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El fascismo se regodeó en Argentina: Terror en el centro Automotores Orletti

Por Hedelberto López Blanch* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

Nunca pensé que podría rendir homenaje póstumo en Argentina, en el mismo tenebroso lugar donde fueron torturados y asesinados, a dos jóvenes cubanos quienes se desempeñaban como custodios de la embajada cubana en Buenos Aires.

Jesús Cejas Arias (22 años) y Crescencio Galañena Hernández (26, miembros de la custodia del embajador Emilio Aragonés (este había sufrido un intento de atentado), salieron de la sede de la embajada hacia la residencia del alto diplomático cuando fueron interceptados el 9 de agosto de 1976, en la esquina de las calles Arribeños y La Pampa, en el barrio de Barrancas de Belgrano, por grupos de tarea de la dictadura argentina.

Un escuadrón de 40 militares vestidos de civiles se abalanzó sobre ellos, les bloquearon sus pasos con varios Ford Falcon y pese a los muchachos defenderse con valentía, no pudieron contra tantos hombres. Los paramilitares no los querían muertos, sino vivos para interrogarlos bajo las más crueles torturas.

Tras el secuestro los llevaron al Centro Clandestino de Detención, Tortura y Exterminio “Automotores Orletti”, que funcionó entre mayo y noviembre de 1976, y donde estuvieron retenidas y muchos de ellas asesinadas, alrededor de 300 personas, de diferentes países de Latinoamérica.

Era uno de los principales centros de exterminio del Plan Cóndor, accionado por las dictaduras militares de la época (Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Uruguay y Paraguay) y engendro diseñado por Estados Unidos para eliminar a líderes progresistas, nacionalistas y comunistas de Latinoamérica.

Ricardo Poggio, coordinador especialista del ahora Espacio para la Memoria “Automotores Orletti” explica que allí operaron militares paraestatales de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina que luego del golpe se integraron a la Secretaría de Inteligencia del Estado, SIDE), policías federales y miembros de los ejércitos argentino, uruguayo y chileno.

Ubicado en calle Venancio Flores 3519/21, casi esquina a Emilio Lamarca en el barrio porteño de Floresta, frente a las vías del ferrocarril Sarmiento, este antiguo taller de automotores, que fue alquilado y adecuado por agentes de la SIDE, actuó bajo la órbita del Batallón de Inteligencia 601, dependiente del Primer Cuerpo del Ejército durante la última dictadura cívico militar.

A la entrada siempre se hallaban dos o tres autos para disimular ante cualquier curioso transeúnte, pero en la parte trasera y en el piso superior funcionaban los cuartos de torturas donde los prisioneros, completamente desnudos, sufrían todo tipo de vejámenes y de violaciones. 

Para interrogar y torturar a Jesús y a Crescencio, viajaron a la Argentina el agente de la CIA y miembro de la DINA (Dirección de Inteligencia Nacional chilena, policía secreta) el estadounidense Michael Townley, y el cubanoamericano  también agente de la CIA, Guillermo Novo Sampol.

Estos detalles los dio el jefe de la DINA, Juan Manuel Contreras Sepúlveda, declaraciones que confirmó ante la jueza María Servini de Cubría, durante el juicio que se le siguió en Chile por sus actos de lesa humanidad.    

Para desinformar a la opinión pública internacional, los represores enviaron el 16 de agosto, un sobre a la agencia AP que contenía las credenciales de ambos desaparecidos y un texto que decía: “Nosotros (Jesús Cejas Arias y Crescencio Galañena), ambos cubanos, nos dirigimos a usted para por este medio comunicar que hemos desertado de la embajada para gozar de la libertad del mundo occidental”.  

A pesar de los ingentes esfuerzos para determinar el paradero de los jóvenes, no se halló ninguna información hasta el 11 junio de 2012, casi 36 años después, cuando unos niños que jugaban en Virreyes, frente al aeródromo de San Fernando, a orillas del Río de la Plata observaron un barril metálico, oxidado del que salían unos huesos.

Avisada la policía, fueron encontrados tres tanques de 55 galones y en su interior, entre cemento y cal, los restos humanos de dos jóvenes argentinos, un hombre y una mujer. En otro barril estaban los de Crescencio. 

Menos de un año después, cerca del lugar y en similares condiciones se localizaron los de Jesús.

En su libro Los años del lobo, la periodista e investigadora Stella Calloni puntualiza que “la cifra de desaparecidos en el Cono Sur latinoamericano superaría los 50.000” y agrega: “El 1976 es clave. Fue el año en que se organiza Cóndor, aunque las dictaduras latinoamericanas venían trabajando desde antes con los Estados Unidos, particularmente con el Partido Republicano.  Hoy se conocen detalles de la famosa reunión de mediados de 1975 en Chile, que marca la concertación formal de seis países en la Operación Cóndor. Pero Estados Unidos hizo más que organizar encuentros como estos. La división de servicios técnicos de la CIA suministró equipos de tortura eléctrica a brasileños, uruguayos y argentinos, y ofreció asesoramiento sobre el grado de shock que el cuerpo humano podía resistir.”

Para los trabajos más sucios y macabros varios investigadores como los periodistas Manuel Bueno, Stella Calloni y John Dinges, aseguran que el entonces director de la CIA, George Bush (30 enero de 1976 al 20 enero de 1977) estuvo detrás de todo el Plan Cóndor y de la utilización de mercenarios cubanoamericanos en los principales hechos vandálicos.   

Según Stella, en abril de 1976, Bush ordenó a uno de sus agentes que organizara una reunión para unificar a los grupos de exiliados cubanos dispuestos a combatir contra su país. Hubo dos reuniones, una en Costa Rica y otra en República Dominicana, y se constituyó bajo la dirección de la CIA, el Comando de Organizaciones Revolucionarias Unificados (CORU) con Orlando Bosch como coordinador principal.

Ya han quedado demostrados, plenamente, los actos en que participaron los terroristas cubanos bajo las órdenes de la CIA, como el de los chilenos Carlos Prats y Orlando Letelier o el del monseñor Oscar Arnulfo Romero en San Salvador, entre otros.

Frente a los retratos de las decenas de desaparecidos que estuvieron en Orletti, entre los que aparecen Jesús y Crescencio, el periodista cubano que me acompañaba, Raúl Capote y yo, guardamos un minuto de silencio en homenaje a estos mártires, asesinados por las hordas fascistas argentinas.

Desmantelamiento del centro de torturas

Ricardo Poggio narró en detalle el porqué tuvo que ser desmantelado ese infrahumano centro de detención. En el hecho tuvieron que ver directamente los jóvenes revolucionarios José Ramón Morales y Graciela Vidaillac, quienes tenían dos hijas de un feliz matrimonio.

Ambos eran militantes y José había formado parte de las Fuerzas Armadas de Liberación (FAL). El 2 de noviembre un grupo paramilitar detuvo al padre, al hermano y a la nuera de José (que estaba embarazada) y los llevaron para Orletti. Con la aplicación de violentas torturas le pudieron sacar la dirección donde clandestinamente paraban José, Graciela y sus dos hijas.

Ese mismo día fueron a esa vivienda y capturaron a Graciela. Allí también se encontraban sus dos hijas y la madre de José pero no las detuvieron pues sabían que tarde o temprano el combatiente regresaría.  

En la noche José, tomando algunas medidas de seguridad por si alguien lo seguía, llegó a la casa y en cuanto entró, se le lanzaron encima varios hombres. Al tratar de defenderse con su arma, ellos dispararon primero hiriéndolo en una pierna e inmediatamente abrieron una puerta y le mostraron a la madre y a sus hijas. Los gendarmes lo metieron dentro del baúl de uno de los autos y lo llevaron, a toda velocidad desde la zona de Morón hasta Floresta, a la casa de tortura de Orletti.

Allí un médico le suturó la herida, no para salvarlo sino para poder interrogarlo. El panorama era horroroso. Graciela, que había sido torturada, estaba semidesnuda colgada de las muñecas, las que tenía amarradas con sogas. El padre de José, su hermano y la nuera en otra celda. A José, tirado en el piso, lo dejaron esposado por la espalda en la sala de armas.

Tarde en la noche, Graciela escucha la voz de Aníbal Gordon, (jefe de Orletti, miembro de la SIDE) cuando le dice a Eduardo Alfredo Ruffo (otro de los principales asesinos): “Paremos y descansemos que hace más de 24 horas que estamos con este caso”. Seguidamente Gordon se va de Orletti y los otros torturadores pasan a la habitación donde descansaban, aunque en dos ocasiones se acercaron al lugar donde estaban los detenidos para verificar.

Casi al amanecer, Graciela escucha ronquidos y se da cuenta que ya no la van a vigilar. Con gran esfuerzo logra zafarse las ataduras de las manos y se dirige hacia donde había oído la voz de José, quien le señala donde estaban las llaves de las esposas. Ella las encuentra y se las quita.

Seguidamente José se levanta, toma un fusil Fal y una pistola en momentos que los torturadores despiertan y disparan contra la pareja sin herirlos. José responde con el fusil Fal (lo que paraliza momentáneamente a los torturadores) y ambos se dirigen hacia una escalera que daba directo a la calle.

Abajo, el cancerbero que estaba de guardia los ve en la parte superior de la escalera y dispara. Una de las balas le pegó en el hombro a Graciela a la par que José disparaba hacia el  primer piso y hacia la planta baja.

Aterrorizado, el guardia de abajo se esconde, la pareja baja las escaleras y logra salir por la pequeña puerta lateral. Una vez afuera, José hizo varios disparos sobre la entrada y se dirigieron hacia la línea férrea que se encuentra frente a Orletti en momentos que se aproximaba un tren. Pese a estar él herido en la pierna y ella en el hombro, lograron cruzar antes de que los perseguidores que empuñaban fusiles y pistolas, pudieran hacerlo.

Al cruzar las vías, llegaron a la calle Yerbal donde obligaron a bajar a un chofer de una camioneta y escaparon. Unas 15 cuadras adelante, hicieron lo mismo con el chofer de  otro auto. De inmediato, José tomó contacto con sus compañeros y decidieron ir armados hasta Automotores Orletti, para tratar de entrar y liberar a quienes estaban prisioneros, entre otros su padre, hermano y nuera embarazada, pero al acercarse comprendieron que era imposible pues todo el vecindario estaba completamente rodeado por gendarmes.

Orletti era un local pequeño, dirigido por criminales de sangre fría, por donde pasaron cientos de personas de varias nacionalidades que fueron torturadas y asesinadas con alevosía y salvajismo (entre ellos los familiares de José y Graciela).

Ricardo Poggio me comentó que hasta ahora, año 2022, se conocen los casos de once chicos secuestrados, separados de sus padres, apropiados o cuyas identidades fueron robadas. Varios se han recuperados.

Los criminales también tenían licencia, (con participación de abogados) para transferir a sus nombres las propiedades de algunos de los asesinados. En una caja fuerte ubicada en el primer piso del centro de torturas, guardaban joyas y pertenencias de los secuestrados.

José, Graciela y las dos hijas permanecieron un tiempo escondidos en Argentina hasta que pudieron irse a Brasil y de allí a México. Tiempo después, José se unió al Frente Sandinista de Liberación Nacional y cayó combatiendo en Nicaragua contra la dictadura de Somoza. Después de terminar la dictadura, Graciela regresó a la Argentina.

En 2012 regresaron a Cuba, a su natal Yaguajay (Sancti Spíritus) los restos de Crecencio Galañena Hernández, y en 2013 los del pinareño Jesús Cejas Arias, dos mártires cubanos que murieron sirviendo y defendiendo a su Patria.

(*)  Periodista cubano. Escribe para el diario Juventud Rebelde y el semanario Opciones. Es el autor de «La Emigración cubana en Estados Unidos”, «Historias Secretas de Médicos Cubanos en África» y «Miami, dinero sucio», entre otros.

Fotos: Gentileza del autor.

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