Internacionales

Postales de Alemania: enemigo del Estado

Por Marcelo Valko.

Entre tantos museos que existen en Berlín hay uno bastante particular sobre la vida en la DDR (Alemania Democrática) donde resulta muy evidente que la historia la escriben los que ganan las contiendas, en este caso Occidente. Más allá de los detalles tendenciosos que presentan a los visitantes, algunos sutiles, otros no tanto y muchos desgraciadamente ciertos, me interesa detenerme en la recreación de una celda de la DDR destinada para un enemigo político del Estado. La mayoría de los visitantes la pasan por alto y optan por amontonarse alrededor del automóvil Lada conocido también como VAS, de un diseño tan diminuto como funcional. En mi caso, cuando ingresé en la celda, le pedí a mi hija que cerrara la puerta. A poco de sentarme en el camastro y mirar por aquella rendija la idea de la foto simpática se diluyó. Una vez adentro la percepción del mundo es diferente, el ángulo de visión se reduce y permite reflexionar in situ sobre la privación de tiempo de un preso político. Algo de eso experimenté este año cuando fui a dictar un seminario en la Unidad Penal de Ituzaingó para más de cien internos precisamente sobre “Pedestales y Prontuarios” donde el adentro y el afuera de quienes se quedan y de quienes salen es una realidad tangible.

La celda que vemos en la foto es un rectángulo apenas más ancho que la puerta, el ritual de exclusión cuenta con un catre, un banquito, un lavatorio, el inodoro y una pequeña ventana que no solo es alta sino que cuenta con vidrios esmerilados. El techo posee un tubo fluorescente encendido las 24 horas que el reo no tiene posibilidad de apagar, es una iluminación que paradójicamente priva de luz. El reo solo puede determinar el transcurso de la jornada cuando se abre la mirilla por la que introducen el alimento que una vez entregado el plato se cierra con el impiadoso pasador. No poder determinar el paso de las horas agrava aún más el factor tiempo y forma parte del combo “vigilar y castigar” y uno cae en la cuenta que más que encerrar a la persona se encierra su tiempo, se lo diluye para que pierda la noción del mismo donde la mañana del lunes no se distingue de la tarde del sábado extraviado en una monotonía de días sin noches. Es “el Gran Encierro” donde no existe el fluir delo temporal planteado por Heráclito. En una vida de temporalidad finita el peor de los castigos sin duda tiene que ver con la privación de tiempo como en este caso que deja al sujeto en un limbo. Exactamente eso ocurre hoy con la prisión de EEUU en Guantánamo con detenidos acusados de delitos indefinidos pero englobados como terroristas, todos ellos sin proceso y una reclusión indeterminada.

No siempre se hizo hincapié en la reclusión temporal. Si hojeamos un libro de historia o de antropología advertimos que diferentes relaciones económicas de producción crean distintos regímenes punitivos.

Veamos un mismo delito, el robo, por ejemplo, el castigo previsto por distintas culturas varia a lo largo de los siglos. La pena que establece el célebre Código de Hammurabi consiste en cortar la mano al ladrón. Tras la amputación es sujeto es liberado. El Code Noir de 1743 que tipifica delitos y la correspondiente pena concerniente para los esclavos negros en Antillas manda para el robo una cantidad determinada de azotes ya que el escarmiento no debía inutilizar la capacidad laboral de la “pieza”. Por su parte, ciertos pueblos originarios estipulan que el ladrón debe reintegrar lo robado o reemplazarlo con un bien equivalente y allí acaba el asunto. El Código Penal de nuestra cultura estipula para el ladrón una determinada cantidad de años como castigo. Es decir, no siempre el correctivo incluyó el factor tiempo. Ciertamente hay otros castigos que van desde la pena de muerte, el destierro o la condena al olvido que analizaré en otro momento, aquí me interesa la privación de tiempo.

Regresando a la celda de la foto, el protocolo de exclusión consiste en aislar al disidente. Silenciarlo no solo implica reducirlo a silencio sino privarlo de los sonidos del exterior, recluirlo de modo tal de dejarlo sin hendija alguna para evitar el contagio del libertinaje de ideas que salen del rigor de la norma. Ausencia de sonidos y palabras, solo el ruido del pasador y una asimetría de la mirada. Tales ideas vienen de lejos y entre nosotros se puso en práctica en el Penal de Ushuaia construido en forma de panóptico donde enviaron a esa cárcel del Fin del Mundo numerosos opositores políticos. Vale consignar que se inaugura en la segunda presidencia de Julio Roca. Allí los reclusos además de tener celdas individuales comían solos en pequeñas mesas vigilados por los celadores a los efectos de evitar la mínima socialización con otros reclusos.

El disidente que debe ser neutralizado se lo espía desde aquella mirilla. Es visto sin posibilidad de mirar, como un actor ciego en un infinito laberinto donde parafraseando a César Vallejo “las cuatro paredes de la celda que sin remedio dan el mismo número”. Como señala Foucault al hablar del panóptico el detenido ignora en qué momento lo observan pero está seguro que puede ser mirado cuando el gran ojo lo requiera. Esa es la esencia de vigilar y castigar mediante una mirada que no es vista, tan permanente como invisible al estilo de 1984. Semejante aislamiento del disidente estatal de alguna manera reconoce la eficacia simbólica del peligro que representa esa clase de enemigo. Donde todos opinan igual todos piensan muy poco. Decir NO es importante. La caracterización del delito del disidente es plantear su oposición. Y vale destacar que el “no” es el primer organizador de la personalidad y por ende de la cultura.

 Al abrir la puerta de la celda y “evadirme” de esa violenta arquitectura óptica diseñada como tecnología correctiva, me interiorice sobre algunos temas que desconocía como la tendencia experimentada en los ´70 por el nudismo y otros como las directivas sobre el realismo socialista en arte. Al salir afuera resultó aún más evidente como el Museo sobre la DDR se encuentra “demasiado” bien ubicado frente a la Isla de los Museos en la ribera de uno de los brazos del río Spree junto al puente Karl-Liebknecht que desemboca en la Catedral evidenciado la idea del Estado de facilitar la visita al mismo y auto celebrar su victoria sobre el Este. Nos detuvimos en medio del puente para contemplar las vistas de esa zona, el agua como el paso del tiempo fluía indiferente como siempre, no muy lejos de allí, en 1919 había sido arrojado al agua el cuerpo acribillado de la revolucionaria Rosa Luxemburgo. En ciertos casos, el Estado aplica métodos más inmediatos para sus enemigos. La historia prosigue su marcha, y si bien es lento, viene. Es lento, pero viene…

Tomado de Resumen Latinoamericano Argentina.

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