Cromañón: a 20 años de la masacre
Por Santiago Brunetto
El recuerdo por los veinte años de la masacre de Cromañón cerró este lunes con una masiva movilización y acto en el santuario de Once que, frente al exboliche, recuerda a los 194 fallecidos. Familiares de víctimas y sobrevivientes recordaron allí “el cruce de ambición empresarial y corrupción estatal” que derivó en la masacre y volvieron a reclamar “memoria, verdad y justicia” por las víctimas. También pidieron por la expropiación del local para realizar allí un espacio para la memoria.
Son las 20 40 y faltan dos horas para que se cumplan exactamente veinte años desde el instante en que la media sombra de Cromañón agarró fuego. Callejeros tocaba “Distinto”, la primera de la lista, y entonces la luz se apagó. Ahora se enciende en Avenida Rivadavia cuando la columna de casi dos cuadras bordea Plaza Miserere, dobla en Jean Jaures, por detrás de Cromañón, e ingresa al santuario por Bartolomé Mitre. “Ni una bengala ni el rocanrol, a nuestros pibes los mató la corrupción”, cantan al pasar frente a las cortinas metálicas cerradas, las ventanas tapiadas, los murales.
En el escenario comienza el acto: “Es un día muy doloroso, pero estar con ustedes lo hace más liviano”, dice Eduardo, sobreviviente e integrante de la organización 30 de Diciembre. Se encarga de leer la denuncia por el entramado que terminó en masacre: sobreventa de entradas, matafuegos sin funcionar, salidas cerradas, la media sombra puesta para que no pase el sonido al hotel contiguo, el aislante y el humo tóxico. Todo, asegura, producto de la “ambición empresarial, el lucro y la corrupción estatal”.
El acto en el santuario es el cierre de tres días de actividades cargadas de elementos diversos: homenaje, protesta, tristeza, celebración, memoria, música. Este mismo lunes el día arrancó con una muestra fotográfica y radio abierta por la mañana, también en el santuario, después de un fin de semana con festivales y actos organizados por las distintas agrupaciones. A las 16 30 de este lunes, en Plaza de Mayo, hubo una oración interreligiosa y suelta de zapatillas hasta que a las 19 30 partió la columna hacia Once.
“Estuvimos en el santuario desde la mañana con la radio abierta, la muestra de fotos y arte y pintando murales. Como todos los años, es una jornada de lucha super importante, pero los veinte años tienen un poco más de fuerza y acompañamiento popular”, dice a Página 12 Brenda Re, sobreviviente e integrante de Movimiento Cromañón. “Sostenemos la marcha como todos los años porque es un símbolo de esta lucha que nació el 6 de enero de 2005, la primera vez que se hizo, y hasta hoy se hace ininterrumpidamente”, agrega Re, quien sostiene que este nuevo aniversario “nos agarra muy abrazados y con mucha fuerza gracias a las redes importantes que fuimos tejiendo durante estos años en un país que está abandonando la solidaridad y hablando del ‘sálvese quien pueda’; que nos encontremos juntos siendo solidarios y empáticos y nos abracemos nos hace seguir fuertes y adelante luchando”.
También del escenario baja un mensaje similar. Denuncian “la vuelta de los discursos anti-estado” que “no sólo no combaten el lucro sino que lo promueven”. “Gana la codicia amparada por la violencia estatal”, advierten. El contraste es el recuerdo de los cientos de chicos y chicas que aquella noche volvieron a ingresar a Cromañón una y mil veces para intentar salvar a los demás.
Al costado del santuario, la lista de 194 nombres se erige sobre una de las cortinas metálicas de Cromañón. Al lado, y entre los murales, un cartel señala: “este fue el ingreso”. Sobre las ventanas tapiadas se lee: “Memoria”. Familiares de víctimas ponen sus palmas sobre los muros, como si intentaran contactar con los que ya no están, o al menos sentirlos, y sobre una pared encienden velas.
Desde el escenario se vuelve a exigir uno de los principales reclamos que aún quedan: que ese lugar, que las organizaciones ya hicieron suyo por fuera, sea un espacio de memoria por dentro. Para eso tiene que efectivizarse la expropiación del local, ya aprobada por el Congreso nacional: “Insistimos en que al exboliche hay que rescatarlo del horror y convertirlo en vida y memoria”, lee Eduardo.
De lo que ocurre hoy adentro del lugar no se sabe mucho. Sí que todavía es propiedad de Rafael Levy, dueño de Cromañón al momento de la masacre y al que la Justicia le devolvió la posesión luego de cumplir los cuatro años y medio de prisión a los que fue condenado. Según pudo saber Página 12, en el último tiempo se intentaron borrar las huellas de la masacre tirando las posesiones de las víctimas que quedaban dentro –ropa, zapatillas, riñoneras, banderas, etcétera– y hasta pintando las paredes en las que todavía quedaban huellas directas del horror: las estampa de las manos contra las paredes, un intento desesperado por salir. Ahora sólo se asoman unas ventanas abiertas en el tercer piso y un domo con cámara de seguridad, como si alguien aún vigilara.
Por todos lados cuelgan todavía, sin embargo, las zapatillas. El mural de una escuela de cerámica las inmortaliza sobre otra pared. En el recorrido del santuario, una muestra de fotografías exhibe la historia de la lucha desde el día siguiente a la masacre hasta hoy, pasando por el juicio político a Aníbal Ibarra, los juicios y condenas en tribunales, las marchas y las leyes de reparación arrancadas a la fuerza. Al final del camino se descubre una placa en honor a Nora Cortiñas: “Fue una luz en nuestro camino”, dicen desde el escenario
Además de familiares y sobrevivientes, entre los manifestantes también hay gente que simplemente se acerca para recordar o mantener vivos los reclamos. Muchas familias, niños, cochecitos. Silvina Fierro, de 43 años, está con sus dos hijos y asegura que “vinimos porque esto no puede volver a repetirse, los chicos tienen que poder salir, disfrutar y volver en paz”. Recuerda que aquel 30 de diciembre de 2004 estaba en lo de su madre cuando comenzó a ver los resultados de la masacre por la televisión: “Al día de hoy no puedo volver a ver esas imágenes porque me quiebro”, advierte.
Hacia el final de la noche la gente escucha en un silencio que no denota tensión sino simple respeto, y que contrasta con el caos del que esas mismas calles y la Plaza Miserere fueron protagonistas aquella noche: los cuerpos caídos, bomberos y ambulancias sin dar abasto, gritos y llantos, búsquedas, los muchos jóvenes rescatando amigos, familiares o simples desconocidos por las mismas puertas que, minutos atrás, les habían tendido una trampa mortal. Esa que empezó un 30 de diciembre de 2004 a las 22 40, tiempo que ahora sí marca el reloj, hora que nadie quiso y sin embargo siempre estará.
Se leen, uno por uno, los nombres, se grita presente y 194 globos vuelan al cielo.
Fuente: Página/12
Foto: AFP