca ayuda a despejar ciertas brumas.

Si bien el fascismo tiene su primera expresión histórica en las formas ideológicas específicas de la Europa de la primera postguerra, esto no quiere decir que no tenga otras formas de manifestarse. El fascismo es el resultado ideológico de la crisis de la clase media, o sea, sectores del proletariado y la pequeña y mediana a burguesía que ven como la estabilidad relativa que poseían fruto de sus ingresos personales o propiedades se va deteriorando producto de la inflación, las deudas, la inseguridad, etc. 

Más allá de sus formas particulares de manifestarse, el fascismo se expresa en un conjunto de actitudes supremacistas, nacionalistas, racistas que son comunes a todas las épocas, aunque cambien los sujetos y formas culturales en que se manifiestan. La expresión neofascistas para referirse entonces a estos sectores más extremos de la ultraderecha conservadora no es ni mucho menos errada.

La segunda es que la alineación conservadora de los ochenta respondía a la nueva agenda globalizadora neoliberal que adoptaron las élites norteamericanas y europeas, en ese momento. Su militarismo y nacionalismo sirvió a una agenda de dominación global, que demostró ir mucho más allá de la derrota de la URSS y que se expresó en el fortalecimiento y expansión de la OTAN hasta el momento actual.

En el escenario actual, es de esperar que las tendencias en marcha continúen. además no sería sorprendente que las voces que hoy se alzan en el seno de esta ultraderecha filofascista para cuestionar la ONU o la propia OTAN impulsen —o lo intenten en un futuro no muy lejano— un proceso de reestructuración del orden geopolítico imperante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Al fin y al cabo esas estructuras responden a unos intereses que no son necesariamente los suyos. La burguesía dista mucho de ser un bloque homogéneo.

A la par de esta avanzada política y económica, viene una ofensiva simbólica, que se conecta con las dinámicas de dominación simbólica en curso por parte del gran capital internacional. 

A diferencia de la agenda “woke” o “progresista” que esta ultraderecha desprecia, este capitalismo sin máscaras viene decidido a disputar derechos, sentidos e historia. Sobran ejemplos en los discursos e intervenciones públicas de los líderes presentes en la CPAC 2024 y de otras fuerzas similares que emergen en otros países.

De todo lo anteriormente señalado, se desprende claramente la necesidad de seguir de cerca y denunciar todos los foros de articulación de esta nueva ultraderecha. Pero también de una mayor organización y conciencia teórica y práctica por parte de las fuerzas revolucionarias. Solo la unidad y la lucidez podrán prevenir las tormentas que se ciernen sobre el horizonte de la época.

Tomado de Huele a Azufre/ Foto de portada: Greg Nash.

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