Culturales

Resonancias subjetivas de un fenómeno musical: A 55 años de Hey Jude

Por Sergio Zabalza.

Buenos Aires parece ser el puntapié inicial de la próxima gira mundial de Paul McCartney a iniciarse el próximo mes de septiembre. La última vez que el ex beatle se presentó en nuestro país fue en el año 2019, cuando en el campo argentino de polo brindó un show de dos horas y media de duración que terminó con la mítica Hey Jude. En estos días se cumplen 55 años del lanzamiento de ese tema –agosto 1968– que varias generaciones transformaron en una suerte de exhortación universal destinada a superar malos momentos: Hey Jude, don’t make it bad/take a sad song and make it better/Remember to lether into your heart/then you can start to make it better. Vale destacar la apelación a tu corazón que la letra propone (también a tu piel, párrafos más adelante), razón por la cual la canción se convirtió –ritmo y melopea mediante– en un himno donde la intimidad se hace vacío convocante de lo común. Aquí algunas líneas sobre los resortes subjetivos puestos en juego en esta entrañable canción.

Pudo haber sido en River en 1993 o en el 2010, en La Plata y en Córdoba en el 2016, o el campo argentino de polo en 2019. El estadio lleno. Un hombre frente al piano comienza una canción con la interjección Hey, seguido de un nombre cuya cadencia pareciera convocar a cada uno de los oyentes. El estadio se transforma en una suerte de templo, coro griego, anfiteatro atemporal. Rememoración. La adolescencia se me viene encima, mi primer amor, la dictadura, la secundaria, el debut sexual. En el escenario el hombre continúa entonando, me está cantando mi vida en esas pocas letras, me está contando mi vida en esa melodía. Pero no solo la mía. Son varias las generaciones que acurrucan su historia en esa resonancia compartida: Hey! Nadie nos lo había dicho, nadie nos lo había advertido que esa voz –una vez más como la primera vez– se nos iba a incrustar en el cuerpo, que lo iba a exceder.

De todas formas, hubiera sido inútil. Porque allí donde el tiempo cesa de no demorarse, la herida se hace síncopa de existencia. Me enfermo de amor, de muerte y de vida. El Otro sigue tocando. Es un llamado: Hey. Ya es tarde. Siempre será tarde para no escuchar, lo inaudito nos precede tanto como el olvido. Y allí donde ya es tarde para no escuchar está el cuerpo. Quizás por eso, tras enfatizar que un hombre o una mujer no son tan solo la mano que escribe, Lacan nos aconseja pensar con los pies [1]. Esto es: lo que viene con el ritmo, la repetición, eso que se mueve más allá de la historia, las palabras y el sentido, el síntoma como los puntos suspensivos en una nota al pie. Y si, como suele ocurrir, también martillamos nuestros dedos en la mesa o canturreamos la letra de la canción, es que con probabilidad se ha producido un notable pasaje subjetivo: la música es la que ahora nos escucha a nosotros. Hey Jude.

Se dice que Paul escribió esta canción para Julian Lennon, el entonces pequeño hijo de John, entristecido por la separación de sus padres. Manejaba rumbo a la casa de Julian y al tomar una curva apareció Hey Jule en mi mente, narró Paul sobre el inicio de la composición. ¿Qué milagro ocurre para que de la intimidad de una persona surja una melopea que se hace acontecimiento universal? Lacan ubica en el término lalengua ese punto que sintoniza el goce de toda una comunidad hablante (o cantante, que no es lo mismo pero es igual, como dice Silvio) con la singularidad de una persona. Como si lo íntimo fuera un pliegue de lo público. Allí donde, por habitar en los márgenes, esa carne palpitara en un exilio trovador donde se anudan pueblo y sujeto. Esto es: lo más propio y lo más ajeno; lo más íntimo y público; lo más atractivo y rechazado, cuestión que explica –a diferencia de la masa–  el carácter fugaz pero constante de un sonido que siempre retorna como acontecimiento. Síncopa de existencia.

Y es que dado que la luz dibuja la sombra, así como el sonido murmura el silencio; solo hay apropiación subjetiva del estímulo auditivo, cuando el tropiezo de una síncopa se presenta en el vestíbulo [2] de las vibraciones. Chopin inventó una metáfora para re-presentar esta ausencia convocante, La Nota Azul; ese punto perdido en el pentagrama que sus manos sabían devolver allí, en la grieta donde la densa nostalgia por la patria perdida se vaciaba de pesares. Ese hito de la melodía capaz de torcer el pesado ambiente que a veces inundaba las reuniones de los polacos exiliados en París, quizás la misma blue note que los negros cantaban mientras cosechaban los blancos copos de algodón.  Seguramente por eso, mientras el pianista interpretaba Beethoven durante las reuniones de amigos, Delacroix formulaba que un Claro de Luna no es más que el reflejo de un reflejo. [3] Desde este punto de vista bien podríamos afirmar que la música es el arte a través del cual los sonidos nos hacen escuchar el silencio de lo inaudito. Un grito, allí mismo donde resuena el silencio que, por ser hablante, toda persona habita: Hey!

Lo cierto es que cada convocatoria solidaria convocada por artistas suele terminar con ese naa, na, na, nanaranaaa, nanaranaaa, Hey Jude, que se repite cual dulce letanía. En definitiva, una suerte de laleo, tal como niños y niñas cantando juntes. (De hecho, para tortura de mis convivientes, este escriba suele descubrirse cantando el naaa, na de Hey Jude cada vez que la angustia asoma su inquietante mordisco).

Hey Jude es mucho más que una canción. Si se presta atención al registro grabado en agosto de 1968 se percibe en el Hey inicial la respiración del intérprete. Resonancia de un cuerpo que suelta lastres para escuchar lo nuevo en la repetición, la sorpresa en lo ya conocido, la infancia en lo que retorna. Como ese Get back que Paul cantó junto a una nena argentina interpretando el bajo eléctrico con uno de los mayores músicos populares de la historia. Hay que ser muy grande para ser tan pequeño, tan nuevo, tan incauto. Hey, Paul. Hey Jude.

 

Notas

[1] Jacques Lacan, El Seminario: Libro 22: “ RSI”. Inédito.

[2] Obviamente estamos haciendo un pequeño juego con el nombre de uno de las delicadas piezas óseas de nuestro aparato auditivo.

[3] Guy de Pourtalés, Chopin ou le Poète , París, Gallimard, 1927, chapitre XIII: “Sur quelquesamitiés de Chopin et sur son esthétique”.

Tomado de Página/12 / Foto de portada: Archivo The Guardian.

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