Cuba: Somos seres en transición
Por MarxLenin Valdés.
Soy profesora en una universidad cubana, lo cual me impulsa a honrar una tradición ilustre de maestros que viven en el alma de la Nación. Específicamente, soy profesora de marxismo. De manera tal, que aquella tradición criolla ha de dialogar con esa otra marxiana y leninista que habita en la esencia de la Revolución. Es un gran reto, no solo teórico, sino sobre todo práctico.
La semana pasada, durante el análisis en clase de la tesis XI de Marx sobre Feuerbach, -la más conocida de las once tesis-, una estudiante preguntó por qué la Revolución Cubana debía seguirse llamando revolución. Elegí el método problémico, por lo que se habían abierto otras líneas de debate, pero sin dudas esta fue y es, una de las más importantes.
Ernesto Guevara hacia el año 1965, decía que en la concepción de una nueva sociedad, teníamos que competir muy duro con el pasado. En su pensamiento estaba latente el tema del socialismo como transición entre dos mundos. ¿Contra qué competimos hoy en función de la nueva sociedad en transición? ¿Cómo se materializa en la actualidad esa pugna entre pasado, presente y futuro? ¿Por qué la Revolución Cubana debería seguirse llamando revolución?
No puedo dejar de recordar aquí, una sagaz profesora que nos llamaba la atención sobre algo crucial: no se puede ser revolucionarios todos los días. Todavía al repetirlo de memoria, la voz con ironía de la autora es la que entona la frase. ¿Será que en esos intervalos en los que no hemos podido ser revolucionarios en la transición, una imagen del mundo unas veces quieto y otras estático, se ha instaurado desde el sentido común?
Cuando Carlos Marx analizó el fenómeno de la enajenación, y partía de Feuerbach para hacerlo, escribió que la alienación religiosa provocaba una conciencia invertida, porque era fruto de un mundo invertido. Siguiendo la sospecha marxiana, cabría preguntarnos: ¿en qué sentidos, nuestro socialismo está provocando la posibilidad de asumir que la revolución cubana dejó de ser revolucionaria?
Para pensarlo no queda otro camino, que intentar reflexionar al unísono sobre la revolución y el socialismo cubanos como dos órganos vitales en un mismo ser.
Preguntarnos cómo vamos a sistematizar una teoría social cubana sobre el socialismo (el nuestro) como transición entre el capitalismo y el comunismo. Una teoría actualizada que contenga la argumentación del desarrollo del socialismo en condiciones de pos-colonialismo; en condiciones de subdesarrollo; en condiciones de bloqueo económico, comercial, financiero, y por tanto político; y también, como resultado de la cubanidad.
Esta teoría socialista debe ser multilateral y creadora. Debe ser enriquecida permanentemente desde lo autóctono y desde el marxismo crítico. Es decir, desde una rigurosa producción científica en general, que comprenda e integre el desarrollo profundo de la economía (política), la filosofía, la historia, la sociología, la cultura, la política, las artes, la ética, la estética, y por supuesto, la biotecnología, la medicina, la física, la biología, etc. Una teoría que descanse en una contraposición orgánica entre la teoría y la práctica.
Ha sido propio del socialismo practicar el viejo método de ensayo-error. Sin embargo, no por ello lo vuelve menos riguroso, porque antes, este experimento social debe ser el resultado de la técnica en función de la vida política. De la racionalidad. Del pensamiento colectivo. De la previsión. No se trata de improvisar, en tanto no hay tiempo que perder.
Allí donde el resultado de esa confrontación entre la teoría y la práctica produce resultados fallidos, no los podemos dejar enmohecerse; sino que debemos volverlos en objetos inmediatos para el análisis y la rectificación desde la experiencia de lo que no debemos repetir. Tanto como allí, donde el resultado fue favorable, no debe asumirlo el socialismo como definitivo, sino como punto de partida para el siguiente nivel en la construcción de un mundo cualitativamente superior.
Funciona así el socialismo como escuela diaria en la cual estamos obligados a aprender. Nos enseña todo lo que no debemos reproducir de ese sistema de relaciones sociales que se pretende dejar definitivamente atrás, el capitalista. Pero también nos educará mejor, en la misma medida en la que sea capaz de trazar el camino para transitar hacia el comunismo.
De manera tal, que no tiene sentido hablar de socialismo sin hacerlo del comunismo [aún cuando el tema (a)parezca pasado de moda]. Es ente sentido, la construcción de otro mundo dentro del cual, él es un punto de partida imprescindible. Elemento mediador entre un sistema que no quiere dejar de existir y otro que está en creación. Pero para lograrlo, la participación colectiva no es un accesorio. Se requiere el involucramiento colectivo de nuestra sociedad.
Solo la participación general, popular, colectiva e integradora, puede condicionar la transformación de una sociedad en otra; de un mundo viejo en otro nuevo. Para tomar el cielo por asalto no basta con unos pocos, máxime si ese cielo dará cobijo a muchos. Para transformar nuestra forma de apropiarnos de la realidad, dependemos de un movimiento colectivo, interrelacionado y motivador de una praxis revolucionaria.
Por ello, como mucho se ha dicho últimamente, el socialismo cubano requiere sumar, incorporar, formar, y aglutinar esa diversidad. Tiene que seguir aprehendiendo y descubriendo nuevos modos de enamorar y conquistar al ser humano y a su contemporaneidad.
Sin la participación colectiva, el proyecto permanece solo proyecto, y se anquilosa en el tiempo. Se volvería infinito, y al hacerlo, olvidar que es transición. Entonces petrificado dejaría de ser. O lo que es peor, volvería a ser aquello que hace tantos años negó. El peligro siempre latente de lo que Fidel Castro alertó: la reversibilidad de la revolución cubana. O lo que es igual: la negación del nuevo mundo a partir de la destrucción del proyecto que lo contiene.
La revolución cubana con su triunfo de 1959, conquistó todas las dimensiones posibles para su tiempo. Gracias a ello, construyó con el cambio revolucionario de las circunstancias, ciudadanos con predisposición revolucionaria, es decir, ciudadanos activos. El sujeto de y para su revolución.
La pregunta de la alumna no me abandona. Para que hoy la revolución cubana siga siendo revolucionaria, no puede renunciar a la transformación multilateral de la conciencia social, de las subjetividades individuales, de las mentalidades. Lo que se traduce en continuar transformando gustos, aspiraciones, necesidades, deseos, sueños, expectativas; así como lo hizo con éxito la joven revolución.
Pero para esto debemos retomar el debate en perspectiva acerca del socialismo como transición hacia una sociedad mejorada. Es decir, incorporar en el diálogo la idea del comunismo, y de que por tanto, el socialismo no es la meta en sí, sino el sendero. El socialismo no es la lucha final, por más alto que lo entone la canción. La lucha final -de haberla- solo llegaría como expresión común(ista) de la realización plena de los seres humanos.
Es por ello que el socialismo cubano, requiere que se extienda el sujeto revolucionario. No debe (re) producir individuos igualados, sino plurales. Solo idénticos entre sí, en tanto compartan el respeto hacia aquello que nos haga verdaderamente humanos. Necesitamos pues, heterogeneidad y diversidad, en el mismo sentido en el que necesitamos seres humanos éticos, morales, solidarios, virtuosos, y dignos. El consenso alrededor de estas como cualidades superiores, cómplices de un fin común, debe provocarlo el socialismo.
De ahí que está llamado a ser una permanente revolución cultural, educativa, y científica, con tal de que sea capaz de impulsar el desarrollo de sus ciudadanos. Tiene que enseñar y aprender a dejarnos hacer, y en ese proceso, generar las condiciones materiales para que podamos crear de forma ascendente y renovadora.
Debe enseñarnos a percibir que no todas las relaciones que crea (el socialismo cubano), son llamadas a quedarse. Ellas no son el ideal, siempre que contengan vestigios del viejo mundo capitalista. En este sentido debe ser también revolucionario: en su capacidad para prescindir de sus propias producciones. No es una etapa de la cual aferrarse.
Muy importante, el socialismo cubano debe seguir siendo expresión de la rebeldía de la cubanidad y no de la inercia socialista. Sobre todo porque la inercia socialista es apenas un espejismo de una realidad que ya no existe. Tiene que proyectarse terrenal y trascendente a la vez. El que se decide en la cotidianidad, y el que no pierde de vista el fin último y superior.
De ahí que la autocrítica le ocupe un lugar central. Sin ella, el socialismo cubano no puede superarse a sí mismo, superando a su tiempo. Ella es la brújula perfecta para rectificar a cada momento el rumbo. La auto-crítica contiene la crítica en tanto estudio de las condiciones objetivas que provocan el actual estado de las cosas, y le suma la toma de conciencia (autoconciencia) sobre aquello que nosotros [unas veces sujeto, unas veces ciudadano, otras dirigente, y otras líder] produjimos de una forma y no de otra.
Una toma de conciencia acerca de la importancia de la humildad y la humanidad, que ayude a detectar nuestros errores [tan inevitables, como necesarios] y a relacionarnos con ellos de forma saludable. El capitalismo sentencia a los perdedores. Sobre esto construye sentidos estrictos desde el terror, para quienes no sean percibidos por los demás como ganadores [o una acepción muy gringa y unilateral de la misma]. Tiene a la industria cultural para reproducir estos estereotipos. Para ello modela la imagen de capitalista pleno. La revolución cubana debe instaurar la conciencia humanista sobre la equivocación, en tanto el error es parte de la transición. Una rectificación dialéctica de los mismos que conduzca a la autosuperación de sus ciudadanos, sin dejar de ser severa allí donde advierta las desviaciones del sendero. A nuestro socialismo no le queda más remedio que ser polémico.
Tiene que ser una revolución hacia todos los sentidos y no solo descansar en la (ley de la) gravedad, sino que tiene que desafiarla, para que pueda siempre ser una revolución de pinos viejos a pinos jóvenes y de jóvenes a viejos. El socialismo cubano debe lograr integrar en lugar de dividir, porque depende de todos el que la revolución cubana siga siendo revolucionaria.
Como nos dijo Retamar en versos dedicados a Tallet, nosotros mismos somos seres en transición. En ese sentido, el socialismo cubano debe representar un movimiento constante en la transformación del sentido común que apuntala cierta apropiación de la revolución cubana como acabada. Perteneciente a otra época. Como si ella fuera expresión solo de un tiempo pretérito. Dislocada del presente.
En la misma medida en la que la revolución cubana encuentre nuevos espacios para subvertir, el socialismo cubano habrá avanzado en la configuración del nuevo mundo. Porque una y otro, son la materialización de la praxis transformadora en sentido marxiano. El mismo despliegue transformador. Un solo grito movilizador. Una misma esperanza en el mejoramiento humano.
La revolución cubana es también, la expresión palpable y viviente de la existencia del socialismo. Y el socialismo está llamado a ser contradicción, contrapunteo, batallar, transformación, subversión. Si la revolución se detuviera, el socialismo en Cuba significaría: lugar que no existe en alguna parte, -como dice el concepto de utopía-. Se volvería memoria muerta. Lo mismo que si el socialismo se nos enquista, la revolución no sería más ni revolucionaria, ni cubana.
Juntos son el movimiento real hacia lo posible-imprescindible. Conexiones dentro del movimiento hacia el comunismo, entre las cuales, lo revolucionario es condición determinante. Sin embargo, cuando hayamos terminado de “construir” el socialismo, significará que hemos empezado a solidificar el comunismo, y entonces, también allí, necesitaremos que la revolución cubana siga siendo revolucionaria.
Tomado de Cubadebate / Foto de portada: Yaimi Ravelo / Resumen Latinoamericano Corresponsalía Cuba.