Cuba

Monstruos del claroscuro y nuestro sol del mundo moral

Por Raúl Antonio Capote.

Corren tiempos azarosos, tiempos en los que la fe decae y una especie de fatalismo llena el alma de muchos en el mundo.

Los cubanos no somos inmunes a ese sentimiento, convivimos en ese mismo claroscuro en el cual resurgen una y otra vez los monstruos, según afirmaba Gramsci.

José Martí, en el prólogo a los Cuentos de hoy y mañana, de Rafael de Castro Palomino, escribió: «¿Quién no se ha levantado impetuoso, y retrocedido con desmayo, de ver cuánta barrera cierra el paso a los que sin más caudal que una estrella en la frente y un himno en los labios, quieren lanzarse a encender el amor y a pregonar la redención por toda la tierra?».

Muchas barricadas encontrarán quienes asuman esa misión. Solo quien se entrega en un acto de desprendimiento supremo de sí mismo puede romperlas, sin más hacienda que su amor y su fe en el ser humano.

Hemos sido testigos de actos masivos –recalco la palabra– de solidaridad, entrega y heroísmo; no el heroísmo de súper seres dotados de potencia alienígena, de poderes accidentales o sobrenaturales, sino del humano común que no busca reflectores ni aplausos.

Nuestros adversarios, para alcanzar sus objetivos, pretenden sembrar la falta de fe en el ser humano y en sus posibilidades, exaltar el cinismo, el ego reverenciado.

Como dice Ayn Rand: «Se nos ha enseñado que el ego es sinónimo de mal y el altruismo el ideal de la virtud. Pero mientras el creador es egoísta e inteligente, el altruista es un imbécil que no piensa (…)».

Más claro no pudo expresar una de las bases de la doctrina de ese régimen de la insolidaridad y del descarte humano que es el capitalismo; capaz de lograr, para asombro de algunos, que muchas veces las víctimas hagan fila, defiendan y vitoreen a sus verdugos.

Es difícil entender que personas liberadas por una revolución desdeñen el modo de vida digno en que se desarrollan, y añoren la esclavitud.

Los cubanos no vivimos ajenos a lo que pasa en un mundo en el cual el capitalismo estadounidense libra batalla por mantener su hegemonía, frente a potencias que le disputan no solo el poder, sino también la misma concepción del poder que han profesado desde la caída del socialismo en el este de Europa. Somos víctimas de una colosal guerra cultural.

El frente ideológico creado por la CIA en la Europa posterior a 1947 definió esta guerra como «batalla por la conquista de las mentes humanas», y todos los recursos de los que dispone el arsenal estadounidense son empleados hoy para derrotar, rendir y humillar, haciendo gala de estulticia política, a todo un pueblo que cometió el delito de la insumisión.

Utilizan el hambre como aliada, la escasez como tropa de choque, y la mentira como misiles para ablandar las defensas y tomar por asalto ese bastión inexpugnable que es el alma de nuestra nación.

Es imprescindible comprender el alma de los hombres y las mujeres que viven en el terreno de la contienda del día a día; en algunos casos, incluso, sin tener plena conciencia del conflicto en el que estamos envueltos. Olvidar eso ha costado caro en otras experiencias socialistas.

Hay que conocer las necesidades de la condición humana. No basta con satisfacer las penurias materiales, no debemos ver como algo natural la miseria espiritual, acostumbrarnos sin luchar, aceptar que existe debido al fatalismo de las carencias.

En el campo de la educación y la cultura no hay problemas desdeñables, como no son desdeñables los padecimientos espirituales, el dolor de nuestros compatriotas, las heridas que se sufren en este desafío colosal, extenso y profundo.

En la sociedad capitalista el hombre vive una ilusión de libertad, una enajenación que lo hace cada vez más solitario. Es una mercancía entre mercancías, y entre mercancías no puede haber solidaridad, sino competencia.

Los revolucionarios soñamos con un mundo donde, así lo dijo Carlos Marx: «sea la vida y no la producción de los medios de vida» el verdadero reino de la libertad. Es decir, una sociedad donde el hombre esté libre de la pobreza material y de la pobreza espiritual.

Es duro el desafío, no importa la malignidad del claroscuro, porque el claroscuro no es solo oscuridad, y los cubanos vivimos la claridad de nuestro sol del mundo moral.

Los revolucionarios debemos apasionar, conmover, hacer partícipes a todos, revelar esa nueva realidad en marcha, enseñar nuestra doctrina, basada en la posibilidad, en la ciencia y en el amor a la vida, a los seres humanos, a la naturaleza. Esa doctrina de fe en el hombre, de amor profundo, de entrega y solidaridad que es el comunismo.

Tenemos que enraizar aún más el mito revolucionario, los motivos ideales en la sicología popular, como incitación a una iniciativa libre y operante, desde abajo. Debemos ser transformadores y rebeldes, paradigmáticos.

Así nos lo recordó Bolívar: «Por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza, y por el vicio se nos ha degradado más bien que por la superstición. La esclavitud es hija de las tinieblas, el pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción».
 
 
 
Tomado de Granma/ Foto de portada: Ricardo López Hevia.

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