Internacionales

¿Sigue existiendo el imperialismo?

Por Pedro Monzón.

El tema de nuestra mesa redonda es muy sencillo porque debe responder a la pregunta  “¿Sigue existiendo el imperialismo?”

Creo que habría mucho que decir en este sentido. En realidad, lo que sería muy difícil es argumentar lo contrario, es decir, demostrar que “el imperialismo ya no existe”. Por eso nos sentimos cómodos respondiendo a la pregunta sugerida por los organizadores del evento.

También veo que la pregunta que se nos hizo no se refiere al pasado, debido a la inserción de la palabra “todavía” en la pregunta. Esto está bien, porque la intención es desarmar algunas peligrosas teorías en boga. Si no nos centramos en el presente, y si nos centramos en el tema históricamente, hay elementos de sobra para demostrar que el imperialismo ha existido y, naturalmente, se ha desarrollado concomitantemente con muy frecuentes intervenciones, apoyos a regímenes dictatoriales, campañas subversivas y guerras de agresión desde que, a finales del siglo XIX, como resultado de la guerra hispano-cubana norteamericana, Cuba quedó bajo la influencia y explotación neocolonial de Estados Unidos. Mientras que Puerto Rico, Filipinas y Guam se convirtieron en sus colonias de pleno derecho.  Sólo atribuidas al imperialismo estadounidense, las intervenciones, sin incluir las encubiertas, alcanzan ya unos 315 casos desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Por ello, es realmente difícil aceptar cómo Estados Unidos, por ejemplo, ha podido evolucionar tanto en los últimos años con este expediente tan amplio como para dejar de ser un país imperialista.

Estamos convencidos de que la definición de imperialismo de Lenin sigue siendo válida hoy, con nuevos matices que no alteran su esencia de dominación hegemónica. En la posguerra, el imperialismo ha ido delineando cada vez más su carácter de sistema mundial formado por todos los países occidentales que se han alejado de la era del libre intercambio en favor de una extrema concentración monopolística. El capital financiero ha llegado a desempeñar un papel central en el modo de producción capitalista y ha crecido hasta transmutarse en poderosas entidades transnacionales que han utilizado la herramienta del capital para someter a todas las instituciones económicas y políticas dentro y fuera de las fronteras de los distintos países con el fin de apoderarse de sus recursos económicos y naturales. Este fenómeno contemporáneo ha evolucionado como base de lo que se ha denominado globalización.

En este mundo globalizado pero muy desigual, se han agrupado en un extremo países muy empobrecidos y, en el otro, un puñado de países muy ricos económicamente, en recursos materiales y tecnologías (no necesariamente en recursos humanos). En la cúspide prevaleció un sistema cuyas características lo califican de imperialista. Por supuesto, este sistema no es homogéneo, es jerárquico, de modo que un solo país, Estados Unidos, constituyó su liderazgo indiscutible en la cima, fenómeno que se define notablemente durante la posguerra. Sin embargo, aunque haya jerarquías imperialistas, todas ellas persiguen la supervivencia del sistema, por lo que no permiten la aparición de alternativas, aunque se limiten a la conquista de la independencia nacional y a algunas reformas populares. Para ello y para obtener más poder y riqueza, Estados Unidos ha trazado y traza políticas, encabeza invasiones e intervenciones y se encarga de garantizar la inmovilidad de la Pax Americana, establecida en la posguerra.

El avance del imperialismo ha ido acompañado de una explotación poco común de los países y los trabajadores, y hoy se expresa en la imposición global del neoliberalismo, que subordina toda la sociedad al mercado, tiende a generalizar la propiedad privada, apoderándose de la propiedad pública, anula el papel de la política en el desarrollo, subordina los estados a las élites económicas y abre la posibilidad de que los recursos naturales de los países pasen a manos del gran capital financiero transnacional. Por ello, sólo en América Latina, la polarización de la riqueza se manifiesta hoy en un crecimiento de la pobreza que afecta a casi el 40% de su población total, de la que el 13,1% sufre pobreza extrema.  Mientras esto ocurre, las élites acumulan más y más riqueza, incluso en estos años de pandemia. Hoy en día 8 personas en el mundo tienen tanta riqueza como la mitad de la población más pobre de la humanidad.

El inmenso poder que ha podido acumular el imperialismo sigue promoviendo el fracaso de los movimientos sociales, la neutralización de los procesos revolucionarios como resultado del chantaje, el soborno y el egoísmo individualista.

Así como la persistencia en el poder de oligarquías corruptas que no representan los intereses nacionales y sacrifican las soberanías priorizando sus bolsillos durante los diferentes mandatos políticos. De ahí las tremendas dificultades para lograr la consolidación estable de políticas independientes y la imprescindible integración general de los países de América Latina y otras regiones del planeta. Por eso la actual lucha antiimperialista tiene que atacar el oportunismo, la corrupción y la vergonzosa actitud de los gobiernos sometidos.

Sin embargo, cada día más cuestionada y desacreditada, la supervivencia de una institución monista como la OEA es una demostración de la vigencia del imperialismo y de la magnitud de su poder en la actualidad. Lo mismo puede decirse de la conducta abiertamente discriminatoria y arrogante, evidentemente imperialista, de Estados Unidos al convocar una “Cumbre de las Américas” con la exclusión de países como Cuba, Venezuela y Nicaragua. (Sin embargo, aprovecho para señalar que el rechazo que tal conducta ha generado en numerosos países y movimientos de nuestra región me llena de optimismo).

El imperialismo contemporáneo protege sus esferas de influencia con extraordinario celo y ha seguido buscando nuevos objetivos de dominación y recursos gracias, sobre todo, a la gestión violenta y eficaz del capital financiero, que controla las balanzas de pagos y las deudas de los Estados; y también como resultado de duras acciones, como las intervenciones políticas y militares y las guerras de agresión. Acompañado por otros países occidentales, y a veces utilizándolos como punta de lanza, el interés por mantener la hegemonía ha llevado a Estados Unidos a provocar conflictos, sanciones y bloqueos en todos los confines de la tierra. Un ejemplo que traigo a colación, porque es muy actual, es que Estados Unidos, en lugar de promover una solución pacífica al conflicto, su actitud manifiesta fue la de atizar la guerra en Ucrania, a costa del sacrificio de los pueblos implicados.

Hay muchas otras pruebas que demuestran que no ha habido ningún cambio. Estados Unidos sigue siendo un país abiertamente imperialista, al frente de otros estados occidentales con intereses similares. En el ámbito militar, mantiene 800 bases, más otras no confirmadas, en más de 70 países, 76 de ellos en América Latina. Como saben, el primero se instaló, a la fuerza, precisamente en la Bahía de Guantánamo, Cuba, a finales del siglo XIX. Estas bases cuentan con más de 173.000 efectivos. Como parte de este agresivo sistema, mantienen 5 flotas y 11 mandos militares, 7 geográficos y 4 funcionales, que cubren todas las regiones del planeta. Cada año dirigen numerosas maniobras militares conjuntas con países aliados.

Estados Unidos tiene un presupuesto de defensa en 2022 de más de 760.000 millones de dólares (mucho más que cualquier otro país), gran parte del cual está explícitamente destinado a la contención de China y Rusia. Siguen siendo, por mucho, el mayor exportador de armas del mundo con aproximadamente el 39% de las ventas internacionales de armas entre 2017 y 2021.

Este inmenso despliegue ofensivo está apoyado por el imparable complejo industrial militar, que disfruta de los enormes beneficios generados por estas políticas francamente imperiales. En realidad, persiguen el objetivo de mantener y extender su dominio sobre el planeta, aunque un argumento utilizado para justificar dicha expansión es la necesidad de combatir el terrorismo, el narcotráfico y, más recientemente, han añadido el interés de contener a China y Rusia.

Antes era la lucha contra la Unión Soviética, en el marco de la Guerra Fría. Seguramente, siempre habrá suficientes causas para intentar mantener ese poder.

Con ese poder militar y su influencia económica y financiera, intentan destruir cualquier país que rompa este esquema hegemónico. En América Latina, mantienen su agresividad contra los pueblos de Venezuela y Nicaragua y han reforzado el bloqueo económico, comercial y financiero contra Cuba con el objetivo de asfixiarla. Sin duda, Cuba es un doloroso ejemplo de la absoluta vigencia del imperialismo. A un cubano ni siquiera se le puede decir que el imperialismo no existe. Aunque en este momento han introducido cambios “cosméticos” en algunas medidas muy limitadas, debido a la proximidad de la fallida Cumbre de las Américas, pueden estar seguros de que el bloqueo contra Cuba ha sido ininterrumpido y ha continuado con su nefasta influencia durante más de 6 décadas, hasta hoy, y especialmente reforzado tras la introducción de más de 240 medidas mortales añadidas por la administración Trump.

Estados Unidos ha dominado el control de las finanzas internacionales, debido a la supremacía del dólar como moneda de referencia, y a la autoridad que ha ejercido sobre el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, el BID, las bolsas y los foros de Davos o Bilderberg. Esto ha dependido de la actividad del capital financiero, que es la poderosa herramienta de dominación que se ha elevado por encima del propio Estado Nacional y le obliga a ejercer políticas específicas. Como extensión de este fenómeno, Estados Unidos tiene la capacidad de ejercer inmensas presiones sobre las distintas organizaciones multilaterales como la ONU, la UNESCO, etc.

Estados Unidos es el único país del mundo que, con habitual insolencia, se ha sentido autorizado a elaborar periódicamente listas ilegales y caprichosas de naciones del mundo que patrocinan el terrorismo, el tráfico de personas, los mercados piratas, los violadores de los derechos de propiedad, etc. Se proclaman demiurgos que deciden en qué países reina la democracia y en cuáles no; cuáles respetan los derechos humanos y cuáles no. Resulta paradójico reconocer que posiblemente no haya ningún país en el mundo con menos moral para hacer estas listas y acusaciones. Todo esto sólo se explica porque Estados Unidos es el primer país imperialista del mundo.

 

Las políticas de Estados Unidos dominan el contenido de los medios de comunicación y las redes sociales en el mundo, gracias a su poder económico y su alto desarrollo tecnológico. Con ello son capaces de manipular la opinión pública internacional generando innumerables sesgos, deformaciones y fake news.

Por razones similares tienen una gran influencia ideológica y una inmensa influencia en la cultura de la mayoría de los países donde imponen, a través del cine, la música, etc. la admiración por todo lo norteamericano, sus modas, a menudo superfluas y alienantes, muy mezcladas con impulsos consumistas, que despolitizan y tienden a preservar el sistema capitalista 

No hacen falta más argumentos para afirmar que es imposible cuestionar el carácter imperialista de este fenómeno económico, político y social tan actual, que no tiene precedentes en la historia y que está encabezado por Estados Unidos.

Es cierto que en nuestros tiempos el imperialismo advierte que está perdiendo terreno peligrosamente, lo que no limita su agresividad, al contrario. Los llamados países emergentes, que conforman un proceso planetario conocido como multipolarización, tienen cada día mayor influencia en la escena internacional. Actualmente, este fenómeno se refleja en la aparición de políticas alternativas, en los intentos de cambiar el orden internacional y en el reiterado interés por sustituir al dólar en las transacciones internacionales. Este fenómeno ha provocado una ofensiva desesperada del imperialismo occidental, encabezado por Estados Unidos. De ahí las continuas y diversas agresiones contra China, mientras el gigante asiático avanza sin descanso por todo el mundo, y en particular en América Latina, con una política muy diferente a la de Estados Unidos. De ahí, también, el encierro contra Rusia y el cruel castigo a los países rebeldes de nuestra América Latina y a cualquier movimiento social antagónico. No perder la hegemonía es el lema, aunque todo parece indicar que ya no hay remedio.

La idea de la existencia actual de un país imperialista que no desarrolla políticas imperialistas, como promueven algunos movimientos y personalidades de la falsa izquierda, es absurda. Los factores que dieron lugar a la existencia de este fenómeno histórico siguen presentes y nada ha cambiado. El imperialismo no puede evolucionar hasta la confluencia con el socialismo, ni hasta la aceptación airosa de modelos alternativos. El imperialismo sólo puede desarrollar políticas imperialistas, los hechos lo demuestran.

Es en estas difíciles condiciones en las que surgen y crecen los movimientos sociales progresistas y de izquierda y sobreviven proyectos nacionales como los de Cuba, Venezuela y Nicaragua en América Latina. Se trata de procesos aislados que se explican según la tesis revolucionaria de Lenin de que, debido al desarrollo desigual, es posible el triunfo del socialismo en uno o varios países (lo que podría extenderse a cualquier proyecto independentista y de justicia social), lo que supone descartar la posibilidad y la necesidad imprescindible de una revolución generalizada o mundial.

Esto plantea el reto de cómo sobrevivir en un mundo hostil en el que predominan los sistemas capitalistas y el imperialismo juega un papel excepcional. Según el análisis de otras experiencias y la propia experiencia de la revolución cubana, la única manera de resistir y avanzar en un contexto así es asegurar la existencia de un sistema coherente de justicia social, garantizar la educación general y política de todo el pueblo, luchar incansablemente por mantener la unidad de todas las fuerzas nacionales, evitar a toda costa el distanciamiento entre la dirección revolucionaria y el pueblo y promover la solidaridad internacional.

La resistencia de la Revolución Cubana, por un lado, y el fin de la Unión Soviética, los países socialistas y otros proyectos fracasados, por otro, son muestras opuestas de la influencia vital de estos factores.

Entendemos que estos principios son también verdades válidas para los movimientos sociales en lucha, que deben desarrollarse sin esperar el inevitable fin del imperio en un futuro más o menos lejano.

 

Gentileza del autor/ Foto de portada: Revista Crisis.

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