Internacionales

La invasión a Panamá, 34 años después

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

Estimados actuales sobre la “prospera” economía panameña, la sitúan como milagrosa en el 2023, una de las más exitosas del año, pero la II Encuesta Ciudadana y de Derechos del CIEPS, concluyó que la corrupción pasó a ser percibida como el principal problema del país. Desde el año 2022 se arrastran la crisis de la desigualdad; de representatividad y de confianza; la de los sistemas de negociación colectiva; la crisis de los recursos públicos y la más demandada la crisis de la honradez, ese es el panorama al evocarse 34 años de la cruenta invasión de Estados Unidos al país istmeño

Casi siete lustros nos separan del crimen cometido por la administración republicana de George H.W. Bush, al invadir a la República de Panamá el 20 de diciembre de 1989 y masacrar a su población para someterla, acto totalmente innecesario e injusto.

Aún se buscan y encuentran fosas comunes, la cantidad exacta de desaparecidos es aún un enigma, el barrio mártir de El Chorrillo, clama justicia y reparación desde entonces. En abril de 2021, nuevos hallazgos de fosas comunes, revivieron el martirio de ese pueblo.

En el diseño intervencionista del neoconservadurismo instalado en el poder en Estados Unidos desde el 20 de enero de 1981, con Ronald Reagan al frente, se concebía una teoría sobre la existencia de un triángulo de apoyo político a Cuba, integrado por Granada, Panamá y Nicaragua, el cual era necesario destruirlo.

En octubre de 1983, se produjo la invasión estadounidense a la pequeña isla caribeña de Granada, con espurios pretextos. Esta agresión evidenció nuevamente que el principio de no intervención carecía de validez para ese país y que la contención del socialismo en el continente continuaba siendo una de sus principales prioridades de la política exterior.

La Casa Blanca y el Pentágono desplegaron un intenso proceso de militarización de las naciones centroamericanas y caribeñas. Como consecuencia se fortalecieron las dictaduras militares o cívico-militares de El Salvador, Honduras y Guatemala. Lo cual posibilitó el restablecimiento de las criminales labores del Consejo de Defensa Centroamericano, Condeca, integrado por las fuerzas armadas de Honduras, El Salvador, Guatemala y los Estados Unidos,  que habían sido interrumpidas, luego de la “guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador en 1969. Asimismo, se montó un poderoso dispositivo militar estadounidense en Honduras que incluyó diversas bases militares y la acción de un batallón secreto, preparado para contingencias. Participante en el golpe de Estado en ese país en el año 2009.

En horas de la tarde noche del 19 de diciembre de 1989, comenzó la décima tercera invasión de los Estados Unidos a Panamá, una de las más ensayadas desde 1855, cuando comenzaron a irrumpir en el país istmeño.

Dada inicio la Operación Justa Causa (Just Cause) con el supuesto objetivo de sacar del poder al general Manuel Antonio Noriega, sindicado de ser narcotraficante, quien había asumido la conducción del país el 16 de diciembre. Fiel sirviente de varias agencias estadounidenses, según documentos secretos estadounidenses desclasificados.

Al terminarse el día 19 y dar inicio al nuevo día el entonces presidente republicano, anunciaba al mundo desde la Casa Blanca, que esa nueva operación quirúrgica contra un pueblo hermano, que había derramado su sangre en varias ocasiones en contra de la ilegal presencia militar norteamericana en su territorio, instalada durante décadas por medio de más de una docena de bases militares dislocadas a las puertas de su capital en el océano Pacífico y otras en el Caribe.

Bastaba cruzar el Puente de las Américas, para encontrar las bases navales, aéreas y de todo uso, desde donde en esa década habían partido miles de operaciones de espionaje contra países de la región y participado activamente en la guerra sucia contra Nicaragua y los movimientos insurgentes en Honduras, Guatemala y El Salvador.

Desde las bases Rodman, Koobe, Howard, Albrook Field, partían las incursiones militares de ensayo en los meses precedentes a la invasión, también urdieron la provocación contra el cuartel central de las Fuerzas de Defensa panameñas, que ocasionó la muerte de un militar estadounidense, colocado al azar para consumar la provocación al estilo de la ocurrida en  Gleiwitz, que dio inicio a la Segunda Guerra Mundial en 1939. Este hecho que tensó aún más la situación, creó el pretexto para la premeditada y ensayada irrupción punitiva estadounidense.

El recinto militar estaba ubicado en el humilde barrio capitalino de El Chorrillo, arrasado después por las devastadoras armas norteamericanas que se estrenaron en ese escenario bélico y que causó miles de víctimas colaterales no combatientes.

Al amparo de la base militar norteamericana de Fort Clayton tomó posesión la troica política, que había concurrido a las urnas en las elecciones del 7 de mayo de ese año  y de esa forma anti soberana se hicieron del poder bajo la fuerza, patrocinio y el terror de los soldados de la 82 División Aerotransportada y de 193 Brigada de Infantería con asiento en ese enclave castrense, así como otras fuerzas de varias armas que ocuparon el país en toda su extensión, para someterlo y cambiar su rumbo político, para dejar a su paso la destrucción de instalaciones, la muerte de ciudadanos e instalar huellas indelebles en la memoria histórica de los panameños.

En los días inmediatos a la invasión, el mando militar norteamericano y en particular en general de brigada Marc Anthony Cisneros, Su primera experiencia en agresiones la tuvo en Vietnam, donde estuvo durante la llamada ofensiva insurgente del Tet. Había expresado con sorna y desprecio por el improvisado enemigo, que al comenzar el ataque estaría tomando una cerveza y al terminar, su punitiva labor, al regresar aún estaría fría.

Pero los cálculos del estratega norteño se enfrentaron a la resistencia nacional, que dio muestras de coraje y valentía a pesar de la superioridad numérica y en armas. Los aviones fantasmas Stealth, irrumpieron en el espacio aéreo panameño causando pavor, armas de exterminio masivo fueron ensayadas, fue un laboratorio que puso a prueba los adelantos de la época del Complejo Militar Industrial estadounidense, para causar la muerte. Dos años después lo harían con letal eficacia en Irak.

Durante la ocupación invasora del país, las fuerzas norteamericanas durante días dejaron que el pillaje, como método de dominación, causara el caos en las ciudades, el saqueo de los almacenes y comercios de la capitalina Vía España, de las áreas comerciales de El Dorado y otros puntos, fueron objetos del vandalismo, que pretendía inmovilizar y desviar la firmeza de los opositores.

Desde marzo y octubre de 1988 cuando habían gestado intentos de golpes de Estado, para sacar del poder a los militares panameños y a los presidentes legítimamente elegidos, que fracasaron por la intervención de fuerzas leales, comenzó una invasión silenciosa de militares norteamericanos, que se posesionaron en viviendas y desarrollaron un vasto plan de búsqueda de información sobre la capacidad defensiva de las Fuerzas de Defensa, estudio del futuro teatro de operaciones, también se desató  una verdadera cacería contra el general Noriega y los principales jefes militares se puso en marcha, fueron sobornados hombres muy cercanos a él.

Los blancos a atacar fueron cuidadosamente seleccionados, no solo militares, sino también civiles como el mencionado barrio humilde, que devino en mártir y fue virtualmente desaparecido, como también lo fue el Centro Recreativo Militar, CEREMI, instalado cerca del aeropuerto internacional de Tocumen, llevado a escombros por la aviación invasora  por suponer que Noriega se había refugiado ahí; o la base aérea de Río Hato, que recibió el impacto desproporcionado de los agresores.

El barrio trabajador de San Miguelito, opuso tenaz resistencia al ocupante desde el inicio de la invasión, en otros puntos de la capital y en el interior país los focos populares causaron bajas a los intervencionistas, que habían sido persuadidos por sus jefes de que sería un episodio de puro trámite y que los pobladores los recibirían con banderitas y flores.

El asedio a las Embajadas y Organismos Internacionales acreditados fue intenso para evitar que seguidores del gobierno depuesto o simplemente el pueblo recibieran refugio. Las sedes diplomáticas de Cuba, Nicaragua, Perú y Venezuela, entre otras, fueron rodeadas, hostigadas, colocados frente a ellas los famosos puntos de control (Check Point), que intentaban  violar las más elementales normas del derecho internacional, que amparaban a los funcionarios diplomáticos y sus familiares.

Especialistas del “proyecto golpe”, grupo interdepartamental norteamericano compuesto por experimentados gestores de golpes, como John Maisto, quien en los primeros días de la invasión abandonó el país ya ocupado, después de haber creado la llamada Cruzada Civilista Nacional, que jugó un rol decisivo en los preparativos previos, proyecto inspirado y creado a semejanza con el llamado Movimiento Nacional por unas Elecciones Libres, Namfrel, que tomaron las experiencias del derrocamiento de Ferdinando Marcos, en Filipinas donde Maisto, también estuvo presente, antes lo había hecho en Chile, contra el gobierno de la Unidad Popular y después fue embajador en Nicaragua, Venezuela y ante la OEA, para completar su currículo intervencionista.

 

Se conoció también, que Estados Unidos desarrolló “un programa activo de armas químicas, entre ellas gas mostaza, en al menos siete bases militares de Panamá”. Entre otros experimentos, en el mencionado fuerte Clayton, cerca de la capital y en la Isla de San José, el ejército de Estados Unidos realizó más de 130 pruebas con gas mostaza, mostaza destilada, fosgeno, cloruro cianógeno y cianuro hidrógeno entre 1944 y 1947, desde entonces los efectos intoxican el dañado medio ambiente, ya que esos agentes químicos conservan su letalidad durante varias décadas, los restos de esas armas fueron almacenadas en un lugar secreto de la base militar de Río Hato, hoy bajo jurisdicción de Panamá.

Además de la retórica, esta terrible realidad ha servido de pretexto para  justificar la permanencia de personal militar norteamericano. En apariencia  se marcharon parcial y temporalmente de Panamá y detrás dejaron toda la mugre. Desde noviembre de 2009, trascendió la intención de crear bases aeronavales en territorio panameño. Supuestamente, Panamá que no tiene ejército desde 1989, recibiría asesoría en entrenamiento por parte del Ejército de los Estados Unidos. Las primeras serían en el Darién en la frontera con Colombia, supuestamente para evitar la entrada de drogas desde la proveedora Colombia, hoy es un caos de filtro migratorio.

En Panamá, los acuerdos Torrijos-Carter regresaron a la nación istmeña el control de esas instalaciones militares norteamericanas, pero después su presencia amenazante ha persistido, más allá de los términos, con el gastado pretexto de enfrentar al terrorismo, al narcotráfico y en apariencias preservar el libre movimiento del Canal Internacional, como garras del águila usurpadora atentas a un nuevo zarpazo, como el ocurrido hace treinta y cuatro años. El pueblo panameño, aún clama justicia.

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto de portada:  Manoocher Deghati /Archivo Getty Images.

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