Internacionales

El dolor de las mujeres mutiladas

Por Patricia María Guerra Soriano / Colaboración especial para Resumen Latinoamericano.

Con cinco años de edad, a Asha Ismai, nacida en la ciudad keniana de Garissa, la iban a “purificar”. Así le dijo su madre y por eso viajaron hasta Moyale, en la frontera entre Kenia y Etiopía, donde vivía su abuela y donde ser una kintirley o, lo que es lo mismo, una mujer con clítoris, representaba el repudio de su comunidad.

La ansiedad por la expectativa-ha contado muchas veces- era como “la llegada de los Reyes Magos”. Esa noche, antes de la “purificación” no pudo dormir.

Sus palabras en una entrevista contradicen aquella ingenua felicidad que sentía antes que su abuela y su madre la agarraran violentamente y le cubrieran la boca para que no gritara porque, esos gritos, aunque provocados por la extirpación de su clítoris con cuchillas y sin ningún anestésico, eran símbolos de debilidad, imperdonable para una mujer somalí.

 “Y dejas de correr, de jugar como antes, de buscar los mangos en los árboles. Ya todo es miedo a caer, que se pueda romper, que se repita la misma operación; ya no saltas a la cuerda, ya no quieres jugar con los niños ni descubrir lo que hay entre tus piernas. Objetivo cumplido: ya eres intocable”, dijo una vez.

Asha recuerda el sonido de las cuchillas que había comprado ella misma horas antes de la mutilación genital y el olor del mal-mal, el pegamento natural hecho con hierbas machacadas, leche y cartón, con el cual se consigue cerrar las heridas.

La ablación de grado tres a la que fue sometida, más conocida como infibulación, estrechó su abertura vaginal con la creación de un sello mediante el corte y la recolocación de los labios menores y mayores y le extirpó la posibilidad de continuar siendo la niña que era. La cicatrización, larga y dolorosa, un día se completó, pero las secuelas se enquistaron irremediablemente.

Asha es una entre las más de 200 millones de mujeres y niñas vivas actualmente, que han sido objeto de la mutilación genital femenina (MGF) en los 30 países de África, Oriente Medio y Asia donde se concentra esta práctica.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), la MGF comprende la escisión total o parcial de los órganos genitales femeninos o cualquier otra lesión de los mismos por motivos no médicos. Estos procedimientos no aportan ningún beneficio a la salud de las mujeres ni de las niñas y son reconocidos internacionalmente como una violación a sus derechos.

Para esas comunidades-precisa la OMS- la mutilación reduce la libido de la mujer y la ayuda a resistir la tentación de relaciones extraconyugales, al suponer que en las mujeres cuya abertura vaginal ha sido sellada o estrechada, el miedo al dolor que causaría su apertura y a la posibilidad de que ello sea descubierto impiden la realización de relaciones sexuales extraconyugales.

Esas sociedades aducen diversas razones sociales y religiosas para continuar con la práctica de la mutilación. Su ideología responde a la concepción de lo que se considera una conducta sexual aceptable al asegurar la virginidad antes del matrimonio y la fidelidad después de él y es un indicador del honor familiar.

La mutilación constituye una forma extrema de discriminación de la mujer condicionada por prácticas socioculturales que se transmiten de una época a otra y que, devenida en convención social, en caso de no cumplirse significa el rechazo y expulsión de la comunidad.

Sus riesgos aumentan a medida que lo hace la gravedad del procedimiento (equivalente a la cantidad de tejido dañado), e incluyen complicaciones inmediatas entre las que se cuentan dolor intenso, hemorragia, fiebre, infecciones como el tétanos, problemas urinarios y perjuicios a largo plazo, como problemas vaginales (leucorrea, prurito, vaginosis bacteriana y otras infecciones); problemas menstruales (menstruaciones dolorosas, tránsito difícil de la sangre menstrual); tejido y queloide cicatriciales; problemas sexuales (coito doloroso, menor satisfacción); mayor riesgo de complicaciones en el parto y trastornos psicológicos (depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático).

La Organización de Naciones Unidas (ONU) asegura que, en comparación con tres décadas atrás, las niñas de hoy día tienen un tercio menos de probabilidades de sufrir mutilación genital, avance que se ve afectado por la pandemia de la COVID-19, la cual limita el alcance del trabajo de prevención por parte de diferentes organismos y obliga a que las mutiladoras tradicionales busquen trabajo ante la crisis económica emergente.

Datos de ONU Mujeres y el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) muestran que la crisis llevará, en 2021, a 96 millones de personas a la pobreza extrema, panorama que podría determinar la utilización de la MGF y el matrimonio infantil como mecanismos de supervivencia para aliviar la incertidumbre física y económica extremas.

Además-según detallan ambas agencias de Naciones Unidas- como la emergencia sanitaria pone a 11 millones de niñas en alto riesgo de no volver nunca a la escuela, las futuras generaciones de mujeres sin educación tienen más probabilidades de apoyar la continuación de la práctica.

La inacción frente a este flagelo social podría implicar, en 2030, la notificación de dos millones de casos evitables. Desde esta perspectiva, las líderes del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) y del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), organismos que mantienen un programa mundial sobre la MGF, destacaron, este viernes, que su eliminación y el logro de la igualdad de género “son objetivos interdependientes que se refuerzan mutuamente”.

“Sabemos lo que funciona. No toleramos excusas. Ya hemos tenido suficiente violencia contra mujeres y niñas. Es hora de UNIRSE en torno a estrategias comprobadas, FINANCIARlas adecuadamente y ACTUAR ”, enfatizaron en un comunicado aludiendo al tema bajo el cual se conmemora, este 6 de febrero, el Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina.

En la noche de bodas, con 20 años y un miedo terrible, Asha Ismai entendió completamente el daño del que había sido víctima. De aquel encuentro con un hombre al que no volvió  a acercarse, nació su hija Hayat, cuyo nombre significa vida, en suajili, y nació el convencimiento de que algo debía cambiar.

Junto a Hayat y a otras mujeres fundó “Save a Girl Save a Generation”, una Organización No Gubernamental desde la que ofrecen información sobre la ablación a personal sanitario y educativo, a policías, a jueces y, sobre todo, a mujeres y familias que no han tenido la oportunidad de romper el silencio.

Foto de portada: Unicef

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