Comunicación digital y batalla de ideas
Por Luis Pablo Giniger *
En distintos países del llamado mundo occidental se está verificando un fenómeno que, con sus particularidades, tiene un eje en común: el crecimiento de las fuerzas políticas de derecha y los fascismos. Como suele ocurrir en estos casos las razones son múltiples y no existe una única explicación que nos ayude a entender un fenómeno que de por si es complejo y que puede resultar hasta contradictorio si lo pensamos desde el punto de vista de las causas políticas y las responsabilidades.
La instalación del modelo de acumulación neoliberal a partir de la década del 70 ha ido reduciendo la capacidad de acción de los Estados nacionales, particularmente los de los países del llamado tercer mundo. Como consecuencia, la desigualdad social creció exponencialmente llevando a millones de personas a la pobreza extrema y concentrando en cada vez menos manos la riqueza, que por otro lado se multiplica gracias a la falta de límites impuestos a las grandes empresas y a la devastación de los recursos naturales mediante el extractivismo sin control, el desmonte y la contaminación del agua, la tierra y el aire, entre otros.
La ausencia del Estado, que como realidad o como promesa se había constituido como el garante del bienestar colectivo, y el crecimiento de la desigualdad estructural, provocaron cambios profundos en las subjetividades de grandes sectores de la población. Lo que para las generaciones de los años 70 y 80 se expresó en decepción o frustración frente a la derrota de los proyectos colectivos, en las generaciones posteriores se instaló con forma de apatía o escepticismo. La subjetividad se ha vuelto profundamente individualista, no solo para aquellos que reniegan abiertamente de lo colectivo, sino también para quienes aún en oposición al sistema, no logran vislumbrar a las organizaciones políticas o a los proyectos totalizadores como alternativas viables y accesibles.
Fue Fidel uno de los que advirtiera más tempranamente sobre esta realidad y las consecuencias que la nueva subjetividad tenía para la organización y la capacidad de resistencia de los pueblos.
“Batalla de ideas” la llamaría después, cuando el pueblo cubano encaró la gesta heroica de recuperar al pequeño Elián González para traerlo de nuevo a su patria donde su padre lo esperaba.
Los pueblos de Nuestra América nos esforzamos por dar esa batalla y, gracias a ella, en las últimas décadas en muchos de nuestros países accedieron al gobierno distintas expresiones populares, socialistas y progresistas que, con sus particularidades, se propusieron la construcción, reconstrucción o fortalecimiento del Estado y comenzaron a dar respuesta a problemas básicos cómo el trabajo, la alimentación o la falta de vivienda, reponiendo políticas públicas que habían sido derogadas. Se avanzó también en la participación democrática, la recuperación de los lazos solidarios, la atención a los problemas de discriminación y género y, sobre todo, a la proyección de un futuro inclusivo.
Pero desterrar el neoliberalismo de nuestros países no es una tarea sencilla ni que pueda hacerse de un día para el otro. Los avances para recuperar las condiciones de vida dignas de nuestros pueblos y la batalla de ideas contra la subjetividad neoliberal, requieren tiempo y las fuerzas del sistema y el imperialismo estadounidense -en su búsqueda por recuperar la hegemonía- no permanecieron inmóviles e iniciaron un trabajo de deslegitimación de esos gobiernos populares. Lo que tiempo atrás, sobre todo en las décadas del 60 y 70 del siglo XX se llevó adelante a través de Golpes de Estado, procesos represivos brutales o intervenciones militares esta vez tiene al lawfare cómo principal herramienta de acción. Aunque también ha quedado demostrado con el caso del golpe de Estado en Bolivia, o el despiadado proceso represivo al que se enfrenta en este mismo momento el pueblo peruano, que no les tiembla la mano cuando deben recurrir a las viejas técnicas de dominación.
Con la instalación del Lawfare como estrategia de control principal, sectores de la justicia adictos al poder real, inventan causas de corrupción y manipulan el sistema legal para abrir procesos judiciales sin pruebas, sembrando confusión en la opinión pública con la imprescindible connivencia de los medios de comunicación. Un caso paradigmático en la Argentina es el de Milagro Sala, encarcelada en 2015 por una protesta contra el Gobernador de la Provincia de Jujuy Gerardo Morales de la que no había participado. Hace 7 años que está presa y le siguen sumando causas judiciales armadas para mantenerla detenida. Podemos hablar por supuesto de persecuciones similares a Dilma Rousseff, Lula Da Silva, Rafael Correa o Cristina Fernández de Kirchner y tantos otros y otras.
El panorama para los pueblos es complejo y lo es también por lo tanto para la izquierda y las fuerzas populares. Vuelvo en este punto al crecimiento de la derecha al que hacía referencia al comienzo. La deslegitimación de la política cómo instrumento de transformación y del crecimiento del individualismo por sobre la construcción colectiva ha sido históricamente caldo de cultivo del fascismo. Las organizaciones de extrema derecha acompañan el discurso de la antipolítica y se presentan ante la sociedad como “lo nuevo”, lo “anti contaminado” con posiciones rupturistas que seducen a un porcentaje de la población, sobre todo a los jóvenes, y que los medios de comunicación retroalimentan. Paradójicamente ideas cómo libertad y justicia hoy han sido apropiadas por estos sectores. Se ha instalado incluso que la desigualdad no es mala en sí misma y que no es la acción igualadora del Estado la que posibilita alcanzar el bienestar, sino la capacidad individual, la idea de meritocracia, tan utilizada hoy en día.
Debemos entonces, la izquierda y las fuerzas populares, encarar este desafío y redoblar los esfuerzos en la Batalla de Ideas, ya que se ha perdido terreno en la defensa del imaginario que permite visualizar en las fuerzas progresistas la posibilidad de cambio y transformación. Una batalla que hoy se lleva adelante en nuevas arenas, que no son en las que nos hemos movido tradicionalmente y que por sus características son mucho más propicias para el marketing o el mensaje efectista que para el debate ideológico y político. En las últimas décadas la comunicación fue tomando nuevas formas, la consolidación y crecimiento exponencial de internet y las nuevas tecnologías posibilitó también la aparición de nuevos medios y con ellos otros lenguajes y contenidos.
Redes sociales, podcasts, plataformas de transmisión en directo o a demanda… por esas vías circulan hoy las noticias, la música, los videos, los saludos personales, las fotos, las compras y las ventas, los libros y los debates. Incluso los contenidos generados por medios analógicos llegan a muchos más destinatarios que antes por las nuevas rutas digitales. Tienen en común con los medios de comunicación tradicionales su vínculo con el poder real, están íntimamente ligados a los grupos financieros transnacionales y, bajo su apariencia de horizontalidad y neutralidad, subyace un férreo control ideológico, político y económico.
Pero eso no es lo nuevo para nosotros, lo nuevo son los lenguajes y por supuesto es en la juventud dónde esta transformación tiene mayor repercusión e influencia. Los medios de comunicación tradicionales fueron perdiendo espacio y relevancia tras la masificación de las redes sociales. La evolución hacia la llamada convergencia fue borrando las líneas divisorias entre unos y otros de forma tal que la prensa gráfica, la radio o la televisión ya no circulan por caminos separados al de las redes sociales y la puerta de entrada puede ser múltiple.
Para ponderar la importancia de este fenómeno, hoy cerca de 5.000 millones de personas tienen acceso a Internet en todo el planeta, lo que equivale al 63% de la población. El teléfono móvil es usado por más de 5300 millones de personas, el 67% de la población del mundo, de los cuáles los teléfonos inteligentes representan casi 4 de cada 5 de esos dispositivos.
En cuanto a las redes sociales, en la actualidad hay 4.650 millones de usuarios en todo el mundo, lo que equivale al 58,7% y, si nos enfocamos en audiencias potenciales y no en la titularidad, el porcentaje crece casi hasta el 75% de la población.
Por supuesto hablamos de cifras absolutas y los números suben o bajan en función de en qué parte del planeta nos encontremos. Los porcentajes en la Europa más rica son infinitamente superiores al de otras regiones cómo el África subsahariana, zonas de Asia o incluso de nuestra América latina. Cómo hace décadas venimos denunciando, la brecha existente entre los países más ricos y los más pobres establece una diferencia abismal en cuanto a oportunidades y el acceso a bienes y servicios.
Tenemos entonces una tarea impostergable. Por un lado, luchar por garantizar la igualdad en el acceso a las nuevas tecnologías. Un acceso que además debe ser libre de los controles y la manipulación que el imperialismo y los centros financieros hoy ejercen.
Y por otro lado es imprescindible que quienes desde hace años venimos trabajando y debatiendo ideas por los medios tradicionales ocupemos los nuevos espacios, nos apropiemos de las redes sociales y de las plataformas generando nuevos contenidos, que inviten al debate y a la oposición de argumentos adoptando también los nuevos lenguajes dejando de lado ciertos prejuicios que podamos tener.
En Argentina hace poco más de 20 años creamos el Centro Cultural de la Cooperación, un espacio pensado y diseñado precisamente para llevar adelante esa Batalla de Ideas que tan bien conceptualizara Fidel -“trinchera de ideas”, al decir de José Marti-. Nuestro CCC, cómo se lo llama habitualmente, fue fundado por las fuerzas de izquierda y transformadoras del movimiento cooperativo argentino, un movimiento muy fuerte y con mucho arraigo en la Argentina.
Desde un primer momento nuestros objetivos fueron los de fomentar prácticas sociales que promuevan la transformación cultural, social y política a partir de la interacción de las Ciencias Sociales con las Ciencias del Arte. No somos neutrales, tenemos una cosmovisión popular, progresista y de izquierda y nos empeñamos en transformar pensamientos y prácticas instalados por las concepciones neoliberales. Para llevar adelante esta batalla hemos creado más de 20 departamentos de investigación, tanto de arte cómo de las ciencias sociales. Llevamos adelante producciones artísticas, conferencias y encuentros internacionales y, además de seguir difundiendo nuestras ideas por medios tradicionales, cómo nuestra editorial (Ediciones del CCC) o nuestra Revista electrónica, desde hace ya más de una década venimos trabajando con nuevas tecnologías y con una presencia cada vez más fuerte en redes sociales.
Y finalmente contamos con una plataforma audiovisual propia que llamamos Floreal TV, en homenaje a nuestro fundador Floreal Gorini, un esfuerzo muy grande que estamos haciendo por traducir toda nuestra producción intelectual en nuevos contenidos para ser difundidos y viralizados por las redes sociales. Todo eso puede verse de manera libre y gratuita por nuestro canal web, Floreal TV.
Por allí creemos que pasa hoy uno de los desafíos mayores en materia de comunicación y debate de ideas, incorporar y apropiarnos de los nuevos lenguajes, acercarnos a los jóvenes allí dónde ellos están. Conectarnos, unos con otros, debatir, argumentar, polemizar y denunciar los crímenes que el imperialismo estadounidense está llevando adelante, cómo el criminal bloqueo a Cuba, que ya lleva más de 60 años, y las políticas de lawfare que buscan deslegitimar a nuestros gobiernos y obstaculizan las políticas públicas transformadoras. Las herramientas son nuevas, pero la tarea es la misma: concientizar.
(*) Centro Cultural de la Cooperación.
Foto de portada: Syara Salado Massip / Resumen Latinoamericano Corresponsalía Cuba.