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Poesía contra la injusticia, la gran metáfora de Mahmud Darwish

Por Daniel Fermani.

Hoy, 13 de marzo se cumplen 81 años del nacimiento del poeta palestino Mahmud Darwish, cuya obra poética se yergue cada día con mayor fuerza ante el silencio del mundo frente a la tragedia palestina

Si el arte es un modo de conjurar a la muerte, la poesía es una trinchera para defender la vida. Porque el arte vive siempre, y es ése el anhelo del hombre. Pero sobre todo, y en esto la poesía es símbolo y bandera, el arte siempre dice la verdad. Sencillamente porque no puede mentir. En esa verdad se derraman, junto a las angustias y los pesares, junto a los ensueños y las esperanzas, la sangre de pueblos enteros, los gritos sofocados por las balas, las existencias tronchadas de innumerables seres humanos. Y en esta metáfora eterna se inscribe la poesía de Mahmud Darwish, que llevó Palestina a los versos, y los versos al exilio, y el exilio al mundo.

¿Qué perdura más, una bala o un verso? Sin embargo la bala mata. ¿Quién es más fuerte, la injusticia o un poema? Sin embargo, el poema resistirá.

En su obra poética, Darwish cuenta, a través del recorrido de su alma exiliada, el peregrinaje de un pueblo que perpetra e insiste en reiterar la peor de las afrentas que se puedan hacer al mundo: la vergüenza. Y junto con la vergüenza, la indiferencia, que es la madre de la injusticia, venero de todas las atrocidades que soporta el pueblo del poeta, sufrimiento que arrastra desde hace milenios, y que la Historia moderna ha refrendado y legaliza cada día con su silencio. Mientras el mundo de los poderosos ostenta sus instrumentos de civilización como espadas justicieras contra quien ose poner un pie en las tierras ricas de petróleo, o de minerales, o de agua, o de cualquier riqueza que pueda servirle, no hay misericordia para Palestina, un pueblo agotado por la pobreza, lacerado por los malos tratos y pisoteado por la prepotencia de la guerra. Cuando un pueblo esgrime piedras contra los fusiles, es porque no le importa morir, y cuando la vida da ese paso sobre el umbral de la muerte, se ha llegado a un punto de no retorno.

“Prisioneros en este tiempo lánguido, no hemos hallado, casi definitivamente, más que nuestra sangre”, dice el poeta en Poema de Beirut, una amada ciudad, amada como se aman los refugios del exilio obligado, con un amor que está hecho de rabia y desconsuelo, pero que en este caso, en el caso de Mahmud Darwish, nunca significó silencio. Qué inútilmente triste sería la historia de Palestina sin la voz de este poeta, sin los versos con que Dawish ha dado voz a miles de palestinos masacrados por las armas, por la humillación y el exilio. En Palestina no hay oro, ni petróleo, ni agua, pero un libro considerado santo señala ese territorio como la tierra elegida por dios para otro pueblo. ¿Qué dios? Uno que evidentemente no creó a los palestinos, ni los eligió, ni los armó hasta los dientes para que se abalanzaran sobre todos aquéllos que no profesaban su mismo credo. También hay acuerdos internacionales que hablan de la creación del Estado Palestino y de sus derechos. Son acuerdos mucho menos valiosos que los versos de Darwish. Porque esos acuerdos son desconocidos, o ignorados, o simplemente tirados a la basura.

Mientras que los poemas seguirán existiendo, y con su existencia seguirán diciendo la verdad. “¿Nos hemos tendido en las ruinas para pesar el Norte con la medida de las cadenas?”, pregunta más adelante el mismo poema. Tal vez sí, tal vez toda la humanidad esté tendida, pero no para pesar las cadenas del norte, sino para permanecer adormilada en el canto sireneico del bienestar, o de la alucinación del bienestar, que es aún peor. Tendida con los ojos vendados, con los oídos tapados, saboreando el néctar de una mentira. Lo que la humanidad no comprende, es que cuando no se mira ni se escucha el sufrimiento de sus congéneres, se está ofreciendo el pecho al sometimiento y a la deshumanización.

“Tengo la sabiduría del condenado a muerte”, escribió Darwish en una de las obras de su última producción (poema homónimo, del 2003). Y este verso quizás nos está anunciando que todos estamos en la misma situación, condenados a muerte. Pero quizás sin haber tomado conciencia de que una injusticia tan gigantesca provocará otras guerras, nuevo caos, nuevas matanzas, y entonces ningún poema podrá detener la destrucción.

En este contexto de injusticia permanentemente reiterada, cada día, por agresiones, ataques y muertes, la poesía de Mahmud Darwish, quien el 13 de marzo cumpliría 72 años, revitaliza la tradición lírica árabe con una reinvención de la metáfora, a la que dota de incisivo realismo y de cortante transparencia, caminando con los pies de un lirismo que por comprometido y doliente, no es menos poético. Su ruptura experimental con formas poéticas del pasado no le impide sumarse gloriosamente a la tradición lírica árabe, dándole una bocanada de aire fresco, aunque sea un aire cargado de melancolía y denuncia.

El caso de Darwish, el poeta de la Palestina contemporánea por excelencia, es ejemplo y epítome del arte que corre al paso con la Historia, y que sin renunciar a la belleza, derrama sangre de palabras, lágrimas de impotencia y gritos del alma en versos de soberbia elegancia, con mesurada sencillez y con inefable simbolismo.

“La tierra se estrecha para nosotros”, dice un verso de Darwish. Y ante la historia de Palestina, todos los seres humanos sentimos lo mismo.

 

VENDRÁN OTROS BÁRBAROS
(1986)

Vendrán otros bárbaros. Raptarán a la mujer del emperador.
Sonarán los tambores.
Suenan los tambores para que del Egeo a los Dardanelos los caballos
se alcen sobre los cadáveres.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver nuestras esposas
con una carrera de caballos?

Será raptada la mujer del emperador. Sonarán los tambores.
Ya llegan otros bárbaros.
Bárbaros que llenan las ciudades vacías, apenas altas sobre el mar,
más fuertes que la espada en tiempos de locura.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver nuestros hijos
con esta estirpe de impudicia?

Sonarán los tambores. Ya llegan otros bárbaros.
Es raptada de su casa la mujer del emperador.
Y en la casa se gesta la expedición militar que devuelva
a la favorita a la cama de su señor.
¿Y a nosotros qué? ¿Qué tienen que ver cincuenta mil muertos
con este casamiento atropellado?

¿Nacerá un Homero después de nosotros?…
¿Abrirán las epopeyas sus puertas a todos?

 

Tomada de Acercándonos Cultura.

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