Internacionales

Sionismo, antisemitismo y la tragedia palestina

Por Raúl Antonio Capote.

Los acontecimientos recientes en la Franja de Gaza han puesto al desnudo, como nunca antes, las esencias del sionismo y la complicidad de occidente y EE. UU. con el régimen de Israel.

Con total impunidad, actúan las fuerzas militares sionistas contra la población civil. No se detienen ante nada.

Mujeres, ancianos y niños son sepultados bajo los escombros de sus viviendas, escuelas y hospitales, gracias a las armas entregadas por Washington.

Cualquiera que alce su voz para denunciar los crímenes es tachado de inmediato como antisemita, o de pretender reeditar el holocausto judío, acaecimiento trágico llevado adelante por un régimen que reclamaba el «espacio vital» necesario, para una raza que se consideraba superior y elegida.

Tildar de antisemitismo a los gobiernos, las instituciones o las personalidades que en el mundo condenan la masacre israelí en Gaza, es un despropósito carente de cualquier viso científico, histórico y ético.

Con toda razón se podría acusar al régimen de Israel de antisemita, a raíz del asesinato, la persecución y el despojo de los árabes y demás pueblos que habitan la región multiétnica, donde coexiste la gran familia de descendientes de Sem.

El sionismo moderno surgió a finales del siglo XIX en Europa. Su principal creador fue el periodista austrohúngaro Theodor Herzl, quien convocó el primer congreso sionista en la ciudad de Basilea, Suiza, en el año 1897.

Se trata de una ideología fruto de las contradicciones y tensiones nacionalistas internas en la Europa Oriental y Central del siglo XIX. No nació en el Medio Oriente, entre las comunidades que allí habitaban y coexistían sin problemas; es hija putativa de las doctrinas colonialistas occidentales.

Las causas de su surgimiento son sumamente complejas. La influencia de prejuicios religiosos, de elementos propios de la herencia cultural de Europa, incluso, las complejas motivaciones míticas y racistas que llevaron a las persecuciones de los judíos, tuvieron un peso importante.

Es necesario destacar que esta ideología no es defendida por todos los judíos, ni todos los sionistas practican el judaísmo; tampoco todos los judíos son israelíes, viven en muchas partes del mundo, son estadounidenses, polacos, rusos, españoles, etc.

¿Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra?

Así rezaba el eslogan del movimiento sionista: Una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra, algo que era absolutamente falso.

Las primeras colonias sionistas se establecieron en la llanura costera al norte de Jaffa, Palestina, en la década de 1880. Las tierras habían sido adquiridas por el barón Edmond Rothschild, financista y promotor del proyecto colonialista.

La Declaración Balfour, del 2 de noviembre de 1917, comprometió a Gran Bretaña con el proyecto sionista, al anunciar su apoyo al establecimiento de un «hogar nacional» para el pueblo judío en la región de Palestina.

Nunca tuvieron en cuenta la opinión de los habitantes de la región, ni siquiera, como rezaba el texto, les pasó por la cabeza la idea de consultarlos.

Después de la caída del imperio Otomano, finalizada la Primera Guerra Mundial, el Ejército británico entró en Jerusalén, y Palestina quedó bajo control militar.

Un censo realizado en 1921 dio como resultado la existencia de una población de 762 000 habitantes en Palestina, 76,9 % musulmanes, 11,6 % cristianos, el 10,6 % de religión judía y un 0,9 % de otras confesiones. Es importante señalar que solo el 2,4 % de la superficie total del país estaba en manos judías.

En mayo de 1936 tuvo lugar una gran insurrección palestina, que se extendió por tres años, hasta mayo de 1939, en que el Gobierno británico publicó la aceptación de parte de las reclamaciones árabes, en el llamado Libro Blanco, en el cual proponían la celebración, en el plazo máximo de diez años, de un referendo sobre la autodeterminación de Palestina.

Los sionistas reaccionaron con violencia. El director del Fondo Nacional Judío, Josef Weitz, expresó: «Quizás con la sola excepción de Belén, Nazaret y la ciudad vieja de Jerusalén, no debemos dejar ni un solo poblado, ni una sola tribu».

El 29 de noviembre de 1947, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la resolución de crear en Palestina dos Estados, uno árabe y otro judío. El documento otorgaba el 57 % del territorio al futuro Estado judío, y un 43 % al Estado árabe. Como era de esperar, los países árabes rechazaron la disparidad del proyecto.

Así las cosas, en diciembre de 1947 comenzó el desahucio en masa, planificado y sistemático, de la población autóctona de sus casas y tierras. Para marzo de 1948, la cúpula israelita puso en marcha el Plan Dalet, que establecía la destrucción de aldeas y la realización de operaciones de exterminio de cualquier resistencia.

Cuando el padre fundador de Israel, David Ben Gurión, en mayo de 1948 proclamó el Estado de Israel, ya más de 300 000 palestinos habían sido desalojados de sus casas.

En el mismo día de la declaración de la Independencia comenzó la primera guerra árabe-israelí, que se prolongó desde el 15 de mayo de 1948 hasta el 6 enero de 1949, cuando las Naciones Unidas impusieron una tregua.

De esta manera llegaba a su fin la llamada «guerra de la independencia» del Estado de Israel.

Durante el conflicto de 1948, Israel no solo logró mantener los territorios que le había otorgado las Naciones Unidas, sino, incluso, los aumentó. Las fuerzas sionistas expulsaron a más de 800 000 palestinos y expropiaron sus hogares y tierras.

Fue el Naqba palestino, el desastre, el desmembramiento de la comunidad, el éxodo masivo de sus miembros.

El Estado israelí perdió algunos de sus aliados después del conflicto de 1967, cuando invadió y ocupó Jerusalén Este, la Franja de Gaza, Cisjordania y los Altos del Golán, pero mantuvo el apoyo incondicional, financiero, político y militar de Estados Unidos y Europa.

No existen razones religiosas, étnicas, históricas o geográficas que justifiquen lo ocurrido durante todos estos años. La ocupación sionista de Palestina es una acción tan bárbara como el nazismo, que exterminó a millones de judíos, gitanos, polacos, magiares, rusos y otros pueblos del Viejo Continente.

La masacre en Gaza cumple más de cien días, y el número de muertos alcanza los 24 000.

Mientras, Benjamín Netanyahu celebró las acciones israelíes con un discurso soberbio y desafiante, en el que prometió continuar con los combates hasta la victoria final, «Nadie nos detendrá», expresó.

La similitud de su «profecía» nos lleva en el tiempo hasta los meses finales de la Segunda Guerra Mundial, cuando el líder de una ideología y de un sistema racista y genocida, culpable del asesinato de millones de personas, muchas de ellas judías; prometía luchar hasta el «triunfo final». Los sionistas y sus cómplices deben recordar como finalizó esa historia.

 

Fuentes: Guía Asimov de la Biblia, Historia de Jerusalén, Una historia de Dios y Biblia desenterrada.

Ben Ami, S. y Medin, Z. (1991): Historia del Estado de Israel, Madrid, Rialp.

Culla, J. B. (2005): Breve historia del sionismo. Madrid, Alianza.

Revista Jacobin, América Latina.

Tomado de Granma/ Foto de portada: AFP.

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