Culturales

El Teo

A 10 años de la partida del gran deportista cubano Teófilo Stevenson, compartimos con nuestros lectores este texto que mantiene su plena vigencia.

Por Coronel ® Nelson Domínguez (Noel).

A 10 años de la partida del gran deportista cubano Teófilo Stevenson Sorpresivamente se nos acaba de ir un insustituible, una leyenda, un íntegro, el gran Teófilo Stevenson Lawrence (29 marzo 1952, Las Tunas).

El Teo” para muchos de nosotros. Integrante de la exclusiva trilogía de hombres que en este Mundo han logrado la hazaña por tres ocasiones diferentes de resultar campeones olímpicos y mundiales, los otros son el húngaro Laszlo Papp y el cubano Félix Savón. Nacido en el Central Delicias, Puerto Padre, provincia de Las Tunas, sus padres fueron Teófilo Stevenson Parsons -un inmigrante anglófono oriundo de la isla de San Vicente que emigró a Cuba en la década de 1920 para dedicarse al corte de la caña- y Dolores Lawrence -cubana de padres también inmigrantes anglófonos de la isla de San Cristóbal. Ésta es la razón por la cual Stevenson hablaba fluidamente el inglés.

La vena boxística le vino a Stevenson por su padre, quien por razones económicas llegó a realizar unas siete peleas de boxeo. También, de niño, Stevenson asistía a ver las peleas organizadas en la glorieta del parque de su pueblo natal. Un día a su padre lo llamó el maestro y le dijo «Lo mejor que tú haces es mandar al muchacho a aprender a boxear porque siempre se está fajando en el colegio, lo que él quiere es eso». Y así resultó finalmente. Me lo presentaron, físicamente, porque ya lo admiraba desde lejos como fanático de sus cortas y fulminantes peleas sobre el ring, en un 25 de abril de 1992, en casa de otro magno, “Manolón” González Guerra quien fungiera por muchos años como Presidente del Comité Olímpico de Cuba y miembro del Internacional (a quien le debo otro anecdotario en espera de que su hijo me complemente datos), celebrábamos juntos en aquella ocasión, como siempre, su cumpleaños, entonces era el 78.

Tan pronto “El Teo” llegaba a cualquier tipo de escenario, no solo el cuadrilátero, su presencia atrapaba la atención de todos, dada su inmensidad y fortaleza, pero sobre todo por su franca sonrisa, su carácter bonachón y noble. Emanaba entereza y seguridad a pesar de su notoria y casi exagerada timidez, la misma que le retardaba el uso indiscriminado de su impactante mano derecha sobre el ring, por temor de dañar irreversiblemente, al contrario. El maestro Alcides Sagarra se lo repetía hasta la saciedad en los trainings y en los combates, llegando hasta propinarle pequeñas bofetadas en la esquina del ring en los intermedios para que reaccionara y ejecutara, lo que todos presenciábamos y hasta aprobábamos desde la televisión o en vivo en el coliseo. Sin embargo, no le faltó decisión y arrojo para utilizarla contra un grosero provocador la última vez que salía de los EE. UU durante un trámite migratorio lo que siempre nos hizo suponer cuán grande seria la afrenta, presuponiendo contra quién el atrevido la dirigió y que más nunca se atreverá a hacerlo.

Cuando ya estaba alejado de las peleas, desde 1986 siempre integraba como personalidad invitada, por propio derecho, las delegaciones del deporte cubano en los escenarios de mayor envergadura. Coincidimos varias veces, recuerdo su actitud en Mar del Plata, en Argentina, durante los Juegos Panamericanos de 1995 empeñado en escarmentar a un scout caza talentos, el más afamado de todos por su falta de escrúpulos y su asociación con la c-r Fundación Cubano Americana como pusimos al descubierto después, cuyo nombre no vale la pena ni mencionar. Tan pronto “El Teo” apreció desde lejos su presencia y acercamiento a figuras noveles, le espantó un grito… “Oye tronco de hijo de puta, espérate ahí, so cabrón…” no llegó a terminar su acción porque el mercader puso pie en polvorosa, al igual que sus guardaespaldas con los que siempre se hacía acompañar.

Otra ocasión fue durante la Olimpíada de Atlanta en el verano de 1996, el Presidente norteamericano de la época, el pecoso Bill Clinton, le otorgaba de sus propias manos, un reconocimiento importante y único de carácter mundial el “Premio al mejor boxeador de todas las Olimpiadas” con la copa Ransberger, junto a otros dos atletas norteamericanos en la inauguración de los Juegos Olímpicos por sus imperecederas hazañas deportivas, un periodista mercenario europeo se atrevió a decir algo en contra del Comandante en Jefe a su paso hacia la tribuna, “El Teo” se volteó y ásperamente le ripostó, hubo que hasta empujarlo para que avanzara y no demorara la presentación que ya se le hacía por los micrófonos.

Durante aquellos célebres Juegos Olímpicos, donde obtuvimos un preciado 8vo lugar, a él lo había hospedado el Comité Olímpico Internacional, donde le correspondía en el piso 29 de un deslumbrante hotel de cinco estrellas, cercano al Stadium donde se efectuaría la ceremonia inaugural. Estaba incómodo e insistía en hospedarse junto al resto de la delegación cubana en la Villa Olímpica, no le quedaban pretextos que exponer y hasta se refería a lo molesto que le resultaba tener que tomar dos ascensores distintos dentro de la misma instalación para llegar a su suite.

Terminada la ceremonia donde se le entregó la lujosa copa de plata por su condición de tricampeón olímpico y mundial, prácticamente se fugó del lujoso alberge y se nos apareció subrepticiamente en uno de los cuartos de la dirección de la delegación cubana.

Tuvimos que acomodarlo casi enmascaradamente para que no se interpretara por las autoridades olímpicas como un desaire.
Por supuesto que no había cama en que aquél inmenso y corpulento negrazo cupiera, ni tampoco se contaba con ninguna adicional dentro de las habitaciones porque de solicitarla se evidenciaría su presencia. Uno de los nuestros “Fechoría” de sobrenombre, le cedió “gustosamente” la de él, aunque le salieran por fuera las pantorrillas y los pies que no le cabían en aquella cama de tamaño normal, y solo le recriminábamos que no se quitara los tenis portadores de un peculiar aroma.

Su pasión por Fidel era inconmensurable y me atrevo asegurar que también le era incumbida. En cuanto escenario que el Comandante lo vislumbraba le hacía ademanes para que se le acercara y cuan gustosamente lo citaba a los presentes poniéndolo de ejemplo de nuestros atletas incorruptibles, de una integridad a toda prueba. 

El ejemplo clásico: cuando le ofrecieron en 1978 cinco millones de dólares para que le disputara en la llamada “pelea del siglo”, el título mundial del boxeo profesional a Muhammad Alí, “Prefiero el cariño de ocho millones de cubanos” – contestó Stevenson serenamente – “Y no cambiaría mi pedazo de Cuba ni por todo el dinero que me puedan ofrecer”.

El contexto de la ya referida Olimpiada de 1996 en Atlanta, demostró cuan acertada fuera su decisión, allí se saludaron, Muhammad y él en la misma tribuna, eran buenos amigos, el yankee profesionalizado de siempre, preparado para prender la llama olímpica no atinaba por el Párkinson de su temblor generalizado en el cuerpo, secuela del estilo del box profesional, y él, amateur perennemente, todo erguido y radiante a pesar de sus ya 44 años y estar también alejado de las cuerdas desde hacía diez años.

Recuerdo que, en una fiesta en la Plaza, hace bastantes años, por allá por el 1992, de las que organizaban lo jóvenes comunistas, habíamos estado compartiendo con él, ya había decidido hacía algunos años atrás, desde el 86, colgar los guantes, y tenía algún que otro trago arriba, tan pronto el Comandante arribó y lo divisó, le hizo señas para que se le incorporara. Un compañero de la escolta, me hacía mímicas para que intentara demorarlo para que Fidel no percibiera que había bebido. “El Teo” no solo hizo caso omiso a mis insinuaciones, sino que me expresó en susurro… “cuando a mí Fidel me llama, ni muerto dejo de acudir a él y nunca me comportaré mal”. 
Efectivamente, se transformó y con compostura erecta sin balbucear y con prontitud y destreza respondió a todas sus preguntas, además, como si fuera poco después, se acercó al escolta y le murmuró… “Compay no se da cuenta que ese es mi padre y yo no le puedo fallar”.

Coincidimos por vez última en el homenaje que la familia del célebre pintor y amigo de Cuba Oswaldo Guayasamín ofreció al aniversario 80 del Comandante en Jefe, fue precisamente frente al Museo de Bellas Artes, donde se agrupaban una gran cantidad de personalidades cubanas y extranjeras para participar en la inauguración de unas esculturas que artistas plásticos como Fabelo, Kcho, Oliva, Nelson, mi tocayo, y otros entregaban. 

Me entretuve presentando al “Cuate” empresario mexicano dueño de la emblemática embarcación Granma al cardenal Jaime Ortega Alamino, también allí presente. Cuando una inmensa mano negra se posó sobre mi hombro sin articular palabra alguna para no interrumpir y pretender no llamar la atención, así era de caballeroso y modesto, al voltearme mi expresión de euforia no se hizo esperar. “coñooooo…, carajo,.!!.si es mi hermano!!… El Teo” 

Foto de portada: Archivo INDER Cuba.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *