Internacionales

Generosidad total

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

La joven argentina Patricia Liliana Dixon Della Torre, tenía 24 años al ser secuestrada, el 5 de septiembre de 1977. Era hija del ingeniero Juan Guillermo Dixon y de María Teresa Della Torre, quienes habían forjado una bella familia y procreado varios hijos. En su prole, además de Patricia, estaban, María Teresa, Alejandra, la menor, y Guillermo Amadeo, quien era conscripto, cuando secuestran a su hermana.

El hogar se radicó en la calle Gaspar Campos 1556, en la localidad de Vicente López, provincia de Buenos Aires. Esta calle era conocida puesto que, a pocas cuadras, en una de sus casas había residido el general Juan Domingo Perón.

Patricia había nacido el 10 de mayo de 1953, de estatura media, tenía el cutis blanco moreno, que contrastaba con su cabello negro y sus ojos del mismo color. Era estudiante de sociología, participaba en la Juventud Peronista (JP), además militante activa Montonera. Después de la salida al exterior de la Conducción Nacional de esa organización, Patricia es promovida al grado de teniente. Pertenecía a la célula de San Martín, provincia de Buenos Aires.

El origen de su secuestro y desaparición tuvo antecedentes inmediatamente anteriores al suceso, la muerte la estuvo rondando durante días, el hecho estuvo asociado a otro joven, Juan Pedro Sforza,  abogado, quien ejercía en los Tribunales de la Capital Federal.

Tres días antes de cumplir los 26 años, el 10 de marzo de 1977, los represores, allanaron la vivienda de sus padres, sin encontrarlo. Su cacería continuó, el 3 de septiembre siguiente los represores irrumpieron en su casa, tampoco lo encontraron, pero destruyeron, saquearon, robaron todo lo de valor.

Ese día Juan Pedro escapó de la muerte por apenas pocos minutos, cuando se aproximaba a su vivienda, se percató del operativo, lo observó todo y una vez concluido el asalto, decidió no entrar, su instinto de conservación lo salvó. Dentro lo esperaban.

Pensó dónde refugiarse, estaban a su acecho y cualquier desliz podría acelerar su captura. Fue entonces que con toda confianza y seguridad recordó a su amiga y compañera Patricia, ella vivía en un lugar poco conocido, estaba seguro que le daría refugio.

Sobre este aciago paso a la inmortalidad de Patricia, su hermana Alejandra recuerda: “La chica del pelo corto, que me muestras al lado de Patricia es Valeria Dixon, prima nuestra, ella se casó el 3 de septiembre de 1977, en una parroquia cercana. Era sábado y a la iglesia llegó Pedro, para pedir refugio. Patricia se había mudado recientemente para Núñez”. Con generosidad total Patricia, acogió a su amigo.

El lunes 5 de septiembre, una horda de criminales irrumpió cerca de las dos de la madrugada en el edificio ubicado en Núñez 2261, pronto llegaron al primer piso y sin titubeos derribaron la puerta del apartamento 7, allí estaban Juan Pedro, quien era el superior de Patricia en la célula Montonera, y ella. El primero logró escapar momentáneamente, pero lo persiguieron, acorralaron y le dieron muerte sin piedad, según testigos oculares, en la calle Obligado 3555 entre Núñez y Republiquetas, hoy Crísólogo Larralde.

El encargado del edificio, después relató que fue obligado a abrir la puerta del edificio, que a Patricia la sacaron viva, con violencia la introdujeron en un coche sin patentes y tan rápido como llegaron, se perdieron en la oscuridad de la madrugada. Nunca más se supo de ella.

Su hermana Alejandra medita y amplía, con congoja, sus recuerdos, ella era pequeña, pero se han mantenido vívidos: “Mi hermana María Teresa era la mayor, mi otro hermano sufrió mucho como consecuencia de un accidente de tránsito que involucró a toda la familia. Mi madre murió y yo recibí lesiones severas, tardé en recuperarme. Íbamos 4 en el auto, no creo que haya sido premeditado. Mi padre murió tiempo después, en 1983, el 19 de junio, que en Argentina se conmemora el Día del Padre”.

Tras el secuestro de Patricia, de inmediato, sus familiares acudieron a las autoridades militares, eclesiásticas y civiles, en busca de la aparición con vida, pero el silencio fue la respuesta. Su hermana María Teresa presentó la denuncia, estaba ajena a que, a su vez, su propia cacería ya había comenzado. Apelaron al recurso de Hábeas Corpus ante los tribunales de San Isidro, fue desestimado. También presentaron un recurso igual a favor de María Teresa, pero éste formaba parte de un intento de salvar su vida.

Ella era perseguida. No la detienen de inmediato, la dejan actuar para conocer sus actividades y contactos. La joven percibe el peligro y no se vincula a ningún compañero por temor a exponerlo o delatarlo, pero no cesa de buscar a su hermana. Indaga y encuentra a testigos del operativo criminal del secuestro, que le confían detalles. Sus asesinos estaban uniformados, presuntamente policías de la Comisaría No. 35, y que habrían participado marinos de la Escuela de Mecánica de la Armada.

El relato escrito, incorporado después a la denuncia, esta vez por sus padres -María Teresa y Juan Guillermo-, es escalofriante, casi inverosímil, si en el mismo no hubiesen participado esos represores, que sorprendían por su creatividad morbosa. Relataron los padres de Patricia y María Teresa, que alrededor de la una de la tarde del mismo día del secuestro de Pato, los sicarios irrumpen en la vivienda Gaspar Campos y la ocupan. Esta vez visten de uniforme y están fuertemente armados, se identifican como miembros de la Policía Federal y preguntan insistentemente por ambas.

Toda la casa es requisada, se posesionan y establecen una jaula de espera. Horas después y durante toda la tarde, los miembros de la familia que van llegando son detenidos. Los hermanos de las jóvenes llegan, todos en edades entre los 15 y 17 años. Con total paciencia asesina, estiman que a las 8 de la noche no llegaría nadie más y deciden dar por terminado el operativo. Los rehenes estaban hacinados en una habitación donde una mujer mayor y enferma, tía de las jóvenes de 82 años, yacía en cama. Antes de partir le comentan a sus víctimas, que conocían “lo de Núñez y Patricia”, y sin más aclaración, amenazan y se retiran.

Cuando se recuperaban de las horas de cautiverio, una llamada telefónica agravaría la situación. Una voz no identificaba los conminaba a presentarse en la casa de Patricia, en la calle Núñez. Se dirigieron al lugar y al llegar, los vecinos que todavía observaban los destrozos, les contaron lo que vieron. Patricia la habían llevado viva.

La acosada María Teresa, se percata de que es inminente su detención y decide esconderse ante la posibilidad de caer en las garras de la represión. Sus padres denuncian su ausencia, confiados en que las autoridades, al igual que en el caso de Patricia, no darán respuesta a la reclamación. Por medio de los canales de la resistencia y un país solidario, logra establecer contactos, se produce una cita en una cafetería ubicada en la avenida Cabildo y José Hernández, en Belgrano, donde explica su situación desesperada. Obtiene abrigo diplomático en Buenos Aires.

Por casi un año, Teté soporta el rigor de la clandestinidad. Sus movimientos se limitan a una pieza, está confinada, no hay otra alternativa. Se hacen los preparativos necesarios y seguros y logra salir del país con otra identidad, acompañada con una persona amiga, que ha llegado del exterior con un pasaporte que le permite asumir el cambio. Es maquillada y con el camuflaje adecuado, parten hacia el norte del país, como turistas, cruzan la frontera argentino-brasileña, se internan en Brasil y pasan a México. Ahí su acompañante se separa de ella, tiene otras misiones que cumplir. Teté pasa a un país amigo, donde se radica por un tiempo, trabaja en una empresa publicitaria y finalmente viaja a Europa. Falleció en años recientes.

La historia de esta familia, a partir del secuestro y desaparición de Patricia, es particularmente trágica y triste. Cuando Teté estaba oculta en Buenos Aires, ocurre el mencionado accidente de tránsito donde perece su madre.

En octubre de 2008, el director de cine de origen argentino Juan Mandelbaum escudriñó pistas y relatos de las víctimas de la sangrienta época de mediados de los años setenta en Argentina, que plasmó con gran sensibilidad en el documental Nuestros desaparecidos (Our Disappeared), que fue transmitido por la red pública norteamericana Independent Lens, en la primavera de 2009. Esta obra representó la búsqueda personal de Mandelbaum, tenía una motivación muy especial y particular, que lo relacionó con esos oscuros ocho años de intensa represión.

Una inspiración muy emotiva fue la búsqueda de su amiga íntima Patricia Dixon, que está entre los miles de desaparecidos. En el departamento de Sociología de la universidad donde estudió -y donde muchos de sus compañeros de estudio eran militantes-, Mandelbaum encontró uno de los primeros indicios sobre el destino de Dixon, en una lista del largo de una muralla con los nombres de los alumnos desaparecidos. Con la ayuda de la hermana menor de Dixon, Alejandra, quien participa en el documental, que reconstruye la terrible serie de episodios y circunstancias,  que condujeron a su detención, muerte y desaparición.

Esta joven militante había sido trabajadora de la Oficina Comercial de Cuba en Argentina, sigue desaparecida, nunca se conoció su destino, su búsqueda aún continúa. Memoria, verdad, justicia y compromiso por siempre.

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto de portada: Patricia Liliana Dixon Della Torre/ Parque de la Memoria / Argentina.

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